martes, 30 de junio de 2009

Dos chapatas y un premio

Hace unas semanas, el domingo 17 de mayo, comentaba la publicación por parte de mi amigo y hermano Juan Ignacio de la Fuente, de su blog. En él colocó su último trabajo Dos chapatas de Carrefour. Entonces hice mi comentario elogioso, entre otras cuestiones porque pude presenciar algo del proceso creativo y hemos podido comentar las ideas que subyacen. Ayer llegó la confirmación oficial de que la obra ha sido seleccionada en el IV Concurso de Pintura Figurativa de la Fundació de les Arts i els Artistes en cuyo jurado están figuras de la talla de Antonio López. Esta circunstancia me ha movido a reflexionar en torno a la importancia del reconocimiento de los demás, más aún cuando en La Verdad del pasado sábado aparecía un reportaje sobre un pintor murciano magnífico, de los que esta tierra es tan prolífica, que apenas tiene ningún tipo de reconocimiento y cuya obra es desconocida en absoluto por el gran público, por lo cual “se sentía herido por no haber sido grande”.
Es importante que los demás nos reconozcan nuestra labor, ya desde pequeñitos un tú vales tiene un valor para la construcción de la autoestima personal que no puede ser suplido con nada. Por eso mismo la ausencia del reconocimiento nos puede hacer caer en la frustración y en la pérdida de los valores que podemos llevar para el beneficio de los demás. Soy en la medida en que soy reconocido; soy porque los demás me hacen ser; soy porque somos; soy amado luego existo; soy amado luego existimos he comentado en el blog. La importancia del reconocimiento llega a niveles tales que sin él no podríamos hacer nada de lo que somos. ¡Cuánto vale una palmada en la espalda, un gesto de admiración, una palabra de aprobación!, principalmente cuando todo esto viene de personas que son importantes para nosotros: familia, maestros o amigos.
Estos gestos van creando en la personalidad del ser humano un poso de fe en sí mismo que le prepara para los momentos difíciles y que hace madurar su personalidad. La fe de los demás engendra la propia y le hace llegar a extremos insospechados, hasta el punto de que si tuviéramos fe como un grano de sal podríamos mover montañas. Podríamos mover las montañas de la indiferencia ante el sufrimiento que en estos tiempos cunde a raudales; podríamos mover las montañas del consumismo despilfarrador de recursos que nos ahogan sin remedio; podríamos mover las montañas de la insolidaridad que nos destruye como humanos.
Las dos chapatas de Iñaky me han parecido las montañas movidas del indiferentismo postmoderno. Con un humilde lápiz de grafito sobre papel ha sabido plasmar el autor la caducidad de estos tiempos que nos quieren convertir en seres fugaces que consumen y se consumen en el acto del mercado. Dos simples chapatas adquiridas en un centro comercial aprisionan toda la certeza de este mundo que nos invade con su mentira estatuida. El tiempo pasa por ellas, ya no existen, pero su esencia ha sido recogida, el tiempo atrapado, la verdad fosilizada para que no se pierda el instante, para darnos tiempo de pensamiento profundo. Ante las dos chapatas podríamos estar horas pensando lo efímero del presente hipermoderno, podríamos mover las montañas de los tiempos líquidos, podríamos salir al encuentro del futuro.
En el post del 17 de mayo decía que no entiendo mucho de arte, pero sé apreciar la belleza y sus reflexiones. Entonces desconocía que sería premiada, hoy desconozco qué sucederá en el futuro, pero tengo claro que esta obra dará mucho juego, su aparente simplicidad está preñada de sentido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades al " chapatero". Sin embargo desde otro punto de vista, el mundo del arte, incluido el mundo de escritores, está lleno de aduladores del ego, del pequeño-ego, de sutiles envidiejas. Y es un negocio, por muy "hot" y "fashion" en apariencia, un negocio que mueve y manipula las tendencias de cual debe ser " el gusto cultural del mercado", que usa y desecha a autores según interés: si genera dividendos...aunque le haya costado la vida ( Larsson) De ahí su peligro: no podemos vivir a expensas siempre del reconocimiento del otro, de la adulación del otro, que aparte de no ser del todo cierta, se refieren al personaje -autor de la obra y no la persona. No hace crecer y evolucionar, sino se asimila bien. Y puede llevar al autor a confundir personaje y persona. El juego de máscaras en el teatro del mundo lleva a algunos a confundir la máscara con el rostro. Tenemos reciente el final del hombre-sin rostro ( M. Jackson). No tenía amigos de la persona, sí explotadores de su dinero, incluido su propio padre. El autor de las chapatas si tiene amigos, que le dedican un post, con quien compartirlas. ¡ Felicidades!

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Estimado Anónimo: quiero hacer una pequeña aclaración por si no me he explicado bien. Una cosa es el reconocimiento y otra la adulación. Esta última es negativa porque presupone falsedad y un intento de obtener algo, pero el reconocimiento es muy positivo. Re-conocer, es decir, otorgar el conocimiento, la ciencia y el saber a otro.
Gracias

Desiderio dijo...

Creo que es básico para el equilibrio personal sentirse valorado, sentir que importas para el otro, a cualquier edad. Yo distinguiría dos aspectos: el del reconocimiento en sí, y el de cómo se siente la persona reconocida. Lo digo porque a veces me he encontrado con personas que buscan con ansia un reconocimiento continuo, una aprobación exagerada por sus actuaciones cotidianas, y cualquier cosas que les digas es poco. Intuyo que esto es así porque quizá en su infancia y adolescencia no pudieron disfrutar de ese reconocimiento básico del que hablas. Quien no se ha sentido valorado en su niñez por lo que es, y si no es capaz de integrar esa carencia en su madurez, entiendo que se pasa el resto de sus días “mendigando” cariño, atención, reconocimiento. ¡Cuántas taras llevamos puestas las personas por no haber sido valorados lo suficiente en nuestros primeros años! Taras que vamos arrastrando, y que si no las reconocemos e intentamos integrar en nuestras vidas —y aun así—, nos influyen y nos marcan para el resto de nuestros días. El reconocimiento, la valoración, forman parte de esas experiencias básicas de la vida que nos forjan como personas. A lo mejor no podemos concretarlas en situaciones determinadas, pero responden a una actitud de vida de nuestros padres o educadores, un continuo “tú vales”, “sé que estás ahí y me importas”, “eres bueno para mí”. Aunque es bueno decirlo y expresarlo con palabras, entiendo que la verdadera valoración es esa, la de la actitud del que te quiere y al que le importas —sobre todo cuando somos niños— y que se demuestra de forma silenciosa y cariñosa día a día. Por cierto, enhorabuena a tu amigo.

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