martes, 29 de noviembre de 2011

Mil millones en un segundo

En nuestro libro Un mundo en quiebra, hemos explicado el proceso que ha llevado al capitalismo a una vorágine destructiva sin parangón en la historia de la humanidad. Allí explicamos el proceso de la mano de uno de los ideólogos de estos tiempos, Luttwak, quien denomina la última mutación del sistema económico imperante turbocapitalismo. A partir de la página 54 del libro lo explico así:
Al capitalismo que nace en los años noventa tras la caída de los supuestos comunismos se le da el nombre de capitalismo globalizado por el hecho de que ya no hay nada que le impida extenderse a la globalidad del planeta y llegar hasta los más recónditos y oscuros lugares del globo. Es una fase de desarrollo del capitalismo diferente del que nació en la segunda guerra mundial y tiene unas características que lo acreditan para otra denominación, nosotros hemos encontrado la denominación de Luttwak, un ideólogo del neoliberalismo que nos define así el turbocapitalismo:
«Lo llaman el libre mercado, pero yo lo denomino capitalismo turboalimentado o, por la brevedad del término, turbocapitalismo, pues se diferencia mucho del capitalismo estrictamente controlado que surgió en 1945
y se mantuvo hasta la década de los ochenta, de aquel que trajo la sensacional novedad de la opulencia a los habitantes de Estados Unidos, de Europa occidental, de Japón y de todos los países que siguieron este camino».
Jugoso el texto, ¿verdad? Nada de lo que dice tiene desperdicio. Primero la diferencia con el capitalismo precedente, un capitalismo controlado por el estado nacional. Segundo las consecuencias que tuvo en occidente: la opulencia. Tercero, lo que omite o sobreentiende: los que no han adoptado este sistema no han logrado la opulencia. Por qué no han seguido este camino, porque son tontos o han tenido mala suerte. Se habrían enriquecido pero han perdido la oportunidad. La opulencia podría haber llegado a todos.
Nuestro autor, empresario a la vez que ideólogo, tiene un fondo calvinista. Los que triunfan es porque han sido elegidos por Dios para el triunfo; los que fracasan, han sido predestinados al fracaso. El capitalismo es el más justo de todos los sistemas porque es el que da a cada cual lo que se le debe dar según su esfuerzo, capacidad y suerte. El turbocapitalismo es la aceleración de este proceso:
«Lo novedoso del turbocapitalismo es sólo una cuestión de grado, una simple aceleración del cambio estructural sea cual sea el ritmo de crecimiento económico».
La causa de este cambio estructural acelerado ha sido la retirada del estado de todos los ámbitos en los que intervenía anteriormente. En el económico, social, ideológico y hasta en el político. Esta retirada del estado se manifiesta de forma más patente en tres ámbitos económicos: la propiedad pública, la planificación central y la dirección administrativa.
La propiedad pública ha sido, sistemáticamente privatizada, en algunos casos regalada al sector privado con el fin de obtener por parte del gobierno alguna prebenda, como ha sido el caso en Iberoamérica, donde las privatizaciones han beneficiado a los políticos de turno y han perjudicado al país entero. No se entiende de otra forma que las empresas de extracción de petróleo o gas se estuvieran embolsando el 82% del beneficio y el país anfitrión y propietario de los recursos únicamente un 18%.
La planificación central ha sido abandonada por inútil e ineficiente para la economía capitalista. Nos dicen los neoliberales que ningún grupo de personas puede adivinar la demanda que habrá en el futuro, incapaces de saberlo, si no es por casualidad, los planificadores lo que harían sería ordenar una producción demasiado elevada de ciertos artículos mientras que de otros habría escasez lo cual provocaría despilfarro de recursos e ineficiencias de la producción. Esto es claro pero no nos dicen que la planificación privada, que es más fuerte y totalitaria, no prevé la demanda futura, la induce y provoca mediante campañas publicitarias y de otras maneras de menor catadura moral aún. Es un dogma no explicado pero sí impuesto y aceptado en el turbocapitalismo que la planificación debe ser a nivel privado empresarial, nunca a nivel estatal como proponen los keynesianos.
La última de las causas del nacimiento del turbocapitalismo, según Luttwak, reside en la globalización, que este autor reduce a la dimensión meramente tecnológica e informacional, es decir, la interconexión de todos los mercados mundiales convertidos en un único mercado a causa de las tecnologías de la información y la comunicación. Utiliza una imagen interesante para referirse al proceso de globalización en tanto que interconexión de mercados:
« […] la globalización [es] la tan aclamada unificación de los charcos, estanques, lagos y mares de los mercados locales, provinciales, regionales y nacionales en un único océano económico. Con esto, los anteriormente protegidos mercados de esos charcos, estanques, lagos y mares están expuestos a los maremotos del cambio del comercio global y de las aún más volátiles finanzas globales, de sus masivos flujos y reflujos de capital».

Como estamos viendo hoy, estas palabras se cumplen de manera precisa, punto por punto. Las finanzas se han hecho dueñas de la economía y el turbocapitalismo no es sino la aplicación financiera de la máxima del lucro a cualquier precio. Para ello se ha inventado un sistema informático, las transacciones del alta frecuencia, que es capaz de ejecutar 10.000 operaciones de compra y venta en 6 segundos, de forma automática mediante un simple algoritmo. Es el ordenador el que decide qué, cuándo y cuánto comprar o vender, o ambas cosas. Lo tenebroso de todo esto es que los ordenadores están cargados con una máxima: ganar más, mucho más siempre y cuanto antes. Y la aplican maravillosamente, aunque el mundo se hunda, eso no le importa al ordenador. Las transacciones de alta frecuencia permiten ganar mil millones en un segundo, pierda quien pierda y pase lo que pase. Es para echarse a llorar, este turbocapitalismo financiero 4.0.

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