sábado, 27 de junio de 2009

La verdadera patria


Nunca he sido un amante de las patrias, quizás porque los sentimientos de dependencia no son mi fuerte, pero sí comparto aquello de que la patria de un ser humano es su infancia. La infancia es una etapa prolongada de la vida en la que se ponen los cimientos de lo que después será el ser humano, hasta el punto de que lo bueno que allí se viva pervivirá como una la luz de un faro existencial hasta en los momentos más difíciles. O, de ser negativa la experiencia infantil, puede acarrear graves taras vitales que lleguen a impedir una vida normal, incluso la felicidad. Muchos poetas han descrito su infancia como el hontanar donde mana su fuerza poética. Antonio López Baeza tiene páginas bellísimas donde nos narra sus experiencias estéticas, religiosas y de amistad de la infancia. También lo hace Machado y, de alguna manera, todos los autores. Por esto mismo tenemos una responsabilidad gravísima ante los niños de este mundo. No me refiero únicamente a que tengan las necesidades básicas cubiertas: alimentación, vestido, habitación, cultura, educación, juego... Eso lo doy por supuesto y resulta lacerante comprobar cómo en este mundo que hemos creado los hombres, más de 500 millones de niños sufren la carencia más absoluta, 250 millones son explotados laboralmente y casi dos tercios sufren algún tipo de maltrato. De esto ya hemos comentado en este espacio. Ahora me interesa otra cuestión que es tan grave como esta.


En nuestras sociedades opulentas estamos creando un nuevo tipo de pobreza entre los jóvenes. La mayoría de padres dejan que sea la televisión, los videojuegos e internet quienes eduquen a sus hijos. Largas horas ante la pantalla provocan taras intelectuales y morales difíciles de solucionar, porque sus espíritus en formación crecen deformados y son incapaces de una verdadera formación en el futuro. Sus mentes son modeladas según la publicidad y les hace incapaces de distinguir entre lo que necesitan y realmente quieren y lo que les imponen como su querer. Su voluntad es anulada y cualquier intento por llegar a comprender unos patrones mínimos de reflexión chocan contra un muro, es como si ya no pudieran entender. En ocasiones me he sentido hablando otro idioma a los alumnos cuando les he planteado un mínimo de reflexión sobre el consumo. Algunos no están perdidos todavía, pero la mayoría están heridos y eso es algo que pasará factura. Han sido dos decenios del imperio de la publicidad y las marcas. Esta nueva religión los ha abducido con sus reclamos de felicidad instantánea.

Como persona que quiere vivir según el Evangelio de Jesús, entiendo que es la mayor agresión contra la humanidad que se ha producido nunca. Ni Hitler ni Stalin consiguieron tanto, porque aquellos mataban el cuerpo, más no podían hacer nada con el espíritu. Hoy, en las sociedades hipermodernas capitalistas, se mata el espíritu y se deja el cuerpo viviendo como zombi. Se trata de la perversión máxima del modelo social y contra eso es necesario luchar con todas las armas a nuestro alcance.

Estamos ante el pecado contra el espíritu que no puede ser perdonado, sencillamente porque no hay conciencia del mismo y porque acaba con la humanidad que hay en el hombre, una humanidad que ha sido el fruto de milenios de evolución espiritual y que es la verdadera naturaleza del hombre. Si se pierde esta segunda naturaleza, se habrá perdido todo el proceso. Nuestra verdadera patria es la infancia, el espíritu que clama en los jóvenes por seguir pariendo humanidad. De esa patria sí soy habitante y defensor.

1 comentario:

Desiderio dijo...

Bernardo, totalmente de acuerdo contigo. No hay derecho a que los padres y educadores, sobre todo los padres, no den a sus hijos una infancia y una adolescencia dignas de ser llamadas así. ¡No tenemos derecho a educar mal a nuestros hijos! Está claro que educar es una empresa difícil, pero no sé yo si este hecho enmascara más de una vez una postura acomodada e irresponsable. ¿En cuántos padres hay un verdadero interés por educar adecuadamente a sus hijos? ¿Cuántos dedican esfuerzos por instruirse, por aprender, por mejorar en su educación? Y es que si los padres nos diéramos cuenta de hasta qué punto vamos influyendo en los comportamientos de nuestros hijos, hasta qué punto, no ya lo que decimos, sino lo que no decimos, es decir, nuestros comportamientos, nuestras actitudes, nuestros gestos, nuestras miradas,… si fuéramos conscientes —como decía— de hasta qué punto influimos en nuestros hijos, estaríamos abrumados por tanta responsabilidad. Yo creo que el principal problema de la educación radica en cómo somos nosotros, los “adultos”. No sé yo si muchos de los problemas que vemos en los chavales no son reflejo de nuestra ineptitud, de nuestras miserias, de nuestros egoísmos. No sé yo si enfocáramos nuestros esfuerzos a ser mejores personas, a ser verdaderos seres humanos, hombres y mujeres, y lo fuéramos consiguiendo, nuestros hijos tendrían un modelo adecuado al que adherirse, sin necesidad de recetas y placebos, modelo al que se adherirían de forma natural, por esa atracción espontánea que generan aquellas personas íntegras, coherentes, que transmiten aquello que quieren ser. En el fondo transmitimos lo que somos: yo creo que la mejor forma de saber cómo es un padre es ver cómo se comporta su hijo.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...