jueves, 29 de octubre de 2009

Caín, Abel y el Mercado


Los dos últimos post de Martín Gelabert giran en torno a la historia de Caín y Abel. Como siempre son certeros precisando matices y acotando ideas que pueden resultar erróneas, recomiendo su lectura antes de continuar con este post para aprovechar mejor lo que sigue, pues justo estos días andaba yo dándole vueltas a una idea sobre cómo la Biblia es capaz de decirnos mucho más de lo que a veces percibimos. Mi aportación a la historia de Caín y Abel tiene una intención heurística y aproximativa. Veamos.


En las tradiciones de todos los pueblos que se vieron subyugados por los grandes imperios de la historia subyacen historias que hablan de un tiempo en que los hombres vivían una situación de justicia y hermandad denominada “paraíso”. Hace unos años, investigadores del Instituto Max Planck de Alemania, descubrieron cerca del Cáucaso un petroglifo del tamaño de una mano donde se puede ver un árbol en el centro, a un lado la figura de una mujer y la de una serpiente al otro. Dicen que tiene unos 9 mil años, justo el momento en el que se pasa del nomadismo al sedentarismo y podría recoger la primera representación del mito de Adán y Eva. Este petroglifo no viene a confirmar nada respecto al relato del Génesis, únicamente nos documenta que la idea de un pasado donde se había perdido o roto algo ya existía antes de que se escribiera el texto sagrado.


Lo que se perdió en el paso al sedentarismo fue la justicia original en la que los grupos nómadas vivían. No se tiene conocimiento de guerra, en el sentido moderno del término. Sí se cree que el modelo económico de aquella época sería una economía del don, como refiere Marcel Mauss y como algunos economistas defienden. Esta economía es anterior al trueque, porque este requiere la existencia de un mercado donde los productos tengan un valor de mercancías y estas puedan ser intercambiadas. En el mundo anterior a la agricultura, se intercambian productos del trabajo personal con un valor social global, como es el caso del potlatch entre los indios americanos. Esta economía se basa en un sistema de justicia absoluta: el producto de mi trabajo por el producto de tu trabajo, mi posición por la tuya, mi vida por la tuya. De esta manera no puede haber enriquecimiento de nadie a costa de otro, pero sí un incremento de la riqueza común asegurada por el valor social de los productos. Ni se produce nada innecesario, ni se destruye nada imprescindible, el equilibrio social y medioambiental es perfecto.

El relato de Caín y Abel sería un reflejo del cambio producido en aquella época. Mientras cada uno produce lo que sabe no hay ningún problema, pero cuando se trata de que un tercero, que en el relato es JHWH, tenga que valorar el producto de ambos trabajos comparándolos ante él y no intercambiando el trabajo solamente, entonces viene el problema: JHWH miró mejor la ofrenda de Abel y, por tanto, peor la de Caín. Caín vio desmerecido su trabajo y esto provocó su reacción fratricida. Desde el mismo momento en que los hombres ponen en el Mercado (valoración de un tercero) el producto de su trabajo, este le es enajenado y se le opone como su enemigo. La enajenación del producto de su trabajo lleva a la alienación de las relaciones sociales y a la pérdida de esa justicia originaria en la que vivían los pueblos nómadas de paleolítico. El resto es historia, historia que sigue contando la Biblia al pie de la letra. Babel, Sodoma, Egipto, Babilonia, Roma...

1 comentario:

Martín Gelabert dijo...

Me alegro de que estemos "intercitados", como tú dices. A mi me parece enriquecedor. Esos mitos de los primeros capítulos del Génesis han dado origen a mucha literatura y han dado pié para muchas reflexiones filosóficas y teológicas. Sin salirnos del ámbito hispano sería interesante dar un paseo por Pio Baroja, Ortega y Unamuno y analizar su lectura del árbol del conocimiento del bien y del mal: el conocimiento como un fruto agrio que hace del hombre un ser desgraciado; los animales viven felices; el conocer hace progresar, pero no hace feliz. Eso por no hablar de la lectura que hace San Ireneo de los dos árboles. Gracias por todo lo que aportas. Un abrazo

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