Ya era sabido que el papel de las mujeres en las primeras comunidades, incluso con Jesús, era muy superior al que se refleja en los textos del Nuevo Testamento y mucho más del que después han tenido en la Iglesia, sobre todo tras la "crisis constantiniana". Las mujeres han sido sistemáticamente relegadas a posiciones de servicio, curiosamente aquellas en las que todos los cristianos deberíamos estar según las palabras puestas en boca de Jesús por los Evangelios. Pero en la historia eclesial el servicio se ha trocado Liturgia, que significa eso mismo etimológicamente, y ésta ha sido potestad exclusiva de los varones. Mientras se dejaba el trabajo a la mujer, el varón ostentaba el predominio, el lustre, las posiciones de honor. Justo lo contrario de lo que explícitamente nos dice Jesús: "alejaos de aquellos que gustan de ocupar los primeros puestos en los banquetes y que visten hermosos trajes". La tradición patriarcal no es propia del cristianismo en sus orígenes y mucho menos la segregación por motivos de sexo o de estatus, sin embargo es a lo que vino el cristianismo en los tres primeros siglos, justo el tiempo en el que tiene que integrarse en el mundo grecorromano. El cristianismo aceptó tanto el continente de la cultura grecorromana, como buena parte del contenido. Es un proceso que resultó inevitable, el de la helenización, lo que no era necesario es asumir hasta el extremo el patriarcado y la estructura piramidal del mundo antiguo, donde unos pocos acumulan el poder, prestigio y privilegios, mientras el 90% de la población debe sobrevivir en una posición subalterna o miserable.
La investigación que ha publicado Verbo Divino, con sólo dos años de demora respecto al original, de Kathleen E. Corley, Maranatha. Ritos funerarios de las mujeres y los orígenes del cristianismo, indaga en estos extremos del origen del cristianismo y nos propone una visión estimulante del origen de los relatos evangélicos, más concretamente de aquellos que se refieren a las comidas de Jesús, la Pasión y las Apariciones del Resucitado. Según esta autora, miembro del Jesus Seminar y discípula de John Dominic Crossan, los grupos primitivos cristianos se agruparon teniendo como modelo las asociaciones o clubes grecorromanos, no los grupos judíos. Estas asociaciones integraban tanto hombres como mujeres en sus banquetes, pero los cristianos hicieron de esta inclusión un asunto de igualdad absoluta, dada la cierta libertad que permitía el Imperio en la organización interna de estos grupos. De esta manera, las mujeres en los grupos cristianos accedieron a un estatus del que no podían gozar ni en el ámbito familiar habitual ni en el resto de asociaciones, donde su papel estaba supeditado al varón. Aún así, sí había un tipo de clubes en los que las mujeres tenían un papel importante, se trata de las asociaciones de tipo funerario en las que los asociados celebraban comidas para recuerdo de los difuntos y pagaban una cuota con el fin de asegurar su futuro funeral y los ritos asociados a él. Era una forma económica para que las clases subalternas pudieran acceder a un rito funerario digno; en él tenían un papel muy importante las mujeres: no sólo eran las encargadas de la mortaja, de los llantos y de las comidas, también se encargaban de generar los relatos de recuerdo del difunto. Y aquí entra la cuestión del nacimiento de los relatos evangélicos sobre la Pasión y las Apariciones, y lo más importante de la investigación de Corley.
Las mujeres, explica Corley, eran las principales actrices y creadoras orales en los contextos funerarios de la tradición grecorromana y judía. Lavaban a los difuntos, los ungían con aceite, cantaban lamentaciones orales recordando la historia de las circunstancias de la muerte y reiteradamente iban a las tumbas y cementerios a lo largo del año para dirigir rituales litúrgicos. Estos rituales incluían la ofrenda de comida al difunto, especialmente pan y pescado, y la acogida de la presencia del difunto en sus banquetes y lamentaciones conmemorativas. Estos rituales se realizaban al tercer día después de la muerte, al noveno y al decimotercero, y, posteriormente, una vez al año, en todo el mundo antiguo mediterráneo. Es muy probable, e insisto en lo de probable, que la narración de las mujeres esté detrás de varios relatos de milagros que presenta temas de entierro y banquetes en los evangelios. Sobre todo si aparece pan y pescado. Estos son presentados como eucaristías familiares, el pan y los peces son un vestigio de la transmisión oral de la historia sobre los banquetes funerarios en un contexto funerario. Pero su papel no acaba aquí, pues el primitivo testimonio del Señor "resucitado y aparecido" tiene sus raíces e los rituales de un culto de base a los muertos entre las mujeres y la gente corriente, no en la experiencia de una élite de escribas varones. Las mujeres que se lamentan por el difunto crean la tradición oral que está a la base de los textos que luego vemos por escrito. Las mujeres, por tanto, serían las primeras evangelistas, tanto por los hechos, su diaconía constante, como por los relatos creados y transmitidos por ellas.
Un extremo de la propuesta de Corley que será más difícil de aceptar por la teología oficial es la aseveración de que la práctica del duelo, de la que nace la tradición sobre las Apariciones, es un proceso normal de duelo en los antiguos pueblos mediterráneos y "no requiere ninguna experiencia de intervención divina o sobrenatural para explicarla" (p. 262). Pero, aunque no pueda ser aceptada esta posición, que algunos tildarán de bultmaniana, sí hay que tenerla presente a nivel de investigación. Al fin y al cabo, las mujeres son lo único que le queda a la Iglesia, de algún lugar vendrá esta persistencia.
1 comentario:
Algún día, en un tiempo nuevo, las mujeres en la Iglesia católica ocuparán el lugar que les corresponde. Aquel que el propio Jesús les otorgó. Sobra paternalismo patriarcal, y una varonía que sirve al Reinado de Dios como Jesús de Nazaret, y no se sirve de una estructura eclesial obsoleta y opresora para hacer carrera, lucir anillo, vestir sedas y calzar escarpines de marca. Porque con el ninguneo eclesial a la mujer perdemos todos.
Publicar un comentario