La corrupción ha existido
siempre y en todos los sistemas sociales. En los regímenes totalitarios la
corrupción está en la tipología del clientelismo y del abuso de poder, pero en
el modelo neoliberal de desarrollo se ha insertado en las mismas estructuras
morales del modelo imperante. Basta citar como ejemplo la diferencia entre la
Rusia soviética y la postsoviética. Antes había una corrupción generalizada
entorno a los grupos de poder del Partido Comunista, tras la desintegración de
la Unión Soviética, Rusia se convirtió durante una década en el país más
corrupto del mundo, gracias al capitalismo salvaje que se impuso. Las
privatizaciones de empresas y el mundo de los negocios rompieron las
estructuras sociales y morales de los rusos y eso llevó a un colapso como país.
Las mafias se adueñaron de él y unos pocos magnates se hicieron con todo.
Aquello que sucedió a Rusia no fue un azar histórico,
sino que tuvo sus causas y sus causantes. Como explica muy bien Naomi Klein,
hubo una perfecta organización entre el Fondo
Monetario Internacional y Estados Unidos para crear el caos en que se
convirtió Rusia durante una década. Boris Yeltsin, ayudado por los discípulos
de los Chicago Boys, los economistas
de la Escuela de Chicago que pusieron en marcha el neoliberalismo, pusieron las
bases para que la corrupción se instalara como forma social hegemónica[1]. Todo se
hizo para que las empresas entraran en Rusia y rapiñaran cuanto había, de modo
que en poco tiempo el alma misma del pueblo estaba corrupta. Esto puede
explicar lo que vino después con Putin.
Vayamos ahora al origen de este modelo y su extensión. Para
ello nos permitimos referirnos a una obra en que tratamos ya el tema y que aquí
resumiremos muy brevemente[2]. Tras
finalizar la Segunda Guerra Mundial los países vencedores se reúnen en Breton
Woods y ponen los pilares para la economía mundial de la posguerra. Estos
pilares serán básicamente tres: el dólar como moneda mundial, el control de los
flujos financieros y la aplicación de medidas keynesianas en la economía. Esto
va a llevar al capitalismo a lo que se ha dado en llamar los treinta gloriosos, son los años de más y mejor desarrollo del
capitalismo de rostro humano que se desarrolla en Occidente como reacción al
bloque soviético. Sin embargo, tras el endeudamiento masivo de Estados Unidos
para afrontar sus guerras, Corea y Vietnam, y la ruptura de la convertibilidad
del dólar en 1971, comienza una era de crisis capitalista que tiene su corazón
en la disminución de la tasa de ganancia y en los límites del crecimiento
exponencial capitalista.
Llegados a este punto, los partidarios de una liberalización
total de los mercados y de la libertad irrestricta en el ámbito de los
negocios, toman el poder al mando de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. En
economía son los ya citados Chicago Boys
los que impondrán el modelo que tiene tres pilares: desregulación económica,
privatización de lo público y libertad de las finanzas. Con estos tres pilares
se construye la globalización que hoy conocemos y que se ha extendido a otros
ámbitos, pero que tiene en el mundo de las finanzas su núcleo duro. Se trata de
la globalización posmoderna neoliberal. No sólo es el mundo de la economía,
sino también, y aquí es donde nos interesa, el ámbito de la ética y la política,
elementos esenciales para el problema de la corrupción.
Se impone una ideología que entiende al ser humano como un homo oeconomicus, que gestiona
racionalmente sus posesiones y que mira única y exclusivamente por su interés.
La máxima de Smith se lleva al paroxismo: cada uno mira por su interés y el
Bien común se ejerce misteriosamente por una mano invisible. Se trata del hombre reducido a la racionalidad
economicista, productor y consumidor que no tiene más intereses. En el
neoliberalismo es el Mercado, el sacrosanto Mercado, quien asigna recursos,
reparte empleo, da y quita derechos y, además, es el garante de la moral. ‘Qué
es lo bueno’, preguntamos, y los adalides del neoliberalismo responden al
unísono: ‘lo que diga el Mercado’. La política ha sido sustituida por
decisiones técnicas y la ética por un automatismo del Mercado: si se vende, es
bueno.
El ser humano ha sido enucleado, vaciado su corazón y
rellenado con la ideología del Mercado. Esta ideología nos lleva a buscar el
enriquecimiento a toda costa, el crecimiento económico sin límites y a la
avaricia sin trabas. La corrupción no es ya un elemento más que podamos
eliminar en un momento dado; se trata, ahora, de una cuestión estructural y
sistémica que nos atrapa. No se trata de que existan corrupciones o
corruptelas, que en todos los sistemas las hay, es que es una corrupción
estructural del modelo neoliberal. En palabras del Papa Francisco, se trata de
un modelo de desarrollo basado en un paradigma humano erróneo, donde lo que
importa no son las personas, sino el lucro a cualquier precio. El actual
sistema económico, el neoliberalismo, es un sistema que mata[3], porque
ha impuesto un modelo en el que las personas quedan reducidas a imput de la
economía, sea como trabajadores, sea como consumidores, o sea como descartes
del proceso económico. Así, nos dice el Papa:
La cultura del relativismo es la misma patología que empuja a
una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a
trabajos forzados, o convirtiéndola en esclava a causa de una deuda. Es la
misma lógica que lleva a la explotación sexual de los niños, o al abandono de
los ancianos que no sirven para los propios intereses. Es también la lógica
interna de quien dice: “Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen
la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son
daños inevitables”[4].
El paradigma neoliberal globalizado se ha impuesto en el
mundo entero y ha impuesto su lógica, una lógica que lleva a la búsqueda del
lucro por encima de todo y al sometimiento del hombre, la naturaleza y la
sociedad a los requerimientos del mercado. Por eso no puede extrañar que la
corrupción esté tan extendida, pues la corrupción está en el núcleo de este
paradigma. El soborno o la extorsión no es sino una transacción financiera más
para obtener unos resultados, como el que hacen las empresas transnacionales a
los políticos de los países ricos en materias primas. El favoritismo, el
nepotismo o el clientelismo son los medios para obtener la sumisión de las
poblaciones a explotar. El robo o el fraude no son más que dos tipos legales a
extinguir, pues el único límite al modelo debe ser el que imponga la lógica del
mercado. Ejemplos nos sobran en lugares como Asia, América Latina o África.
[1]
Naomi Klein, La doctrina del Shok. El
auge del capitalismo del desastre, Paidós, Barcelona 2007, 331-353.
[2]
Bernardo Pérez Andreo, Un mundo en
quiebra. De la globalización a otro mundo (im)posible, Catarata, Madrid
2011. Especialmente el epígrafe “There is no alterntive: El mejor mundo
posible”, 172-180.
[3]
Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium, n. 53.
[4]
Papa Francisco, Encíclica Laudato Si’,
24 de mayo de 2015, n. 123.
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