miércoles, 18 de noviembre de 2009

Canibalismo omnímodo

Todos los que tienen niños, y los que no también, han podido comprobar que los bebés conocen el mundo con la boca: todo se lo llevan a la boca, todo intentan comérselo. Este gesto de indiferencia a la hora de determinar los objetos comestibles es el indicador de que aún se encuentra en un estado casi puro de naturaleza. Más adelante tendrá que aprender qué cosas se comen y cuáles no se pueden comer y eso lo aprenderá a la vez que inicia su proceso de humanización. Este proceso ontogenético tiene su par filogenético. En la historia de la humanidad hubo un momento en el que, como los bebés, no existía diferencia entre las cosas comestibles (consumibles) y las cosas no comestibles. En un proceso lento de varios millones de años se llega a diferenciar entre unos objetos y otros y aparecen los conocidos tabúes alimentarios que no son sino expresión de esta verdad profunda: todo no puede ser comido, consumido. Lo primero que aparece como no comestible es el prójimo. Todavía en Atapuerca se han encontrado restos de homínidos que han sido consumidos por su congéneres. Tenemos un indicio claro de humanidad cuando el prójimo no puede ser comido, es más, cuando cualquier ser humano no puede ser comido.
Todas las culturas, absolutamente todas, se han construido sobre esta base: la diferencia entre cosas que se comen y cosas que no se comen. Desde aquí se establecen dos distinciones más. De un lado las cosas de usar, que no pueden ser comidas pero sí usadas; y del otro las cosas de mirar, que no pueden ser ni comidas ni usadas: deben ser miradas, admiradas, son las mirabilia. Esta triple distinción es la base cultural de la humanidad y de su mantenimiento depende la continuidad de la misma a lo largo del tiempo. Pero he aquí, nos contó magníficamente ayer Santiago Alba Rico, que en el capitalismo se ha producido la ruptura de esta distinción. El capitalismo, que no es sólo un orden económico y social sino también un estado del alma, es la única cultura desde el neolítico que no distingue entre objetos de mirar, objetos de usar y objetos de comer. En el capitalismo todos los objetos son de comer, como lo son para el bebé que está atrapado por el ello; no sabe distinguir entre objetos, no tiene humanidad, acabará con todo bajo la égida del consumo. El capitalismo es la cultura del canibalismo omnímodo: todo ha sido reducido a objeto comestible, es decir, de consumo y por tanto de destrucción, porque consumir es destruir. En este proceso todo, absolutamente todo, queda sometido a la lógica del consumo, a la lógica de la destrucción. Ya no hay nada tabú, ni sagrado; todos los objetos del mundo son consumibles, hasta las imágenes, principalmente las imágenes, en un proceso acelerado de desmaterialización del consumo.
Tras esta lógica homogeneizadora de las cosas, reducidas todas a cosas de comer, viene la destrucción de la triple realidad que constituye al hombre: razón, memoria e imaginación. La razón, como medio de pasar de lo particular a lo universal ha sido abolida; la memoria como base para la construcción de un mundo humano, desaparece con los objetos comestibles, que no son sino depósitos de memoria; la imaginación como medio para establecer relaciones morales (me pongo en tu lugar), ha quedado asumida en la lógica de la reproducción ampliada: ya no existe la empatía y menos la compasión.
Alba Rico, como buen marxista, no puede ver que razón, memoria e imaginación no sólo son constituyentes de la realidad humana, son los constituyentes de la realidad total; son otra forma de decir Padre, Hijo y Espíritu. En el capitalismo caníbal, Dios también ha sido convertido en objeto comestible, en objeto de consumo.

1 comentario:

M. Gelabert dijo...

En vez de progreso hay receso. Hemos vuelto al principio: nos comemos los unos a los otros. Buen signo de inhumanidad. Porque lo humano seria quitarse el alimento de la boca que nos sobra para dárselo al que no tiene.

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