viernes, 4 de septiembre de 2015

Por sus frutos los conoceréis: populismo y Evangelio.

Los lectores asiduos de la Biblia y los cristianos que asisten regularmente a la Eucaristía saben perfectamente de qué se habla cuando se cita el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, especialmente los versículos que siguen al 31. Se trata de un texto incontrovertible, pero del que se han hecho innumerables lecturas conciliadoras con el orden social existente en cada época histórica. Sin embargo, su lectura no deja muchas dudas de qué quiere decir el evangelista por boca de Jesús mismo. El texto es conocido como 'El juicio final' o 'El juicio de las naciones'. En su parusía, o segunda venida, Jesús, el Hijo del Hombre, pondrá ante sí a todos los pueblos, a todas las gentes y los separará: unos a su izquierda y otros a su derecha. Entonces, dirá a los de su derecha (de aquí se han hecho lecturas ideológicas que no vienen al caso) 'Venid a mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber, fui extranjero y me acogisteis', etc. Estos preguntarán cuándo hicieron tales cosas y el Hijo del Hombre les dirá que cuando lo hicieron con los sus hermanos más pequeños, con Él lo hicieron. Es evidente que el juicio se establece sobre cómo se ha actuado con los que sufren desgracias. El juicio no se establece sobre criterio morales abstractos, sino sobre actos concretos. Cuando se ayuda al que lo necesita, se está ayudando al mismo Dios, y en esa ayuda o negación de la misma está el juicio de cada uno.

En ningún caso dice el texto que la ayuda esté condicionada: a los familiares, amigos, correligionarios, etc. Se trata de una ayuda desinteresada y casi a ciegas. Se ayuda porque duele la situación del otro que sufre, porque te duele el alma. O, como dice el propio Evangelio, se revuelven las entrañas y tienes que actuar. Esto es lo que sucede hoy con la ingente cantidad de personas que huyen de una guerra de la que no son culpables, buscando para sus familias un lugar seguro donde no vivan el horror de la barbarie que Europa ha ayudado a crear con sus políticas militares y estratégicas. Sin embargo, Europa, tan presta a apoyar bombardeos aéreos y vender armas a las partes en conflicto, apenas es capaz de responder ante una crisis humana que ella misma ha ayudado a generar. Los gobiernos europeos se pasan la patata caliente y dejan tirados en la cuneta, sin ningún tipo de asistencia, a los extranjeros que llaman a nuestra puerta pidiendo auxilio. Gracias a Dios, son los pueblos los que reaccionan. Las penurias de estas gentes son menos debido a la solidaridad espontánea de miles de ciudadanos que han acudido a la llamada de los que tienen hambre, sed y necesidad de cobijo. Pero, no es suficiente. Hace falta que los gobiernos se impliquen.

En España ha sido la alcaldesa de Barcelona la primera en ofrecer su ciudad como un refugio. A esta iniciativa se ha sumado la alcaldesa de Madrid y otros alcaldes, demostrando que cuando se quiere se puede, independientemente de la situación económica o social. Sin embargo, ha sido la Iglesia la que con más fuerza a alzado su voz y ha puesto sus medios a disposición de los refugiados. Con criterio evangélico, han puesto los recursos de los obispados a disposición de los necesitados, independientemente de su procedencia o condición, sin preguntas, sólo porque lo necesitan, como lo indica el capítulo 25 de Mateo. Ahora, todos los cristianos españoles deben ir detrás en esa ayuda, poniendo lo que podamos para que sus penas se vean aliviadas. 

Resulta paradójico que en esta iniciativa de la Iglesia estén unidas las fuerzas políticas que tradicionalmente se consideran lejos de la misma. No han sido las opciones democristianas o socialcristianas las que han puesto sus recursos para la ayuda, sino los que están siendo tachados sistemáticamente de populistas por aquellos que se cuelgan la vitola de católicos. Como muy bien dice otro pasaje del Evangelio, 'por sus echos los conoceréis'. El árbol se conoce por sus frutos, no por la etiqueta que lo nombra, sino por lo que da de sí. No todo el que diga Señor, Señor, si no el que ponga por obra Su voluntad. Ayudar hoy a estos refugiados es poner en práctica el Evangelio, así lo han entendido los obispos, así lo han hecho algunos políticos.

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