Desde los acontecimientos lamentables de la Plaza de Tiananmen en 1989, la economía China se abrió al más salvaje capitalismo. En realidad, la apertura fue anterior incluso a la famosa perestroika de Gorbachov. Ya en 1980, el gurú del neoliberalismo económico, Milton Friedman, fue invitado por Deng Xioaping a impartir seminarios en las universidades chinas para que los futuros economistas pusieran en práctica sus teorías económicas, que se reducen a tres supuestos básicos: desregular los mercados, privatizar la gestión y liberalizar el comercio. Estos tres supuestos son los que han llevado a la actual crisis económica porque no es cierto que los mercados se regulen por sí mismos. Muy al contrario, impera la ley de la selva, el más fuerte se come al resto. Lo que acabó estallando en la famosa plaza pekinesa no fue una revuelta para pedir que el régimen permitiera libertades democráticas, sino para que las reformas no se hicieran según el modelo de Milton Friedman que básicamente suponía la pérdida de derechos laborales y sociales a favor de un reducido número de miembros del partido comunista chino que se habían lanzado al enriquecimiento enloquecido tras la alocución de su máximo dirigente al grito de “enriqueceos”.
Las políticas aplicadas en China se parecían a una especie de electroshock social: en un lapso de tiempo inferior a cinco años se desmontaron las estructuras supuestamente comunistas de más de cincuenta años sin ser suplidas por nada. Fue el mismo caso que en Rusia, pero allí se creo un capitalismo mafioso, mientras en China se creó el mayor paraíso capitalista regido por un pequeño grupo de líderes comunistas; sin sindicatos, ni leyes de protección laboral, ni leyes de defensa del medio ambiente, ni cobertura sanitaria, ni derechos para los desfavorecidos. Es decir, en un breve periodo de tiempo se pasó a disponer de una amplia zona franca para los negocios sin ningún tipo de control, justo lo que Friedman había deseado encontrar siempre. Las consecuencias saltan a la vista. La región de Cantón recoge la mayor producción mundial del made in China, más de 22 millones de trabajadores con un salario medio de 80 euros, sin ningún tipo de protección. Unido a esto tenemos la falta de legislación medioambiental que convierte a la zona en una de las mayores contaminadas del planeta.
Allí se ha producido lo que los economistas denominan externalización de los costes sociales, ecológicos y laborales. Mientras, por poner un ejemplo, en nuestro país, un empresario debe pagar un salario medio de 1200 euros, más la seguridad social, el seguro de desempleo y hacer frente a los costes medioambientales, en China, una empresa juguetera española instalada allí sólo debe asumir los 80 euros antes citados por jornadas de 16 horas, siete días semanales. Como se puede ver fácilmente, no se trata de que en China se produzca a menor coste, sino que en China se explota a los seres humanos con el fin de extraer el mayor beneficio posible, beneficio que recae tanto en los dueños de las empresas como en los compradores occidentales que nos hacemos cómplices de un sistema inhumano. No está demás recordar que en 1836, en Inglaterra, cuna de la industrialización, el parlamente británico emitió una ley que prohibía jornadas laborales superiores a 12 horas en niños menores de 12 años. Después de casi doscientos años estamos donde estábamos, pero ahora el mal se ha multiplicado porque son ya 246 millones los niños esclavizados.
El made in China es una metáfora de esta globalización materialista y suicida que pone el beneficio económico por encima del hombre, olvidando que no se ha hecho el hombre para la economía sino la economía para el hombre.
Las políticas aplicadas en China se parecían a una especie de electroshock social: en un lapso de tiempo inferior a cinco años se desmontaron las estructuras supuestamente comunistas de más de cincuenta años sin ser suplidas por nada. Fue el mismo caso que en Rusia, pero allí se creo un capitalismo mafioso, mientras en China se creó el mayor paraíso capitalista regido por un pequeño grupo de líderes comunistas; sin sindicatos, ni leyes de protección laboral, ni leyes de defensa del medio ambiente, ni cobertura sanitaria, ni derechos para los desfavorecidos. Es decir, en un breve periodo de tiempo se pasó a disponer de una amplia zona franca para los negocios sin ningún tipo de control, justo lo que Friedman había deseado encontrar siempre. Las consecuencias saltan a la vista. La región de Cantón recoge la mayor producción mundial del made in China, más de 22 millones de trabajadores con un salario medio de 80 euros, sin ningún tipo de protección. Unido a esto tenemos la falta de legislación medioambiental que convierte a la zona en una de las mayores contaminadas del planeta.
Allí se ha producido lo que los economistas denominan externalización de los costes sociales, ecológicos y laborales. Mientras, por poner un ejemplo, en nuestro país, un empresario debe pagar un salario medio de 1200 euros, más la seguridad social, el seguro de desempleo y hacer frente a los costes medioambientales, en China, una empresa juguetera española instalada allí sólo debe asumir los 80 euros antes citados por jornadas de 16 horas, siete días semanales. Como se puede ver fácilmente, no se trata de que en China se produzca a menor coste, sino que en China se explota a los seres humanos con el fin de extraer el mayor beneficio posible, beneficio que recae tanto en los dueños de las empresas como en los compradores occidentales que nos hacemos cómplices de un sistema inhumano. No está demás recordar que en 1836, en Inglaterra, cuna de la industrialización, el parlamente británico emitió una ley que prohibía jornadas laborales superiores a 12 horas en niños menores de 12 años. Después de casi doscientos años estamos donde estábamos, pero ahora el mal se ha multiplicado porque son ya 246 millones los niños esclavizados.
El made in China es una metáfora de esta globalización materialista y suicida que pone el beneficio económico por encima del hombre, olvidando que no se ha hecho el hombre para la economía sino la economía para el hombre.
3 comentarios:
Estimado Bernardo:
Debo felicitarte tu blog. Es como un faro que arroja luz e invita a la reflexión en esta sociedad de prisas en que apenas queda tiempo para pensar.
Realmente sangrante el tema que nos presentas. Sin embargo, se me ocurre pensar que la esclavitud es compañera de viaje del tiempo que nos ha tocado vivir y que cada sociedad o circunstancia da origen a una forma de ella. Te pondría como ejemplo la trata de blancas, la venta de niños, etc. O en nuestro primer mundo la esclavitud consumista a que las grandes multinacionales arrastran a nuestros jóvenes. Me gustaría saber tu opinión.
Saludos.
Pues sí: la verdad es que estás realizando un trabajo de denuncia social extraordinario. Y espero que no caiga en saco roto, sobro todo en mi persona. ¡Ojalá todos estos posts sirvan para abrirnos los ojos, a personas que, aunque conocedoras que somos de está problemática a nivel mundial, no sé yo si nos conformamos con unas pocas opciones de vida! Rezo para que no aprendamos a utilizar a los de la chaqueta y la corbata, a los sabios de Wall Street y demás, como excusa burda para nuestros comportamientos personales: ¡No, si la crisis es culpa de ellos! ¿Qué puedo hacer yo, si sólo soy un pringadillo de a pie?... Pues claro que podemos hacer: obviamente no vamos a cambiar el mundo, pero sí que podemos cambiarnos a nosotros mismos. ¿Cómo? Pues con austeridad, generosidad, comportamiento responsable,…
Para Ana: me anima que estos post tengan un efecto positivo en las personas que lo leen. Voy a escribir varios post sobre las distintas esclavitudes de esta sociedad. Especialmente lacerante me resulta la esclavitud de los niños, pues son 246 millones y entre ellos no están mis hijos por pura casualidad geográfica y eso me hace pensar mucho.
Para Desiderio: agradezco tus puntualizaciones y comparto contigo que la austeridad, la generosidad y el comportamiento responsable son la única vía de salida.
Pronto escribiré un post sobre la culpa basándome en Jaspers y podremos comentar.
Saludos a todos
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