jueves, 4 de junio de 2015

Vacunas y chantaje emocional

Vaya por delante que mis hijos han sido vacunados según el calendario oficial vigente (excusatio non petita...). Sin embargo, eso no quiere decir que tenga muy claro que sea lo mejor para ellos y para la sociedad. El caso del niño ingresado en la UCI por difteria (mi apoyo total a esos padres), a causa de no haber sido vacunado, según nos dicen, ha destapado la caja de los truenos contra los que han sido llamados "antivacunas". En los medios de comunicación se ha lanzado una campaña de desprestigio e insultos contra unos padres que seguro que querían lo mejor para sus hijos, como todos lo queremos, y que se habrán visto ante la necesidad de elegir entre dos males. Sí, hay dos males aquí implicados: el mal de no vacunar y el mal de vacunar. ¿Y, porqué es esto así? Pues, porque el sistema de vacunación y la medicina implicada no responden a la lógica de la salud pública únicamente, sino que responden también a la lógica mercantil. Aquí es donde está el problema.

A pesar de haber vacunado a mis hijos de todas y cada una de las vacunas que recomienda el calendario oficial de vacunaciones, tengo serias dudas sobre la bondad del modo como se ejecuta. Comparto la necesidad de establecer un calendario de vacunaciones, con vacunas contrastadas por su eficacia y con escasos o nulos efectos adversos. Este es el caso de la difteria, una vacuna muy probada y con casi ningún riesgo. El problema está en que el formato en el que se administra junto con otras dos vacunas: tétanos y tos ferina. Para que el compuesto sea estable y tenga un larga fecha de caducidad se añaden conservantes y adyuvantes que incluyen aluminio y mercurio, elementos potencialmente cancerígenos y que ya han provocado la muerte de varios niños y efectos secundarios muy peligrosos. No es la vacuna en sí el problema, entiéndaseme bien, es el formato y los elementos espurios añadidos a la vacuna. 

Cuando tuve que vacunar a mi hijo pequeño iba decidido a no hacerlo si la vacuna que me ofrecían en el centro de salud era Infanrix, pues hay constancia de algunas muertes asociadas a este compuesto (no a la vacuna, insisto). Gracias a Dios, era otra marca, aunque eso tampoco asegura nada; las fórmulas son muy parecidas. Esto es así porque la lógica que impera es la comercial, la misma lógica que la ingeniería financiera de los CDS, donde metían en el mismo paquete hipotecas de gran calidad e hipotecas basura, con el resultado que todos conocemos. Aquí sucede lo mismo. Meten en el mismo paquete la difteria, una vacuna de gran calidad, con otras dos menos ventajosas y así colocan más producto. Incluso, Infanrix tiene una vacuna hexa, donde introduce seis de golpe.

Los padres estamos siendo chantajeados emocionalmente por el complejo farmacéutico con la complicidad de las autoridades sanitarias. ¿Qué padre o madre se negaría a dar lo mejor a su hijo? ¿Quién no querría evitar un sufrimiento innecesario a su retoño? ¿Acaso alguien le haría daño intencionadamente a sus hijos, como se ha sugerido con el desgraciado caso del niño con difteria? Lo que sucede es que los padres somos sometidos a un constante chantaje en el que se nos dice que si no vacunamos a nuestros hijos somos malos padres y responsables de lo que les suceda. Esto último es evidente. Tan responsables somos de que contraigan una enfermedad peligrosa por no vacunar, como de que la contraigan por vacunar. Si mi hijo sufre los efectos adversos mortales de los adyuvantes de las vacunas, ¿quién me quitará la pena por su pérdida? Yo soy responsable siempre de mis hijos. Por eso, respeto profundamente a aquellos padres que no vacunan y los entiendo, aunque yo he optado por vacunar

Mientras no se elimine la lógica comercial en el asunto de las vacunas, estará justificado que los padres tengamos dudas sobre ellas, no sobre la eficacia de las vacunas en sí, sino sobre el modo cómo se presentan y las estrategias de su venta. El ejemplo más claro es la vacuna del papiloma, una vacuna que se ha extendido sin tener todavía claro cuáles son los efectos adversos. Son muchas las niñas afectadas por este vacuna de cuya utilidad dudan muchos expertos y que sólo ha supuesto un pelotazo económico para las empresas, sin demostrar suficientemente su utilidad. Por mi parte, he de confesar que la vacunación de mis hijos la realicé como un acto de fe, pidiendo para que no hubiera efectos adversos, pues no podía fiarme de las explicaciones médicas y científicas, contaminadas por la lógica del lucro comercial.

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