Nos acercamos a paso firme hacia un mundo dominado por la barbarie más crasa, por la más impúdica forma de dominio: aquel que se ejerce con la anuencia de los dominados. El modelo imperial vigente no ceja en su empeño de enlodazar cualquier lugar del mundo del que no pueda obtener rédito. La máxima es si no estás conmigo te hundirás en la destrucción controlada. No hay alternativas y cada vez los pocos que se oponen al Imperio tienen claro que solo duplicar la apuesta les puede salvar. Véase la loca e infame carrera hacia la nada que ha emprendido el joven dictador norcoreano; loca carrera que es la única opción que el Imperio le deja, o eso o someterse. No parece que en un mundo de supuestos iguales sea esa la única forma de organizarse. Pero lo peor lo vemos en cómo se extiende de manera imparable el desastre planificado en aquellos países donde los intereses imperiales son más acuciantes. El caso de Siria, como ayer de Libia y antes de ayer de Irak, nos pone antes las puertas del infierno humano más brutal, menos maquillado.
La intervención en Siria está regida por la necesidad imperiosa de obtener el escaso petróleo crudo que va quedando en el planeta. Ante una producción menguante de crudo, este año apenas se llegará a 75 millones de barriles diarios, cuando se necesitan más de 90, Estados Unidos, deficitario neto y consumidor de más del 25% del petróleo mundial, necesita asegurarse las fuentes de recursos escasos energéticos. En 1998, poco antes de llegar al poder, los neocon ya había pergeñado un plan para revitalizar el Imperio americano, son sus mismas palabras (ver enlace), removiendo todos los obstáculos para que eso se produzca. El primer obstáculo identificado es el de los recursos energéticos y el primer objetivo era Oriente Medio. Tenían que conseguir que todo el petróleo de esa zona, un tercio de la producción mundial, quedara bajo su control. Así, con la excusa del 11S se lanzaron a la conquista del territorio, dejando bajo su dominio Afganistán e Irak y preparando el terreno para la intervención en Irán. Pero Irán es peligroso. Un ataque directo bloquearía durante meses la salida de todo el petróleo de la zona y eso supondría un colapso general. Para evitar esto había que pasar al plan B.
Una vez que Irak tiene capacidad de producir 4 millones de barriles, se trata de obtener una vía alternativa para sacar el petróleo sin pasar por el Golfo Pérsico: Siria es la opción. Se trata de construir un oleoducto que saque el petróleo de Irak a través del norte de Siria hacia un puerto del mediterráneo controlado por Israel: Líbano. Tras la última guerra del Líbano, Israel aseguró el dominio de la zona y se convierte en el garante de su seguridad. El problema es que el régimen sirio no es proclive a negociar eso y hay que derrocarlo. Aquí entra Arabia Saudí en el plan. Mediante la infiltración wahabista se pretende crear una fuerza interna del Islam que mine su poder. Los mercenarios salafistas y Al-Qaeda, financiados por la casa Saud y armados por la inteligencia americana, están poniendo en jaque al gobierno sirio e intentando gestar un cambio de régimen, afín a los intereses imperiales. De no poder derrocar al gobierno sirio se intentará una opción a la Libia: intentar declarar una zona de exclusión aérea que permita dividir el norte del país para poder servir a los intereses petrolíferos.
Una vez que Siria quede asimilada, sea por derrocamiento o por división del país, se puede tranquilamente atacar Irán sin el peligro del corte del flujo energético. Es la siguiente pieza de este dominó trágico y domoniaco que no sabemos dónde acabará. Aunque sí sabemos que la locura en la que ha entrado el Imperio en sus estertores tiene parangón en otros imperios que ha habido a lo largo de la historia. Esto no puede ser sino el comienzo del final del Imperio, lo que nos tememos es también lo sea de la propia civilización, pues no se ve ningún atisbo de respuesta a esta barbarie establecida que nos conduce al desastre humano generalizado.
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