Hace ya más de diez años que un chico chileno, estudiante de medicina, se presentó en mis clases sobre crítica de la globalización posmoderna desde la perspectiva cristiana. Recuerdo que llegó y se sentó, atendió las dos horas de clase y se marchó. La semana siguiente hizo lo mismo y así durante casi todo el curso. Cuando estaba por finalizar el curso se me presentó y me comentó que andaba buscando cómo integrar su fe en un mundo que se exponía a la injusticia y que las clases le habían servido. Entablamos una buena amistad en breves ratos de conversación y al cabo de un tiempo marchó a Alemania para trabajar con su esposa. De Alemania se marcharon a Brasil y de allí a Chile, donde hoy viven con sus tres hijos. Mantenemos un contacto esporádico, pero siempre estamos presentes. René Cea Valencia, de cuando en cuando, me envía sus reflexiones, reflexiones de un creyente en medio de un mundo extraño. Dejo aquí su última misiva. Son temas que en este espacio he tratado y con los que me identifico. Sobre todo me interesa su mirada desde la otredad de Europa, desde la otredad del mundo enriquecido, desde el "reverso del ser", como diría Moreno Villa en la línea de Dussel.
Reflexión
sobre el trabajo infantil. Inspirado en la película “la Librería” de Isabel
Coixet y en una zapatilla Nike.
Pienso
que el trabajo humano surge como expresión de su espíritu, en el sentido que
este le permite relacionarse, realizarse, ubicarse, sostenerse, concretarse
como ser con y dentro de su mundo. Bajo esta perspectiva optimista y “humana”
del trabajo, bien podría aceptarse que un niño incursionara en actividades
laborales y que colaborara tempranamente por ejemplo en obtener los recursos para
el funcionamiento de su familia.
Pero
es probable que la realidad actual sea otra. El trabajo más bien aparece como
una guerra contra las personas. Cito a
Santiago Alba rico:
“El capitalismo no es, como pretenden sus
economistas, un régimen de intercambio generalizado sino un sistema de
destrucción generalizada; consiste en una guerra ininterrumpida al mismo tiempo
contra los hombres y contra las cosas. A la guerra contra los hombres la llaman
trabajo, a la guerra contra las cosas la llaman mercado; y lo que llamamos
convencionalmente “guerra” – con sus bombardeos, sus incendios, sus víctimas
mutiladas y sus escombros- no es más que una forma rutinaria de ajustar el
trabajo y el mercado”.
Es
en este escenario que me surgen dos hipótesis para intentar entender el juicio
que en nuestro medio recae sobre el trabajo infantil. La primera es que la crítica al trabajo
infantil aflora producto de una dignidad desafiada al extremo; si los adultos
son inevitablemente víctimas de esta despiadada guerra, por favor, al menos, no
ataquen a nuestros niños. La segunda es que existen intereses espurios forjando
la crítica, y al levantar el juicio al trabajo infantil y condenarlo, se busca
en el fondo legitimar la propuesta capitalista del trabajo, la destrucción
generalizada del ser humano, formalizando una normalidad impuesta e impidiendo así
su crítica profunda, tal como la espeluznante crítica al nazismo* permite hoy
en día al ciudadano alemán asumir las inmigraciones africanas dentro de una normalidad
multicultural que anula definitivamente la crítica a la cruda y así encubierta guerra
contra las diferencias. En este contexto es tan brutal discriminar a un negro o
hacer trabajar a un niño que, al juzgarlo y condenarlo, pareciera desaparecer o
anular cualquier posibilidad de racismo o esclavitud.
Pienso
que tal vez haya algo de las dos hipótesis. En definitiva, poco espíritu en
nuestras labores. Tal como Florence Green, habrá que esmerarse en no asumir la
normalidad y reclamar dignidad, para que al fin los niños puedan seguir
trabajando.
*(Pienso que el nazismo es una guerra, de
cierta forma, a favor de las diferencias. El pos-nazismo posmoderno, por
decirlo de alguna manera, es una guerra contra de las diferencias. Tras ver las
barbaries cometidas, habrá que negar la otredad, ahora somos todos iguales; eso
es la guerra contra las diferencias. De una forma u otra, el problema no son
las diferencias, lo que sobra es la guerra. Tras ver las barbaries cometidas,
concluimos que las diferencias existen y hay que asumirlas con respeto.)
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