Evangelio del 34º domingo del tiempo ordinario. Ciclo B. 21-11-2021.
En aquel tiempo dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey
de los judíos?»
Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo
han dicho otros de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los
sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó: «Mi reino no es como los de este
mundo. Si mi reino fuera como los de este mundo, mi guardia habría luchado para
que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto
he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo
el que es de la verdad escucha mi voz.»
Juan 18, 33b-37
Los jefes de los judíos, los sacerdotes y saduceos, quieren
deshacerse de Jesús porque ha puesto en cuestión el orden social establecido
con el Templo de Jerusalén como estructura de gobierno que está al servicio de
los poderosos y de la dominación romana. Los ataques de Jesús contra este orden
lo ponen en el punto de mira del poder judío. Mediante una delación consiguen
saber dónde dormirá esa noche y lo prenden. Al no poder acusarlo por algún
delito por el que poder aplicarle la pena de muerte, lo envían al prefecto bajo
la acusación de lesa majestad al imperio: se ha declarado rey, dicen, y eso
implica subvertir el orden romano en el que el único rey es el César. Pilato
pretende aclarar este punto, según el relato, e interroga a Jesús. Jesús no
niega ser rey, pero establece una caución: su reino no es como los reinos de
este mundo. En los reinos de este mundo, los reyes tienen ejércitos que oprimen
al pueblo y defienden al rey. Si su reino fuera así, él tendría un ejército que
lo defendería. No, su reino es de otro modo. Es un reino, efectivamente, pues
pretende organizar la vida de las personas de una manera concreta, la manera de
Dios: justicia, amor y misericordia. Se trata de un reino donde de los pobres,
«dichosos vosotros los pobres», viven en fraternidad y donde los ricos son
despedidos vacíos, hasta que se conviertan, compartan sus bienes y se hagan
pobres como sus hermanos. Se trata del proyecto vital de Jesús desde que
abandonó al Bautista y comenzó su camino como predicador de la Buena Noticia de
parte de Dios para los pobres.
Jesús se declara rey, sí, pero de un modo muy distinto a
como son los reyes de este mundo. Sin embargo, el reino de este mundo, en este
caso el Imperio romano, no puede aceptar que haya una manera alternativa de
vivir para los seres humanos y se toma muy en serio la amenaza, aunque no tenga
legiones que la ejecuten, por eso condena a muerte a Jesús. Y a una muerte
ignominiosa, la mors agravata, que se
aplica a los subversivos políticos. Jesús lo sabía muy bien porque, como dice
el Evangelio de Juan, «para eso he venido». Su proyecto vital, su misión, es
que el mundo se parezca al cielo, es traer el cielo a la tierra. Se trata de un
proyecto hermoso y poderoso, pero de un proyecto que encuentra oposición en
todos los que se benefician de un estado de cosas que les permite oprimir y
enriquecerse. El proyecto de Dios, el mundo celestial, está resumido en las
bienaventuranzas que Jesús propone como su programa político: dichosos los
pobres, los que lloran, los hambrientos y los perseguidos. Y en su contraparte:
ay de vosotros los ricos, los que reís y los satisfechos.
El Reino de Dios, por ser esa realidad alternativa de un
mundo posible, es atacado constantemente por el reino de este mundo. Sus
valedores son perseguidos y proscritos y su propuesta denostada y maldita. Sin
embargo, desde los tiempos de Jesús, una manera tal de organizar la vida de los
seres humanos es la única alternativa realista en un mundo que cada vez se
acerca más a sus límites biofísicos y existenciales. Los que seguimos a Jesús,
creemos que ese otro mundo es posible y lo seguimos llamando Reino de Dios.
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