miércoles, 22 de abril de 2015

La ideología gnóstica del Mercado

La ideología de Mercado es el más potente aparato de control de opinión y pensamiento que se haya establecido nunca sobre la tierra. No es difícil conocer el motivo: los beneficiados por esta estructura de producción y distribución disponen de ingentes recursos para torcer voluntades e inclinar a su favor cualquier cuestión que surja. Empezando por las grandes corporaciones, que controlan los mercados mundiales de materias, bienes y servicios, continuando por las entidades financieras, vinculadas a las grandes corporaciones, que controlan los mercados de divisas, préstamos y movimientos de dinero, y concluyendo por las instituciones y Estados que regulan el sistema de Mercado mundial, todos ellos ponen enormes recursos en funcionamiento para conseguir que las máximas de la libertad irrestricta de 'los mercados' no tengan ningún tipo de cortapisa. De esta manera, han conseguido imponer en nuestras mentes la idea de que el Mercado es el que más y mejor puede proveer bienes y servicios a la humanidad, con el mínimo coste y el máximo beneficio posible para el conjunto de la sociedad. Esta ideología la imponen en el sistema educativo de los países y se aplica con fórmulas al estilo del Informe Pisa, que reduce la educación a una mera cuantificación de conocimientos. Además, el resto de instituciones y empresas aplican sin rechistar tal ideología, de modo que está extendido entre la gente y, sobre todo, en los medios de comunicación, verdaderos transmisores de la ideología, que cualquier cosa que quiera solucionarse se hará mediante su mercantilización.

Esta ideología se ha infiltrado también en el discurso de cierto cristianismo, especialmente el anglosajón de raíz protestante, pero también en el discurso oficial de algunos prelados y en grupos católicos que se distinguen por su cercanía con el neoliberalismo. Torciendo la Doctrina Social de la Iglesia, vienen a decir que el Mercado es un buen instrumento para la generación de bienes y servicios y su distribución. No es así, como cualquiera que conozca la DSI sabe, pero tampoco lo es desde la misma lectura del Evangelio y la aplicación de los Padres de la Iglesia. El Mercado es el trasunto moderno, capitalista, del dios Mammón, el dios de la riqueza, al que no se puede servir junto al verdadero Dios. Cuando los cristianos caen en el servicio del dios Mercado, están traicionando a Dios y son servidores del egoísmo, la avaricia y la injusticia. Servir al Mercado es transformar la realidad entera en un instrumento para el enriquecimiento y la destrucción de la naturaleza y el ser humano. Ni el hombre ni la Tierra pueden ser mercancías que entren dentro del proceso de compra y venta. El capitalismo necesita mercantilizar al hombre y a la Tierra con el fin de privatizar las riquezas producidas en beneficio de aquellos que detentan el capital. El Mercado es el instrumento del capital para convertir todo en lucro apropiable por unos pocos. El Mercado es el arma para cometer el crimen y por eso debe ser denunciado y combatido.

Cuando los cristianos se dejan encandilar por el capitalismo no hacen otra cosa que volver a la primera de las herejías que fueron combatidas por los Padres de la Iglesia: el gnosticismo. San Ireneo lo deja muy claro en su crítica a los gnósticos: ellos creen que existe un dios malo que ha creado el mundo y por tanto el mundo es malo, junto con el hombre mismo. Nosotros creemos que el hombre y el mundo han sido creados buenos por un Dios Bueno. Esta es la diferencia radical entre los gnósticos y los cristianos. Había dos tipos de respuesta gnóstica a esta situación de maldad esencial del hombre y el mundo: la primera, minoritaria, era la ascética rigorista, que se aparta de todo lo creado por ser malo para buscar la salvación por la ascesis; la segunda, que según Hans Jonas es la que identifica la gnosis con el existencialismo del siglo XX, es la nihilista, especialmente de corte hedonista. Aunque resulte paradójico, los gnósticos pensaban que había que dejar la materia a la materia y permitir que el cuerpo caiga en todos los vicios posibles. El alma, como el oro en el barro, no se corrompe, si tiene el conocimiento, gnosis, de la verdad revelada.

La ideología de Mercado es un remozo de la gnosis nihilista en el mundo moderno capitalista. Esta ideología, hija del calvinismo según la tesis weberiana, presupone una naturaleza humana depravada absolutamente por el pecado (según los gnósticos antiguos el alma es una chispa divina atrapada en la materia corrupta) y una realidad mundana corrupta en sí misma. Esta doble corrupción, del hombre y del mundo, permite reducir la condición material humana y mundana a mero instrumento para la obtención del máximo beneficio posible para el grupo de los que tienen la gnosis, el conocimiento de cómo funciona el mundo. Ese grupo de elegidos son, por supuesto, los poderosos, los enriquecidos, las élites de este mundo. Ellos han recibido la revelación de la maldad radical del mundo y la necesidad de someterlo para salvar la parte salvable: en los gnósticos antiguos es el pneuma como chispa divina, en los gnósticos capitalista adoradores del dios Mercado es la élite social.

La ideología gnóstica del Mercado ha infectado toda la sociedad y todos nos sometemos a ella cuando aceptamos que las cosas deben ser así. Los cristianos, pero especialmente los católicos, tenemos un grave deber de combatir esta ideología mercantilista del capitalismo por ser la mayor agresión contra la propuesta del Dios de Jesús, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de los Padres de la Iglesia, el Dios de los pobres. Como en el siglo segundo y tercero, necesitamos que los dirigentes eclesiales se posicionen con claridad contra este herejía filtrada en el rebaño y que es defendida por prelados, medios de comunicación supuestamente católicos y grupos de presión que dicen defender a la Iglesia. Allá donde se detecte, debe ser desenmascarada, combatida y expulsada de la Iglesia, sea en un partido político, sea en un medio de comunicación, sea en una empresa o sea en una institución. Nos jugamos mucho en este combate. Así lo sabía San Ireneo y por eso escribió Adversus haereses; hoy necesitamos un Adversus novae haereses.

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