Una de las consecuencias de lo que llamamos globalización ha sido el aumento exponencial del disfrute en una ínfima parte de la humanidad. Somos unos 1200 millones los que disfrutamos en todo el mundo de un nivel de vida más que aceptable y muy por encima de la media. Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, esa parte de la población mantiene altos niveles de vida y posee suficiente como para asegurar su futuro. De entre ellos, unos 300 millones mantienen un nivel de vida de despilfarro y un selecto grupo que no llega a los 3 millones no se molesta en pensar cuánto tiene, le es imposible calcularlo. Sin embargo, este nivel de vida no nos hace más felices, se da el caso de lo que Gilles Lipovetsky llama felicidad paradójica. Él lo expresa así: “cuando nuestro poder sobre las cosas sigue una curva exponencial, el que ejercemos sobre la alegría de vivir se estanca”. Dicho de otra manera, no por tener más somos más felices, al contrario, se produce una paradójica disminución de la alegría de vivir. Si puedo gozar de todo cuanto pase por mi cabeza, he perdido lo más importante del ser humano: el deseo.
Hemos podido constatar cómo los mayores índices de infelicidad subjetiva se encuentran en países donde se disfruta del máximo poder de comprar y, por tanto, de satisfacción del deseo. En Europa, Estados Unidos o Japón, encontramos un porcentaje muy alto de población que toman ansiolíticos y antidepresivos. Nos cuentan los psiquiatras que esto se debe a la falta de deseo vital, no hay nada que produzca verdadera pasión. Para que la vida tenga algún sentido, el deseo deber ser en cierta medida diferido. Si se satisface de forma inmediata, incluso antes de la posesión del objeto de deseo, entonces la vida como tal ha muerto y se torna una mera repetición monótona y rutinaria.
Orson Wells lo convirtió en arte en Ciudadano Kane. El magnate que todo lo había poseído, seguía aferrado a la satisfacción de un deseo infantil y muere con una palabra en la boca: rosebud. Esa palabra significa todo lo que él deseó de pequeño, su trineo, y que, al fin, no ha podido conseguir, a pesar de todas sus riquezas y posesiones. Es lo que Lacan llama el object petit a, ese objeto oscuro alrededor del que se construye la personalidad. El punto de fuga de una vida, el corazón del ser humano.
La verdadera felicidad se encuentra en el deseo de felicidad, cuando éste desaparece el hombre se ve alienado de su condición de buscador y se encuentra arrojado a un mundo sin más sentido que girar eternamente la rueda de la fortuna. Sin el deseo, el ser humano se ve empujado a la neurosis o a la depresión, es decir, bien sustituye su deseo por el del otro, o acaba en la frustración del propio deseo.
Hemos podido constatar cómo los mayores índices de infelicidad subjetiva se encuentran en países donde se disfruta del máximo poder de comprar y, por tanto, de satisfacción del deseo. En Europa, Estados Unidos o Japón, encontramos un porcentaje muy alto de población que toman ansiolíticos y antidepresivos. Nos cuentan los psiquiatras que esto se debe a la falta de deseo vital, no hay nada que produzca verdadera pasión. Para que la vida tenga algún sentido, el deseo deber ser en cierta medida diferido. Si se satisface de forma inmediata, incluso antes de la posesión del objeto de deseo, entonces la vida como tal ha muerto y se torna una mera repetición monótona y rutinaria.
Orson Wells lo convirtió en arte en Ciudadano Kane. El magnate que todo lo había poseído, seguía aferrado a la satisfacción de un deseo infantil y muere con una palabra en la boca: rosebud. Esa palabra significa todo lo que él deseó de pequeño, su trineo, y que, al fin, no ha podido conseguir, a pesar de todas sus riquezas y posesiones. Es lo que Lacan llama el object petit a, ese objeto oscuro alrededor del que se construye la personalidad. El punto de fuga de una vida, el corazón del ser humano.
La verdadera felicidad se encuentra en el deseo de felicidad, cuando éste desaparece el hombre se ve alienado de su condición de buscador y se encuentra arrojado a un mundo sin más sentido que girar eternamente la rueda de la fortuna. Sin el deseo, el ser humano se ve empujado a la neurosis o a la depresión, es decir, bien sustituye su deseo por el del otro, o acaba en la frustración del propio deseo.
2 comentarios:
Estoy de acuerdo: la verdadera felicidad se encuentra en el deseo. Añado un matiz: en este mundo. Dicho en cristiano: la esperanza es la que nos hace felices. Pero la esperanza cristiana tiene un secreto: es posible y es cierta. Por eso, la esperanza no defrauda y por eso no es una vana ilusión. Si el deseo siempre es deseo, tampoco acabamos de ser felices, puede incluso conducir a la frustración. Te sigo Bernardo y te sigo con interés y, además, aprendo.
El deseo, el deseo el algo tan paradójico, el deseo sexual, el deseo de poseer, el deseo de dominar... Son instintos que nos atan a este mundo desde que el hombre bajó de los árboles, pero, el deseo a la vida, quizá el más importante de todos, es el que más ``indeseable´´ es en la actualidad.
Tiroteos en universidades norteamericanas y alemanas, noticias de asesinatos brutales emitidas en televisión, violencia de género, todo sumado a una cultura de consumismo y libre albedrío que nos ata cada vez más a una falsa realidad que nos proponen como la más verdadera y agradable.
El mundo está en decadencia, no solo climáticamente o económicamente hablando, nos encontramos en un estado de decadencia moral y de principios que difícilmente podremos superar si seguimos en este modelo de sociedad neurótica y consumista.
Un saludo Bernardo, nos vemos los miércoles de 13.25 a 14.20.
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