martes, 11 de mayo de 2010

Los muertos resucitan

No sabemos por cuánto tiempo podremos disfrutar en esta sociedad avanzada y opulenta de los beneficios que el progreso ha aportado a la humanidad en los últimos cien años. La ciencia, especialmente la médica, ha puesto al alcance de los seres humanos una serie de recursos que han permitido alejar el fantasma del sufrimiento hasta dejarlo confinado en momentos muy puntuales de la existencia. La mayoría de enfermedades en los países enriquecidos o bien tienen cura o los cuidados paliativos las hacen llevaderas. Esto ha sido así en los últimos cincuenta años para una inmensa mayoría de la población de occidente, pero tal y como se están desarrollando los acontecimientos es muy probable que asistamos en los próximos diez años a un retroceso en los logros sociales que habíamos alcanzado, camino como estamos hacia un mundo donde impere la ley del más fuerte y pudiente.
Sin embargo, en las tres cuartas partes de la humanidad actual donde la medicina es un lujo al alcance de muy pocos y durante la mayor parte de la historia de los pueblos, el sufrimiento provocado por la enfermedad ha sido la constante de la existencia de los hombres. A lo largo de los siglos, la medicina ha sido casi inexistente y en todo caso un lujo para las mayorías pobres. Dentro de esta historia de sufrimiento entre los pobres hay que situar la acción de los taumaturgos, entre ellos al mismo Jesús de Nazaret. Éste, a diferencia de aquellos, no se limitaba a la curación de la enfermedad, sino que su finalidad era la sanación del mal que la había provocado. Lo vemos en el pasaje donde Mateo cuenta cómo Juan, admirado de lo que decían de Jesús, envía a sus discípulos a preguntar si era él el que había de venir o debían seguir esperando. La pregunta tiene su importancia, porque Juan, preso en Maqueronte, podía tener noticias de curaciones más o menos milagrosas, pero eso no tenía por qué significar la llegada del Mesías esperado para la salvación. Eran muchos los que podían curar, pero esas curaciones no estaban relacionadas con la salvación, de la misma manera que un médico puede curar a un enfermo, pero no puede salvarlo.
Jesús, según Mateo, responde a los discípulos de Juan con la evidencia de unos hechos interpretados a la luz de la tradición profética: "decidle a Juan lo que veis: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia". Y añade: "dichoso el que no se escandalice de mí". Tan importantes son los hechos sanadores como la gradación de los mismos. Nos percatamos que hay una gradación en los hechos que se aducen, siendo el más importante el anuncio del Evangelio a los pobres, ni siquiera la resurrección de los muertos es mayor que el anuncio a los pobres. Esto es así porque las enfermedades que se citan son todas ellas provocadas por la pobreza extrema y las carencias más comunes. Son todas enfermedades que se padecen por falta de alimento e higiene. La ceguera, la sordera y los problemas de articulaciones vienen provocados por carencias alimenticias; la lepra además por la higiene. En esta situación es habitual la muerte, real o aparente, por ello, el colofón de todo y lo que le da sentido salvífico, es el anuncio de la Buena Noticia a los pobres, y dichoso el que no se escandalice de esto. He aquí el meollo de la acción taumatúrgica de Jesús: su acción sanadora está cargada de salvación mesiánica. Aunque los muertos puedan resucitar, lo más importante es que a los pobres se les anuncia la salvación. Este mensaje sigue siendo hoy muy actual, teniendo una gran parte de la humanidad que sufre las enfermedades de los pobres y estando a las puertas de una nueva época de sufrimiento entre las sociedades opulentas.

1 comentario:

Martín dijo...

Me alegro mucho de leer estos posts que dedicas a Jesús de Nazaret. Sin duda esto de la curación de las enfermedades tenía un sentido salvífico, que anticipaba un mundo nuevo, sin mal, ni lágrimas, ni hambre, ni lepra. Lo bueno es que este mundo anticipado podría ser una realidad en nuestro mundo, pero desgraciadamente solo es una realidad minoritaria y encima sin su auténtico sentido salvífico. Hambre o no hambre se ha convertido en una cuestión política y económica, que viene a ser lo mismo. ¿No parece un mucho escandaloso que la bolsa suba un 14% en un solo día? O que baje, es lo mismo. Estas turbulencias solo favorecen al capital y, por ende, influyen en el hambre de los pobres.

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