El próximo martes 7 de febrero estaré en la Cátedra de Teología contemporánea de la Fundación Universitario Chaminade para impartir una conferencia dentro del curso "Teología desde las víctimas". Antes me han precedido gente como Pikaza o Mª Ángeles López Romero y después de mí habrá otros como Sebastián Mora o José Laguna. Se trata de un curso muy intenso sobre una realidad que no solo es de actualidad, las víctimas, sino que debe ser pensada por la Teología, que es de lo que se trata aquí. A mí se me encargó un título muy interesante "Teología y compromiso sociopolítico". Para quien quiera asistir, el acto tendrá lugar a las 19:30 y aquí dejo una pequeña introducción a mi conferencia.
Hablar de compromiso sociopolítico de la Teología puede
llegar a sonar hoy como a algo del pasado. Después del Concilio Vaticano II,
antes también, pero especialmente después, se abrió en la Teología la senda del
compromiso con el mundo, como esa categoría que había sido denostada en la
teología oficial que arrastrábamos desde mucho antes de Trento, desde
Constantino si apuramos. Se trata de un conjunto de teologías que recuperan la
experiencia humana, la carne, en medio del mundo social y natural. Hablo de las
teologías de la historia que tienen en Cullmann y Pannenberg, dos protestantes,
a sus más insignes representantes. Hablo de las teologías de la esperanza con
Moltman a la cabeza. Y también hablo de las dos principales teologías
comprometidas con la realidad social y política del momento: las teologías
políticas y las teologías de la liberación.
Para estas teologías, la categoría de compromiso está bien
asentada, pues la Teología no puede desentenderse de la realidad humana
compleja que incluye tanto lo natural como lo social, especialmente esto
último. En la sociedad se hacen los hombres tales, de ahí que el compromiso
sociopolítico sea una parte fundamental del propio quehacer teológico. No es
que el teólogo deba comprometerse como tal, eso también, sino que la misma
Teología debe adoptar un compromiso sociopolítico. En el caso de las teologías
políticas, por la emancipación de los hombres de las cadenas que lo atenazan en
la sociedad moderna. En el caso de las teologías de la liberación se trata de
liberar al hombre en tanto que pobre oprimido por una organización social específica.
Por eso, la Teología debe comprometerse con las realidades concretas a fin de
destapar, función crítica, las ataduras sociales del hombre y crear, función
práxica, las condiciones para la liberación/emancipación de los hombres. Pues
existe un «hilo invisible» que une
todas las injusticias y exclusiones de este mundo, como dijo Francisco a los
Movimientos Populares en Bolivia[1].
Este hilo es la injusticia estructural que compone un sistema que debe ser
modificado de forma estructural, de ahí que la Teología tenga la labor de
pensarlo y realizar las propuestas para su transformación.
Estas teologías han tenido muchas variantes, desde la
teología de la negritud, pasando por la teología de la mujer o la teología del
tercer mundo[2],
pero hoy, después de los largos 35 años de era juanpablista, se ha conseguido
volver a reducir a la Teología dentro del reducto académico oficial en el que
siempre estuvo apresada. Desde ahí es más fácil tener controlada la Teología,
sin que apenas pueda hacer daño alguno al orden establecido. Lejos queda la
Teología comprometida que dio origen a los escritos evangélicos, sean los
mismos evangelios, las cartas de Pablo o las de Juan. También estamos lejos de
la literatura de compromiso de los apologetas y de los Santos Padres, que casi
siempre se leen desde una perspectiva edificante sin tener presente el contexto
de persecución que había en muchos casos, solo pensemos en Juan Crisóstomo y
cómo sus escritos le costaron casi la vida.
La Teología tiene hoy una misión que cumplir, la misma que
tuvo siempre y a veces olvidó o le hicieron olvidar: hacer viable el Reino de
Dios en medio del mundo. Sí, ya sé que esto es poco académico, pero si la
Teología no es la expresión concreta de un pensamiento emancipador, liberador o
redentor, que es el término clásico, la Teología no es cristiana, será otra
cosa, será ciencia de la fe, será intellectus
fidei, pero no será intellectus
amoris o, como me gusta llamarla intellectus
teneritatis. Como he expresado en otro lugar: «la
teología debe ser un intellectus
teneritatis, un pensamiento de la ternura como clave de comprensión de la
fe y la vida de los cristianos. Toda la acción teológica puede encontrar en
esta expresión su unidad íntima. Si la teología no es la expresión de lo
esencial de la fe, y si esta esencialidad se halla en la Encarnación de Dios
hasta el extremo de la cruz, entonces no hablamos de teología cristiana, sino
de un recurso ideológico al servicio de una concepción del poder»[3].
La ternura de Dios se expresa en los dos elementos centrales
del cristianismo: Encarnación y Cruz. Dios se compromete con el mundo y con los
hombres en la Encarnación, no de su Hijo únicamente, sino de Dios mismo. La Creación es ya
un acto de Encarnación. La evolución biológica y la aparición del ser humano es
la continuación de ese proyecto encarnacional. La Encarnación del Hijo de Dios
es la culminación del proyecto, pero Dios se compromete hasta el final, de ahí
que la ternura divina llegue hasta la Cruz en respuesta al desorden del mundo,
al pecado estructural que lleva a unos hombres a oprimir a otros. Dios no hace
Teología, Dios se compromete con el mundo y con los hombres. Nosotros sí
debemos hacer Teología, pero esta Teología deberá ser comprometida, una
Teología de Encarnación y Cruz, una Teología desde la ternura de Dios.
Vemos, pues, que el concepto de compromiso debe volver a la
Teología, no solo al teólogo. Este compromiso tendrá que analizar la realidad
concreta en la que viven los hombres y en la que se expresa la fe para hacer
análisis que desenmascaren las falacias del pecado, instancia crítica, y
propongan caminos de acción, instancia práxica, para construir el Reino de
Dios, máxima expresión de la ternura divina en el mundo, según lo vivió y
expresó Jesús de Nazaret, el Hijo encarnado, el siervo sufriente, el Logos
crucificado.
En lo que sigue vamos a desarrollar nuestro argumento en
tres pasos consecutivos. En el primer paso debemos constatar la realidad de un mundo donde la Cruz es la realidad
predominante, es la sociedad delescándalo. En el segundo dirijimos la mirada hacia el quehacer de una
Teología crucificada en las realidades de este mundo, donde debe encarnar la
ternura divina. En el último paso haremos una propuesta arriesgada, como todas
lo deben ser, de compromiso sociopolítico hoy, en este mundo que vivimos, a
partir de lo que el mismo Francisco hizo suyo de los movimientos populares
reunidos en Bolivia y en el Vaticano.
[1]
Papa Francisco, Discurso a los participantes del encuentro mundial de
movimientos populares, Aula Pablo VI, 5 de noviembre de 2016, [http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/november/documents/papa-francesco_20161105_movimenti-popolari.html].
[2]
Puede consultarse con gran provecho la magnífica obra de Rosino Gibellini, La teología del siglo XX, Sal Terrae,
Santander 1998.
[3]
Bernardo Pérez Andreo, «La teología de Iglesia Viva para un
tiempo nuevo. Para una teología como intellectus
teneritatis», Iglesia
Viva 264 (2015), 79.
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