miércoles, 27 de mayo de 2009

Decir la verdad

Siempre me he quedado prendado de las palabras de Platón respecto a la verdad en el alma del que aprende, o del alumno; la verdad no es algo que se pueda imponer o meter a la fuerza de forma externa, la verdad no puede ser externa al hombre, debe nacer de dentro. Hay una especie de intimidad con la verdad, es como si uno descubriera la verdad antes que aprenderla. La función del maestro sería la de hacer salir esa verdad que está dentro. Sócrates, el gran maestro, lo expresaba según la profesión de su madre, matrona: el maestro hace parir la verdad que duerme en el alumno, el maestro es un partero. Esta función mayéutica, que es el término griego que corresponde a partera, del maestro tiene dos dimensiones, una alegre y jovial, laboriosa, ardua y dolorosa la otra.
Como en todo parto, y los que han asistido a alguno lo saben bien, hay un momento de incertidumbre, incluso de miedo, pero ese momento está cargado con la esperanza del nuevo ser que viene de camino. El sufrimiento y el desasosiego están preñados de expectación y alegría por el final anhelado. Cuando se produce el alumbramiento, en ese último esfuerzo, el dolor es máximo, pero también la alegría de ver el nuevo ser que sale a la vida y que rompe con su enclaustramiento protector. El niño vivía protegido y feliz en el seno materno, recibía el alimento, el calor y el cariño, pero no puede quedarse allí por más tiempo, es necesario salir al mundo, ver la luz, respirar por sí mismo y empezar su propia vida, una vida que llegará a la madurez de poder engendrar otra vida en el futuro.
El maestro debe hacer eso mismo con el alumno. Como en el parto, también hay dos dimensiones. Una alegre y jovial, cuando el alumno ha llegado a reconocer esa realidad que anida en él y que aún no conocía; cuando descubre que por sí mismo es capaz de pensar, analizar y criticar el mundo que le rodea; cuando atisba que puede reflexionar sin las andaderas de sus mayores; cuando comprende que él ha venido a este mundo para hacer algo por sí mismo y que, si es cristiano, Dios le ha dado las herramientas para construir el Reino de amor, justicia y misericordia; cuando ve que las cosas no son como parecen y que es necesario descubrir cómo realmente son. Pero, para llegar a esta dimensión es imprescindible pasar por la otra, por el trabajo duro y el esfuerzo continuo, por la reflexión madura que nos descoloca y nos sitúa ante las realidades del mundo en que vivimos, por la dureza de una realidad que no es patente, por la duda de todo lo establecido como normal, por el conocimiento que nos libera de nuestra estulticia, por la metanoia que nos transforma.
Esa es la función del maestro, ya desde Sócrates, pero también con el resto de grandes maestro de la historia de la humanidad: Plutarco y su franqueza; Luis Vives y Erasmo y su educación en humanidad; Montaigne que entiende la enseñanza como generación de vida; Rousseau, el maestro como agente interior; Giner de los Ríos y el encuentro de realidades vivas. Pero, el más grande, el maestro de Nazaret, Jesús el Mesías, el que nos enseña con el amor comprometido hasta el extremo de entregar su vida. Ese es el ejemplo máximo, y quizá ese ejemplo sea el único que valga como maestro, cuando hayamos llegado hasta el extremo, habremos consumado la enseñanza.
La verdad nos hace libres, pero es el amor el que nos salva.
Dedicado a mis alumnos del Sagrado Corazón de Jesús.

3 comentarios:

M. Gelabert dijo...

In interiore hominis habitat veritas. La verdad habita en el interior del hombre, decía San Agustín. Pero, a veces, como bien dices, cuesta tiempo y esfuerzos encontrarla. Y ya puestos, añado que este concepto platónico de verdad también tiene sus limitaciones: a veces hay que salir de uno mismo y dejarse sorprender e interpelar por lo que nunca hubieras imaginado (lo que el ojo no vió, ni vino nunca a la mente del hombre) para encontrar una verdad que nos transforma y nos permite encontrarnos con el otro que no soy yo, en línea con eso que tú dices, y dices bien, del amor que nos salva. Dicho de otro modo: se trata de adjetivar la mayéutica como mayéutica histórica. Saludos

Anónimo dijo...

¿Y cuándo "alumbramos" esa alegría y jovialidad?¿Cuándo asumimos la verdad y la impotencia?¿Cuánto dura el dolor máximo?...
La verdad debe ir en suaves cuotas, unos jovenes (niños llenos de inocencia) no pueden asimilar tanto dolor que acompaña a la verdad...
P.D:Un maestro que muestra la verdad, debería enseñar también como afrontarla, ya que esta va acompañada de impotencia y desesperanza...

Anónimo dijo...

gracias bernardo por dedicarnos esto, leo muchas veces tu blog es muy interesante, pero algunas cosa ya las dices en clase, pero no pasa nada las vuelvo a leer.

Una alumna de 1ºA

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