jueves, 11 de diciembre de 2014

Anorexia ascética

'En estas entrañables fechas', así comienzan muchos de los hueros discursos que vamos a escuchar para alentar el consumo desaforado de productos de todo tipo. Los medios de comunicación se hacen eco de los resultados positivos de las compras de Navidad. Tanta gente se va de puente, tanto otra llena las calles, la euforia consumista no para y todo para rendir merecida pleitesía al ídolo sagrado del sistema económico imperante: el dios Consumo. Sí, no es el dinero, medio al fin, sino el Consumo, la deidad que puebla los rincones más recónditos del planeta. Consumir es lo que hace que la rueda del productivismo siga funcionando, tragando a su paso bosques, océanos, selvas y seres humanos. Consumir para consumar el acto mismo de consumir, en un ciclo infernal que nos lleva hasta la nihilización plena y pura del ser humano. Esta nihilización tiene, cual Jano posmoderno, dos caras: una, la feliz, llena de luz y guirnaldas; la otra, la mugrienta y callada, la de aquellos que pasan jornadas interminables amarrados al potro de tortura más vil jamás creado por el hombre: la necesidad de sobrevivir. Para sobrevivir, muchos debe trabajar 12 y 14 horas diarias los siete días de la semana, como no les alcanza para subsistir, deben dar o vender a sus hijos para que entren en el 'molino de sangre' del capitalismo, que dijera Polanyi. Aquéllos, felices, encerrados en la caverna de las luces y los plasmas; éstos, miserables, encerrados en la averno del sufrimiento y la muerte; todos, anclados a una falacia vital que se les impone sin más remedio.

Sin embargo, hay salida, puede hacerse algo para evitarlo. Nada impide que tú, hoy, decidas decir no, un santo decir no nietzscheano, para que la rueda de la vida comience de nuevo a girar y el molino satánico deje de moler cuerpos y almas, vidas y anhelos. Una vez más, ha sido el papa Francisco el que ha puesto el dedo en la llaga. Como viene siendo habitual en él, sabe acertar con los problemas centrales de la sociedad global sin perder de vista la realidad concreta de los que sufren cada día. Francisco demuestra no sólo conocimiento de los hechos, sino también cómo se debe actuar para transformarlos. Piensa global y actúa local, este ha sido el lema de todos los movimientos sociales de transformación que en los últimos cuarenta años han surgido por doquier en el planeta y Francisco demuestra haber aprendido perfectamente el procedimiento. Primero se analiza el funcionamiento del sistema global para conocer las causas que producen el sufrimiento, pero acto seguido se dan propuestas que podamos llevar a cabo en el ámbito local, cercano, personal. Esto es lo que ha hecho Francisco con la cuestión de la esclavitud. Primero lo analizó con sus colaboradores y propuso que las religiones se comprometieran con esta lacra tan actual. Sin embargo, eso no es suficiente, ahora nos pide “no compren productos hechos por los esclavos modernos”. Sabe perfectamente que a nivel individual nadie tiene el poder de acabar con la esclavitud, pero la esclavitud existe y se extiende gracias a que es rentable para quienes se lucran de ella, por eso mismo hay que cortar el flujo lucrativo, hay que dejar de consumir productos que proceden de trabajo esclavo o forzado.



Muchos dirán “yo no sé qué productos son esos”. Como ante la ley, su desconocimiento no exime de su cumplimiento. Comprar es un acto moral, aunque el ultraliberalismo se empeñe en decirnos lo contrario, es un acto del hombre, como diría Santo Tomás, y por tanto moral, o inmoral. No sirve escudarse en el yo no lo sabía. Como mucho, el desconocimiento puede eximirnos de la culpa, pero no de la responsabilidad. Seguiré siendo responsable de mis actos aunque estos sean inconscientes. Si compro un producto que sé que ha utilizado mano de obra esclava, especialmente infantil, como Nike, soy cómplice del crimen; si desconozco este origen soy ‘colaborador necesario’, pues la rueda de la esclavitud continúa girando con cada producto consumido, con cada unidad que desaparece de una estantería. Nos pueden obligar a muchas cosas, pero a consumir nadie puede obligarnos. Debemos avanzar hacia una anorexia ascética que nos libere de la esclavitud del consumo. Aunque hay una responsabilidad política, no podemos escudarnos en ella para no hacer lo que nos toca. Hoy toca, como ha dicho Francisco, no consumir productos fruto de la esclavitud.

Como dijera Jaspers a sus compatriotas alemanes tras la Segunda Guerra Mundial, tenemos una culpa metafísica por el hecho de que exista esa esclavitud, que se ve agravada por la culpa política por no evitar que se produzca, y empeorada por la culpa moral si adquirimos esos productos. Sólo una metanoia global nos salvará de la culpa metafísica y política, pero de la culpa moral nos salvamos nosotros mismos si nos informamos y no consumimos productos elaborados con mano de obra en condiciones de esclavitud. Nosotros, con nuestro ejemplo alegre y orgulloso, podemos irradiar esta verdad que nos salva del pecado de este mundo y así conseguir que otros lo vean factible.
Todo es posible para quien quiere hacerlo. Podemos reducir el consumo limitándolo a lo necesario y también podemos, realizar un consumo responsable que beneficie a quien produce bien y castigue a quien lo hace mal. Si a la hora de adquirir una prenda lo hago con criterios de justicia y equidad, estaré premiando a quien pone en el mercado un producto honrado y penalizando a quien no. Esto hará, por sí mismo, que desaparezca la esclavitud laboral.

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