Los bancos de tiempo son un ejemplo de economía del don |
Creo que es fundamental modificar la ideología que ha convencido a la mayor parte de la población que el modelo capitalista es el único posible y viable, tras los fracasos estrepitosos de los modelos socialistas. Pues no es así. Los distintos socialismos adolecían del mismo mal que el capitalismo: centrarse en el productivismo y la búsqueda del lucro, aunque fuese social. Este mal aqueja a ambos modelos porque los dos son hijos del mismo modelo general, que a su vez pende de la misma consideración de la historia y la sociedad. Ambos pretenden que el hombre se construye a base de producir y, supuestamente, progresar. En uno de los capítulos de No podéis servir a dos amos. Crisis del mundo, crisis en la Iglesia (páginas 180-182) relato el proceso que nos lleva al capitalismo desde la economía del don. Conocer este proceso nos puede liberar de la falacia ideológica. Invito a su lectura a continuación.
La verdadera economía humana no es la economía capitalista,
como se han encargado de hacernos creer los ideólogos del sistema,
principalmente los medios de comunicación de masas, sino que tiene más que ver
con cierta estructura social. Si miramos con detenimiento la historia de la
humanidad vemos tres modelos básicos: el imperante actual es la economía de
mercado, anterior a este había una estructura mercantilista que nació de las
estructuras medievales. Pero la primera forma de economía y la más extendida en
todo el mundo fue la que podemos denominar como economía del don. Con este
término me refiero al modelo económico que estuvo vigente desde el paleolítico
hasta el siglo XVIII. Es un modelo económico basado en las relaciones
personales dentro de un ámbito social que las modula. No se centra en la
creación de riqueza y menos en la producción de beneficios. Los únicos
beneficios que produce son sociales y culturales.
Esta economía del don se organiza en torno a dos principios
básicos: reciprocidad y redistribución. La reciprocidad establece que cada cual hace por otro lo que otro hará
después por él. El padre hace por los hijos, lo que los hijos harán por él
después. O la mujer hace por los hijos de otra mujer lo que después esta hará
por los de ella. Este principio exige simetría,
es decir, cada persona, cada familia, cada grupo, o cada tribu, tiene un par
simétrico con el que establece las relaciones de reciprocidad.
El principio de redistribución
implica que lo conseguido o producido por el grupo pertenece al grupo y no al
individuo. Si el grupo sale de caza, ésta no pertenece al que cobra la pieza,
sino que se lleva a la comunidad donde impera otro principio que hace funcionar
la redistribución, es la centralidad: uno del grupo, sea el jefe,
el curandero, el sacerdote o el sabio, se encarga de redistribuir los recursos
que el grupo ha obtenido. Entre estos dos principios se organiza una economía
donde se produce lo que se necesita, se distribuye con algún criterio
igualitario y se intercambia sin tener en cuenta ningún tipo de valor de
cambio, sino el mero valor de uso de cada objeto o producto. Es una economía
del don y no del beneficio.
Este modelo ha estado vigente como tal hasta bien entrada la
Modernidad; mezclado con el modelo mercantilista, va a perdurar varios siglos.
Aún hoy, en comunidades cerradas o entre familiares, sigue siendo utilizado. El
motivo es patente: es el modelo más humano posible; en él es el hombre y la
sociedad la que organizan la economía y no ésta a la sociedad.
El modelo mercantilista nace en el momento en que los
estados nación se encargan de organizar los mercados internos y de regularlos
con el fin de obtener el beneficio generado. El mercado, como medio de
intercambio de productos, ha existido desde que nació la sociedad agraria
sedentaria. Si los grupos no nomadean, se requiere de una estructura, más o
menos permanente, para organizar el intercambio de productos. Estos mercados
siempre están perfectamente regulados y controlados, sea por la autoridad local
o por la autoridad nacional. Se regula desde los productos que pueden ser
intercambiados, los agentes encargados de ello, los precios de cada producto y
la calidad del mismo.
Se ha podido constatar la existencia de fuertes regulaciones
para el establecimiento de los intercambios en las culturas más primitivas. En
ellas se considera peligroso este intercambio, de ahí la existencia de tabúes
que controlan los mercados para impedir que éstos fagociten a las ciudades o a
las relaciones de los grupos humanos. Se trata de mantener a los mercados a
raya, bajo el control de la sociedad. Bien sabían que estas relaciones
económicas podían llegar a controlar a las relaciones sociales. Están
documentadas normas muy estrictas para una amplia casuística: muerte violenta o
no en el mercado, parto, reyertas, incendio. Todo supone un peligro y debe
estar bien regulado[1].
Los estados-nación, como España, Francia o Gran Bretaña,
instituirán la economía mercantilista mediante la organización de los mercados
y su férreo control. Esto dejará la estructura tradicional de producción,
modificando únicamente la redistribución.
Ahora será la autoridad estatal la encargada de redistribuir en su propio
beneficio todo lo que se produzca. Pero habrá un progresivo desarrollo de la
independización de los mercados del control estatal y su paulatino control por
los burgueses. Aquí está el origen de la economía de mercado tal como hoy la
conocemos. Durante los siglos de transición de la Edad Media a la Edad
Contemporánea, van a coexistir los dos modelos económicos. Mientras que se
mantenía el modelo de producción de la economía del don, en el que se pueden
incluir las relaciones de dependencia medievales, nacía el modelo del mercado
regulado por el estado. La posterior deriva burguesa de los mercados hará nacer la
economía liberal con Smith y sus secuaces.
El nombre de liberal ya nos indica a qué se refiere: liberar
a los mercados para que organicen la vida social, reducir la sociedad a la
economía y controlar esta por unos criterios objetivos. Ha nacido la economía liberal capitalista, precisamente
en el momento en el que se liberan
las tierras y las personas de sus relaciones anteriores y entran en las
relaciones de mercado. Ahora todo será regulado por el mercado, no sólo el
precio del producto, a lo que estaba reducida la labor del mercado en la
economía del don, sino también el precio de la tierra y otros bienes comunes y,
peor aún, el precio de los seres humanos, es decir, de su trabajo. Esta
circunstancia nos pone ante los dos siguientes puntos que hay que analizar para
comprender la Globalización: mercantilización y devastación.
[1]
Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro
tiempo, FCE, Buenos Aires 2007, 111-112.
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