La basura diaria/ que de los hombres queda/ sobre mis sentimientos/ y mis sentidos pesa.
Así escribía el murciano de Orihuela, Miguel Hernández, en su dolorido Cancionero y Romancero de ausencias. Cuando se ha visto cara a cara a la muerte en los ojos como hormigueros de un hijo; cuando se ha contemplado la ruindad de los hombres al acecho en las sombras; cuando se ha clavado hasta el tuétanos el olor de la traición, el ser humano se vuelve más lúcido, los acontecimientos diarios cobran una luz de gas que los eleva a epítomes ontológicos. El que ha sufrido y confiesa haber vivido, sea en sí o por medio de las palabras ensangrentadas de los que le precedieron, es consciente de los hechos tétricos en que nos vemos envueltos a diario, de esa basura que pesa como mil toneladas de miedo sobre los hombros de los que amamos la verdad. Caminamos sobre rastrojos de difuntos y sin consuelo nos arrastramos a dentelladas frías y calientes para desenterrar la justicia y besarle la noble calavera.
Casi un siglo después de los abominables hechos que llevaron al poeta a la muerte, seguimos sin levantar la bandera de la verdad, oculta como está tras el estrépito de una tormenta de hachas y piedras estridentes que levantan los dueños de este mundo contra toda verdad, misericordia y justicia. La basura diaria de los medios de comunicación inunda nuestros sentidos y pesa como mercurio boreal en las opiniones de los justos. Ya no quedan en pie los que otrora proclamaran la verdad por las azoteas; mastines adiestrados ladran su rencor por las esquinas de la Justicia y un coro de grillos canta a la luna mientras el honor de los humildes cae abatido a las cinco de la tarde de cualquier telediario.
Es el pecado el que acecha; es la mentira la que está presta a ceñir los lomos; es la injusticia la que se abate sobre los campos de almendras espumosas de enero. Por eso hemos de escarbar la tierra con los dientes, partir la tierra parte a parte, a dentelladas secas y calientes, hasta desamordazar el espíritu de lo humano que yace sepultado tras las riadas del consumo secular de miles de inanes sentimientos. Aprendamos del azahar de Murcia y de la palmera de Elche, que para seguir la vida bajan sobre la muerte. ¡Resistamos! es la consigna, porque el amor no es perpetuo en nadie. Pero dilo tú, Miguel:
El odio aguarda un instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.
El amor, pálido y solo.
Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.
[…]
Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.
Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.
1 comentario:
Ofreces muchas imágenes que, a veces, son las que mejor expresan los sentimientos y la realidad. Jesús decía que la verdad nos hace libres. Necesitamos poder mirar a la verdad de nuestra historia sin odios ni rencillas y desde el perdón otorgado y aceptado. Esos versos finales son muy buenos: después del amor, la tierra; y despés de la tierra, todo. Una glosa cristiana: y eso porque nuestro origen no es la tierra. Hemos sido creados desde el amor para encontrar finalmente el amor y no para volver a la tierra.
Publicar un comentario