Pues bien, y a esto es a lo que vamos, estas tres configuraciones del mundo tiene tres ejes que los vertebran a nivel ético. El mundo antiguo y medieval, en su preocupación metafísica, está marcado por el concepto ético de virtud, mientras que el moderno, en su preocupación por el sujeto creador de su mundo, por el concepto de deber. El mundo contemporáneo tiene un eje vertebrador en el concepto de responsabilidad. Virtud, deber y responsabilidad son los tres ejes que progresivamente han ido configurando el mundo occidental en su vertiente ética. El concepto de virtud está en relación con el de naturaleza: el hombre ha de actuar de acuerdo a su naturaleza, esta es la virtud que le lleva a la felicidad. En el mundo moderno es el deber el que hará que el sujeto sea verdaderamente creador de su propia realidad. Y en el contemporáneo es el concepto de responsabilidad el que vincula al yo con el otro, abriendo el campo de relación ética más allá del sujeto solipsista moderno. Sin embargo, el concepto de responsabilidad, como brillantemente lo ha tratado Hans Jonas, puede entenderse de dos modos muy distintos, al modo utilitarista en su desarrollo capitalista, y al modo de responsabilidad total levinasiana-dostoievskiana. Decía Dostoievski que cada uno es culpable de todo por todos, expresión que Lévinas hizo suya en toda su obra filosófica. La responsabilidad del yo es infinita, porque es imposible establecer el punto final de la misma. Sin embargo, el concepto de responsabilidad utilitarista sólo tiene en cuenta ésta para determinar quién o qué ha de correr con los gastos de un acto cualquiera, sea una sanción administrativa o penal. Por poner un ejemplo, a la ética contemporánea utilitarista que nos invade, sólo le interesa saber quién es el responsable de sufragar los gastos médicos derivados de un atropello, nada le importa las consecuencias morales, psicológicos e históricas que aquel atropello pueda tener. Mucho menos le importa las causas de las acciones presentes, es decir, la historia que nos ha llevado a una acción concreta.
Cuando uno lee a Dostoievski, ese gran psicólogo al decir de Nietzsche, percibe la preocupación por explicitar con toda claridad la historia que ha llevado a un personaje a hacer lo que hizo; véase la de Smerdiakov, hijo de Fiodor Karamázov fruto de una violación y que mató a su padre, tras muchos años de acumular odio en su interior. Lo que interesa al escritor ruso es la culpa heredada, la responsabilidad histórica, aquella que nos persigue sin ser conscientes de la misma, pero que actúa en el mundo sin que los actores lo sepan. No se trata de una realidad mística que estaría actuando en medio del mundo desde un más allá que intenta saldar deudas pasadas, nada de eso. Se trata de una especie de meme ético que configura el mundo en que vivimos y que debemos ser conscientes del mismo para curarlo; hay que expiar el pasado para que los demonios pasados no sigan atormentando al mundo presente. De la misma manera, hay que evitar cargar a las generaciones futuras con culpas presentes que se enquistarán y pesarán como una losa ignota en el futuro. En este sentido, es necesario hacer una labor de recuperación de la memoria de lo que hemos sido, es inútil ocultarlo, y una pedagogía que permita a nuestros hijos saber quiénes son y de dónde vienen. Nosotros, hoy, somos fruto, consciente o no, de lo que hicieron nuestros predecesores. Por ejemplo, somos herederos de la barbarie colonizadora de occidente en África, Asia y América. De la misma manera que nos hemos beneficiado del expolio cometido durante quinientos años por nuestros predecesores y que es el fundamento de parte de nuestros bienestar, también hemos heredado la culpa por todo aquello y hemos de expiarla de forma precisa.
Las acciones de hoy también están generando una culpa heredada en las generaciones futuras. Lo que hacemos en Libia, en Somalia, en Kenia, en Ikak, en Afganistán, o en en el Ártico, tiene consecuencias para el futuro, consecuencias que derivan responsabilidades, responsabilidades que generan culpas, culpas que perseguirán a nuestros hijos sin ellos saberlo, a menos que desde hoy les hagamos conscientes de su responsabilidad por lo que nosotros hacemos. Y si alguien cree que ellos no son responsables, que se escuche a sí mismo cuando legitima lo que hace, "por el bien de mis hijos". Pues, lo que haces por su bien, también lo haces por su mal. Si lo hacemos por ellos, ellos también cargarán con las consecuencias.
*Para Darío y Hugo, con esta canción de Víctor Jara.
2 comentarios:
Me temo que la responsabilidad que hoy prevalece es la que calificas de utilitarista, acorde con ese sujeto post-moderno que todo lo centra en la búsqueda del propio placer y del propio beneficio. Pero lo que me interesa comentar hoy de tu post es que tu reflexión podría servir para actualizar la vieja doctrina del viejo dogma del pecado original. Vieja doctrina que bien presentada pudiera tener una gran actualidad, como me parece que se puede deducir de tu escrito.
Sí, Martín, todo el que viene a este mundo carga con una deuda, de la misma manera que carga con un bien, el de la vida. El problema es que unos heredan las fortunas y otros los infortunios, de ahí la responsabilidad sin fin por todo. Esto es lo que el dogma del pecado original nos quiere decir hoy y su valor.
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