Nunca
antes había habido una civilización que idolatrara a los ricos en tanto
clase social e individuos concretos como la sociedad actual. En las
civilizaciones anteriores encontramos que la riqueza en las élites es
una consecuencia de su valor, nobleza, inteligencia o, simplemente
destino: los dioses los han tocado para gobernar y poseer las riquezas.
Sin embargo, no se idolatra la riqueza en sí, sino que se respeta la
posición. Ser rico era una consecuencia, no la causa de la posición
social. En la sociedad moderna, desde el siglo XV, comienza a venerarse
la riqueza por sí misma y a los ricos por serlo, no por las dotes
personales, las capacidades demostradas o los valores que transmiten.
Todo esto, dotes, capacidades o valores, es secundario. Una vez que son
ricos llega la legitimación de esa posición por aquello que poseen como
personas o que supuestamente ofrecen a la sociedad, cosas como puestos
de trabajo, invención
de cachivaches tecnológicos o creaciones artísticas sublimes, por poner
unos ejemplos. La maquinaria de legitimación social de la riqueza
acumulada por los ricos funciona a la perfección, de tal modo que se ha
creado como una nueva nobleza, no a partir de las victorias en el campo
de batalla o las proezas sociales obtenidas, sino desde la mera y simple
posesión de riquezas, ya sean estas obtenidas con el esfuerzo propio,
ya por el robo y la extorsión o bien por la pura y nuda suerte.
Una de las causas de este cambio en la percepción social de las riquezas y los ricos hay que buscarla, al decir de Peter Brown, en San Agustín, quien habría modificado la posición cristiana frente a los ricos, pasando del radical “es más fácil que entre un
camello por el ojo de una aguja…” a una visión más utilitarista de la
riqueza: la riqueza se legitima en función del uso. Sin embargo, la
posición de la Iglesia no se vio alterada a lo largo de la Alta Edad
Media. La postura de Santos Padres como Ambrosio, Basilio, Gregorio de Nisa o el sobresaliente Juan Crisóstomo (el rico es ladrón o hijo de ladrón)
será la norma en la consideración de la riqueza acumulada en algunos,
que siempre es fruto de la injusticia y que no puede ser legitimada
desde ningún punto de vista. Es el advenimiento del incipiente
capitalismo en los siglos de la Reforma el momento crucial para este
cambio. Juan Calvino
dará las claves para una valoración positiva de las riquezas y de los
ricos. Dios, en su infinita sabiduría, habría predestinado a unos a la
condenación y a otros a la salvación. El hombre no puede saber si ha
sido predestinado a lo uno o a lo otro, pero existen signos externos que
pueden indicarlo, uno de ellos es la riqueza. Si te haces rico es
porque Dios te ha predestinado a la salvación. Ser rico es el signo
visible de la salvación; ser pobre, por tanto, lo es de condenación.
Como dijera Max Weber, el protestantismo está en la base del espíritu del capitalismo.
Sea
cual fuere la base de esta percepción moderna de los ricos, lo cierto
es que ayer y hoy, la riqueza es algo absolutamente precario, aunque
resulte paradójico. La riqueza de los ricos debe ser reproducida cada
día y protegida para que no se pierda. Esto lo han sabido siempre, por
eso han creado estructuras e instituciones que protejan su riqueza. Generalmente, los estados o gobiernos han servido a este fin,
junto con las leyes y, en parte, las religiones. Sin embargo, la
llegada de la democracia moderna y de la era de las revoluciones, puso
en peligro la existencia de los ricos como clase social. Mediante la
toma del poder por parte de fuerzas revolucionarias se puede,
legalmente, eliminar la riqueza acumulada por unos cuantos, de modo que
desaparecen los ricos. O bien, un gobierno democrático, como el de Roosevelt tras el crack de 1929, puede imponer una política keynesiana de eutanasia de los rentistas y aplicar impuestos a la riqueza del ochenta y nueve por ciento.
Esto también acaba con los ricos. Por último, los estados modernos del
bienestar en Europa se gestaron gracias al pacto entre capitalistas y
trabajadores para que estos no hicieran la revolución a cambio de un
reparto de la riqueza de aquellos. Todo esto lleva a apuntalar la tesis
de la precariedad de la riqueza y, por tanto, del riesgo de los ricos,
siempre temerosos de perder todo. Para acabar con el temor, los ricos
idearon lo que conocemos como globalización y sistema neoliberal.
Efectivamente, la globalización neoliberal es el instrumento para poner a salvo
la riqueza acumulada, a salvo de los impuestos, mediante elusiones
fiscales y otros subterfugios que acumulan riquezas en los mal llamados paraísos fiscales; a salvo de la envidia de la sociedad, seduciendo
al legislador para que proteja los bienes raíces; a salvo de las
veleidades populistas, creando una red de tratados internacionales de
obligado cumplimiento para los países que protegen las inversiones y los
capitales. Porque la riqueza está siempre en precario, no se puede
sostener por sí mismas, requiere de amplios instrumentos sociales que la protejan, necesita
de una enorme violencia para su cuidado, violencia institucional y
violencia legal. No otra cosa criticaban los profetas de la Biblia
cuando arremetían contra los ricos por oprimir al pobre y comprar los
tribunales de justicia, por conculcar el derecho y festejar a lo grande
mientras su riqueza se obtiene del sufrimiento del pueblo del Señor. El
mismo Papa Francisco ha insistido en que el dogma neoliberal de que la riqueza acumulada genera riqueza por “derrame” hacia abajo es falso: “esta
opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una
confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder
económico y en los mecanismo sacralizados del sistema económico
imperante” (Evangelii Gaudium, n. 54).
En
la sociedad actual, como siempre lo fue, el verdadero precariado está
en los ricos. Lo saben y actúan en consecuencia. Lo terrible es que solo
ellos saben que están en precario, el resto de la sociedad cree que son
los fuertes, los que mandan, los que se pueden permitir una vida de
lujo, mientras una mayoría vive en la ilusión de la riqueza, en el sueño
de la fortuna. Unos viven en el lujo, otros en el anhelo del lujo. Todos sostenemos esta situación.
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