Evangelio del 24º domingo del tiempo ordinario. Ciclo B. 12-09-2021.
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros,
Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y
empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que
ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y
resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a
increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les
dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que
pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».
Marcos 8, 27-35
El capítulo octavo del Evangelio de Marcos es justo el
centro del mismo. En él se encuentra la afirmación más nítida de la identidad
de Jesús, proclamada por el mismo Simón Pedro. El Evangelio está construido
sobre tres confesiones. La primera justo al comienzo, pues el texto lleva por
título “Comienzo de la Buena noticia de Jesús el Mesías, el Hijo de Dios”. Y
concluye con la confesión del centurión al pie de la cruz. La confesión petrina
es la central. Pero, lo más interesante es que a la confesión de Pedro sigue la
“confesión de Jesús”. Cuando les explica el sufrimiento que ha de pasar, Pedro
se niega y Jesús le espeta la frase más dura que ha salido de sus labios:
“¡Aparta de mí, Satanás!”. No se anda Jesús con medias tintas en lo referente a
la clave de su propia identidad. Él es quien ha de sufrir como consecuencia de la
propuesta que realiza de un Nuevo Mundo, un mundo de justicia y misericordia.
El Imperio romano, cualquier imperio, el
actual también, no puede aceptar que exista una alternativa real en la que los
pobres y oprimidos puedan llevar una vida digna. Y lo que Jesús hace es
oponerse al reino de este mundo, a los imperios que gobiernan, siempre con
tiranía, y hacen sufrir a los pobres y sencillos. Los discípulos tampoco
aceptan que el Reino de Dios deba venir en lo pequeño y con mucho sufrimiento,
pues su ideología les ha educado en un acto de fuerza brutal que expulse a los
malvados e instaure la soberanía divina.
No es fácil el camino que lleva a la propia identidad. Como
Platón lo explicara en su famoso mito de la caverna, es escarpado y pedregoso
el camino de ascenso desde la caverna hasta contemplar la llanura de la verdad.
Encontrarse a uno mismo pasa por aceptar el mundo en que nos ha tocado vivir y
hacerlo como titanes capaces de cargar con el mal y el sufrimiento. Debemos cargar con el mal del mundo para
hacernos cargo de él y encargarnos de mitigarlo. Pero, eso solo se logra
con mucho sufrimiento. Es imposible acabar con el mal sin sufrirlo, mitigar el
sufrimiento sin padecerlo. Cuando uno mismo lo ha cargado sobre sí y lo ha
hecho suyo, el mal ya no tiene el poder de doblegarlo, porque es verdaderamente
libre. El mal solo puede doblegarnos si sucumbimos al miedo que causa el dolor
y el sufrimiento; cuando lo aceptamos, el mal pierde su fuerza, su aguijón, y
es solo un hito más en el proceso de transformación de la realidad. Cargar con
la cruz, que es la expresión evangélica, es asumir que la propuesta de un mundo
justo y misericordioso pasa por el compromiso concreto con la realidad que cada
uno vive. La liberación no está en
abandonar las ataduras, sino en vivirlas como carne de nuestra propia
existencia. Frente al mantra neoliberal de la libertad de elección y
acción, el Evangelio nos propone la libertad nacida de la asunción de la propia
realidad. No solo es que yo sea con mis circunstancias, es que no seré yo sin
asumirlas, con su carga de dolor y sufrimiento.
El modelo neoliberal o como quiera llamarse el trasunto
capitalista actual, destruye lo humano porque solo contempla la libertad de
elección como única realidad de construcción de lo humano. La antropología
capitalista destruye las bases de lo humano y solo permite un mundo donde sean
liberados los instintos destructivos que el ser humano también lleva
incorporados en su ADN. La propia identidad no puede estar sustentada en
poseer, consumir y adquirir cosas y más cosas. Somos lo que nos dan los demás,
no lo que nosotros nos creemos que somos. Somos un don, todo lo debemos, somos
una deuda constante. Si me preguntas quién soy, te respondo: “soy todos
aquellos que me rodean, que me quieren, que me constituyen. Yo soy nosotros”. Al capitalismo neoliberal que nos gobierna
hay que espetarle la frase de Jesús: ¡Aparta de mí, Satanás!
No hay comentarios:
Publicar un comentario