¡Ábrete!
Evangelio del 23º domingo del tiempo
ordinario. Ciclo B. 5-09-2021.
Jesús anda por tierras ajenas a Israel. De Tiro, al norte, baja a Galilea pasando por la Decápolis. Según el Evangelio de Marcos, Jesús no para en ningún sitio, va de aquí para allá, sanando a cuantos encontraba y liberando a los esclavizados. Va de la tierra de Israel a la tierra de gentiles, sin ninguna dificultad, y realiza sus obras sin distinción de lugares. Lo mismo sana a una mujer sirofenicia que a un sordomudo galileo. Lo más interesante de este episodio es el lugar donde se encuentra dentro del texto. Tras la disputa con los fariseos, se marcha de Galilea, temiendo quizás por su integridad. En tierra de gentiles realiza obras poderosas, pero al volver a su tierra se encuentra que están sordos y mudos sus paisanos, incapaces de escuchar y de expresar la liberación que Jesús les trae. Por eso, debe abrir los oídos, porque están como taponados. La orden es clara: ¡Ábrete! Y a la orden, los oídos se abren y tocando su lengua se suelta para poder expresar la liberación recibida. El texto concluye con esas hermosas palabras: ¡Todo lo hace bien! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Seguimos necesitando esa orden que nos permita destaponar
los oídos. Demasiado ruido mediático nos mantiene anestesiados, incapaces de
oír la verdad del mundo que nos rodea y, por tanto, de expresarla. Cuando el
ser humano no ve el mundo como es sino cómo se lo muestran los intereses espurios
de quienes lo esquilman, es imposible que pueda considerarse un hombre libre.
Es como si estuviera sordo, solo oye el atronador ruido que los medios de
comunicación le muestran constantemente para que viva cual máquina, repitiendo
las consignas y los slogans que martillean constantemente. Los oídos ya no
escuchan el clamor de la Tierra que gime ante nuestra sordera inducida. Los
mares y los ríos agonizan ante nosotros y lo único que sabemos hacer es repetir
las mentiras que ocultan la injusticia cometida. La industria agraria colma de
nitratos nuestros acuíferos que rebosan su veneno en el mar para que algunos
engorden sus beneficios. Y la mar chica
agoniza amordazada por la propaganda criminal.
En tiempos de Jesús, la sordera era producida por carencias
alimentarias desde la infancia, del mismo modo que lo eran casi todas las
enfermedades que Jesús se dedicó a sanar. Era un acto revolucionario, pues, en
último término, la enfermedad física es una expresión social del desorden
político. Una estructura sociopolítica que impone la miseria a la mayoría es un
desorden establecido para asegurar la abundancia de unos pocos frente a las
carencias de las mayorías. Jesús revierte este desorden mediante un verdadero
orden que pone las cosas en su sitio: los sordos vuelven a oír y los mudos a
hablar, los cojos caminan sin dificultad y a todos se les anuncia, de esta
manera, el nuevo orden social que Jesús proclama, donde ya no hay hambre, ni
llanto, ni necesidad porque unos cuantos acaparen cuando existe para saciar su
soberbia.
En el mundo de la postverdad, en el occidente decadente, la única manera de sostener el desorden establecido es mediante el consentimiento de las masas, que se obtiene estableciendo un relato que debe ser machacado en las mentes para obtener así la reiteración de las mentiras que acaban siendo tenidas por verdad. Esta estrategia nos mantiene en situación permanente de sordera y, por tanto, de mudez. Somos incapaces de expresar la verdad porque no podemos escuchar el mundo real que nos rodea. Solo percibimos el ruido generado para ocultar ese mundo. Sordos y mudos, como estamos, servimos a los intereses de quienes se benefician del desorden mundial. Quizás sea necesaria una terapia de choque para destapar nuestras embotadas mentes; quizás deba morir un mar para que despertemos del engaño y nos sublevemos ante la enorme mentira. Ojalá hoy escuchemos el lamento del mundo que muere a nuestro alrededor y pongamos nuestro ser en el camino del nuevo orden que necesitamos, aquél que Jesús mostró con su vida.
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