jueves, 21 de abril de 2011

Resistencia y sumisión

El título de este post alude al homónimo de un precioso libro de Dietrich Bonhoeffer en el que se recogen sus cartas desde la prisión nazi en la que sería ejecutado en 1945. Su compromiso cristiano le llevó a participar en la conspiración para asesinar a Hitler, lo cual no es entendido por muchos, puesto que supone una acción violenta para frenar otra de mayor calado. Pero la reflexión del teólogo evangélico es bastante consistente con el mundo en que vivía y él mismo no parecía participar del plan final, sino de la intención de socavar las fuerzas del régimen opresor nazi, o al menos atenuar las consecuencias. Al hilo de esto podemos leer el capítulo 5 de Mateo, sobre todo desde el versículo 21 hasta el final. Vemos cómo Jesús indica que los discípulos no deben resistir al mal, antes bien, deben ampliar, motu propio, las exigencias de ese malo. Estas palabras de Mateo han servido para crear y propagar una imagen distorsionada de Jesús y de sus seguidores, por una mala comprensión del contexto en el que son dichas. La resistencia de la que habla el evangelio es la resistencia violenta, incluso armada. Esa es contra la que Jesús previene, no contra cualquier tipo de resistencia. Al contrario, el sentido general de las expresiones tienen la misión de hacer prevalecer una resistencia activa no violenta.

Una resistencia violenta y armada está fuera de lugar, al ver de Jesús. Prima facie, porque los imperios tienen más armas y mejores, son los creadores de ellas y saben cómo usarlas. Por tanto, sería una temeridad su uso. Se trata de una cuestión, también, de estrategia. Pero, por otro lado, de producirse una ilusoria victoria, esta sería pírrica, pues se habría perdido lo que se buscaba: la creación de una sociedad donde el amor y la misericordia reinen. Las armas de los discípulos de Jesús deben ser muy diferentes de las del imperio. Son armas que permiten, al menos, no caer en la sumisión servil. Un ejemplo paradigmático de esto es el tan conocido como mal entendido dicho de poner la otra mejilla. Cuando se dice que se ponga la otra mejilla al recibir una bofetada, ha de saberse que la bofetada es un medio de sometimiento insultante que un superior propina a quien entiende como inferior. Éste no puede hacer otra cosa que recibirla, sin posibilidad de defenderse, a menos que quiera recibir un castigo mayor. Es el caso del amo y el esclavo, del rico y el pobre o del romano y el provinciano. Ningún esclavo, pobre o provinciano tenía defensa contra una bofetada. Con ella se buscaba su sumisión o, en caso de rebeldía, un castigo aún más denigrante. Lo que Jesús propone es poner la otra mejilla en actitud de dignidad, rechazando la humillación y la sumisión. Poner la otra mejilla era la única respuesta posible si se quería seguir con vida, pero podía ser una respuesta desde la dignidad. Aquí radica la estrategia de Jesús: no os humilléis, sed dignos, pero no seáis irresponsables.
Podríamos decir lo mismo de quien es obligado a andar una milla o a quien se le pide el manto. Estamos en relaciones de desigualdad clara. En el imperio romano, los habitantes de las zonas ocupadas debían hacer trabajos forzados para el mantenimiento de la red de calzadas o para las legiones. Este es el sentido de caminar una milla. Si el legionario me obliga a caminar una milla, yo camino dos. Este gesto deja descolocado al soldado y hace de la imposición una acción dignificada, no impuesta meramente. En el caso del manto, este era obligado dejarlo como prenda ante el tribunal que juzgaba un caso de deudas. Si te piden el manto y das la túnica te quedas sin nada y eso es una muestra de tu dignidad ante quien te lo quiere quitar todo. El pobre sólo posee su dignidad, si se la arrebatan pierde todo lo que tiene. La propuesta de Jesús es resistir y no someterse y de este modo ir creando las condiciones para construir grupos alternativos al orden inmoral que gobierna el mundo. Visto así, morir puede ser una forma, la definitiva, de resistencia activa no violenta. Él mismo fue capturado por delación, torturado bárbaramente, ejecutado en público y sometido al escarnio más lacerante. Pero todo esto lo hicieron con él porque él, en el fondo, se entregó a la muerte de la cruz para dar la última y definitiva lección de dignidad. "No me quitáis la vida, la entrego yo".

1 comentario:

Martín dijo...

Mientras leía estaba pensando en tu final, antes de haberlo leído: nadie me quita la vida, yo la entrego libremente. También pensaba en que un amor desarmado, como el de Jesús, es el único que conduce a la victoria. Felices Pascuas y un abrazo.

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