Evangelio del 2º domingo de Adviento. Ciclo C. 5-12-2021.
En el año decimoquinto del imperio del
emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca
de Galilea, y su hermano Felipe tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca
de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios
sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán,
predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está
escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto: / Preparad el camino del Señor, / allanad sus senderos; / los valles serán rellenados, / los montes y colinas serán rebajados; / lo torcido será enderezado, / lo escabroso será camino llano. / Y toda carne verá la salvación de Dios». Lucas 3, 1-6
Esas son las circunstancias históricas, pero hace falta conocer
la tradición y esta no es otra que la tradición profética de Israel, que cuenta
con grandes figuras como la citada de Isaías. Esta tradición profética clama
contra la injusticia cometida por los poderosos contra los pobres y humildes.
Da igual que los poderosos sean del propio pueblo de Israel, como el caso de
los profetas Amós y Oseás, o que sean opresores externos como el tercer Isaías
o Ezequiel. La cuestión es que Lucas pone a Jesús justo en esa tradición de
crítica ante la opresión y de propuesta de una salvación que Dios va a
propiciar, una salvación que incluye una transformación de la realidad social e
incluso natural: los valles serán rellenados; los montes y las colinas
rebajados. Se trata de una metáfora, claro está, pero que tiene que ver con la
realidad natural. Cuando Dios intervenga, todo se nivelará, de modo que ya no
habrá opresores y oprimidos. Esta es la voz que clama en el desierto según
Isaías y que Lucas atribuye al precursor, Juan el Bautista.
Juan, que se ha ganado fama de profeta por llevar una vida
ascética y por realizar una crítica directa al poder, motivo por el que será
ejecutado por Herodes Antipas, realiza un discurso duro contra las componendas
de los jefes del pueblo que pretenden vivir de la injusticia. Llama a una conversión
radical que se debe expresar en un bautismo en el Jordán que simbolice una
nueva entrada en la tierra prometida. Se trata de una acción simbólica. El
pueblo abandona Jerusalén, se marcha al desierto, se arrepiente y vuelve a
cruzar al Jordán para crear un nuevo pueblo de Dios que viva según la justicia.
Este discurso implica un aviso exigente: «el hacha está tocando la base del
árbol, el que no dé buen fruto será cortado y echado al fuego». Pero, en la
época de Jesús, este discurso era «una voz que clama en el desierto». El poder
la puede controlar. Desde el desierto poco se puede hacer para derribar a los
poderosos de sus tronos. El discurso de Jesús será diferente.
En la línea del Bautista, Jesús hará una propuesta de
conversión, pero sin amenazas: «el Reino de Dios se acerca, transformad vuestra
mente y creed en la Buena Noticia»,
este será su mensaje. La Buena noticia es que Dios está de parte de los
oprimidos, de los pobres y humildes. Esto debe ser suficiente para que el
pueblo entero se transforme y comience a vivir según la justicia. No se trata
de amenazar, sino de invitar a una vida plena, pero esta invitación implicará
una amenaza más potente que la de Juan para los poderosos de Jerusalén: Anás y
Caifás, pero también Pilato, y hasta Tiberio, porque «toda carne verá la
salvación».
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