miércoles, 18 de agosto de 2010

La falsedad y la fe

Uno de los episodios más vergonzosos de la historia reciente de la paleoantropología sucedió ahora hace un siglo. En 1909 un científico aficionado a la búsqueda de restos fósiles humanos, Charles Dawson, dijo haber encontrado restos de un cráneo y una mandíbula en una cantera en Piltdown. Llevó los restos a un eminente científico y profesor, Smith Woodward, y éste dio el marchamo científico a los restos. Según él, se trataba del eslabón perdido entre el mono y el hombre, poniéndole el pomposo nombre de Eoanthropus dawsonii, es decir, el hombre nuevo de dawson. También fue conocido como el Hombre del Alba. Durante más de cuarenta años funcionó el engaño que no era otro que creer que el cráneo, de hombre moderno, y la mandíbula, simiesca, pertenecieron al mismo ser. Si esto hubiera sido cierto, las teorías creacionistas se habrían visto respaldadas, porque los restos fósiles demostrarían que el paso entre el mono y el hombre fue de una sola vez, en un único lugar (además Inglaterra, blanca y occidental) y de forma rápida y abrupta, como si se tratara de una intervención directa divina. Por aquel entonces había muchas reticencias entre científicos y sobre todo entre los teólogos a aceptar el paso gradual entre los simios y los hombres, porque esto desmontaría la base sobre la que se asienta todo el pensamiento occidental: el dualismo. La teoría del salto ontogenético que viene a decir que entre el cuerpo del hombre y su mente hay un abismo que la evolución no puede explicar, es muy querida por todos los dualistas occidentales y el hombre de Piltdown vendría a corroborar sus tesis.
Lo verdaderamente grave no es que el engaño se perpetrara, sino que surtiera efecto. ¿Cómo es posible que varios de los más eminentes científicos de la época cayera en tan burda patraña? Hay que pensar que Dawson, el falsificador, tomó el cráneo de un cadáver reciente y lo unió a una mandíbula de un simio del zoológico. Para dar credibilidad a su creación ennegreció el conjunto, desgastó los molares de la mandíbula al modo humano y cercenó oportunamente la zona de engarce de la mandíbula con el cráneo, zona que habría denunciado el fraude. Todo esto no fue detectado hasta treinta años después, aunque muchos científicos mostraran su extrañeza.
La única respuesta válida para explicar el funcionamiento del fraude es que muchos encontraron lo que esperaban encontrar, a saber, la prueba de que la evolución tiene un límite cuando se acerca a lo humano y que Dios interviene de forma directa para la creación del hombre. En este error, por llamarlo así, cayeron tanto científicos agnósticos que no podían aceptar el gradualismo evolucionista, como creyentes sinceros que necesitaban una prueba científica de su fe. Unos creían que la integración del hombre en la escala evolutiva natural, pura y simple, no hacía justicia a la altura moral humana, que la cultura, la civilización y la sociedad no pueden ser explicados en términos evolutivos; otros estaban convencidos de que Dios no puede actuar por medios naturales para la creación del hombre y que éste es fruto de una creación directa por Dios, al menos de la parte más noble de él, el alma. Unos y otros necesitaban que la ciencia les diera la razón, con lo que acababan por rendir sus armas a la propia ciencia.
Uno de los corolarios más triste de este asunto es la participación de Theilhard de Chardin en el engaño. Parece ser que no estaba al tanto, aunque era amigo de Dawson y encontró varios restos fósiles de animales en la misma zona. Creo que debe ser exonerado del fraude, pero Jay Gould no lo tiene tan claro y aduce pruebas circunstanciales que podrían implicarle, aunque como máximo podría ser colaborador indirecto, no artífice, quizás llevado por una mala comprensión de la fe o por cierto chovinismo francés, que llevaría a colaborar en un fraude que al descubrirse dejara en evidencia la ciencia británica. Sea como fuere, el hombre de Piltdown, u hombre del alba, nos revela mucho de la condición de nuestra propia fe y de los límites que hay que respetar a la hora de hacer apologética. Hay que llevar mucho cuidado para que la fe no caiga en falsedad.

6 comentarios:

winibal dijo...

¡Qué cosas! nos pones Bernardo. Ciertamente el “dualismo occidental” ha sido un problema. Y actualmente más que un problema es “un drama”. Yo creo que un ochenta por ciento de la “praxis pastoral” (perdón por la presunta redundancia) que actualmente llevamos a cabo se asiente en esta base dualista. La eucología litúrgica, los “contenidos de fondo” de los catecismos “renovados”, el “tipo ordinario” de predicación, e incluso el argot del clero recié estrenado (“voy a salvar almas”) son expresión de ese drama . Precisamente, allí donde pudiera no estar presente el dualismo, la “tarea social de la Iglesia” a veces es criticada por falta de identidad “cristiana”. Urge, desde luego, llevar la teología a la pastoral, el problema es que muchos de los cristianos que nutren nuestras parroquias se pierden “fuera” del dualismo. Y “cristianos nuevos” no hay muchos, porque tardaría mucho en “hacerse” desde este distinto paradigma al dualista, y claro, no podríamos, mientras tanto, nutrir de “material humano JMJ´s como las del año próximo o encuentros europeos de 12.000 paticipantes (¡que casualidad, 12000, numero mágico el 12) como en Santiago. Lo dicho, un “drama”. Gracias por tu comentario de hoy. Saludos.

Martín dijo...

En estos temas lo mejor es dejar que los científicos hagan su tarea, y no hacer de los datos científicos una apologética de la fe, cosa que ya recomendaba Juan Pablo II, por cierto. Por otra parte, hoy hay una serie de científicos teólogos que nos han ayudado a comprender mejor que ciencia y fe pueden ir de la mano, aunque cada una vaya por su camino. Ciencia y fe, lo mismo que masculino y femenino, son las dos alas que el ser humano necesita para poder volar. Si una de las alas está enferma, está enfermo todo el ser humano.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Qué bien conoces nuestras prácticas pastorales, estimado Winibal. Hoy día hay una vulgata dualista muy extendida entre los que deberían ser los primeros en la enseñanza de la fe y cuesta mucho hacerles ver dónde están. No sé si haría falta una especie de catarsis o, como opinan algunos, simple formación. Porque una cosa es ser dualista a conciencia y otra serlo sin tener ni idea de ello.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Querido Martín, soy de la misma opinión que tú, la ciencia y la fe deben colaborar, cada una en su ámbito, y hemos de dar gracias a que haya tantos y tan buenos teólogos que saben hacer un perfecto matrimoniaje entre ambas sin caer en dualismos de ningún tipo. Pienso en Polkinghorne, en Barbour, en Edwards, en Schmitz-Moormann y tantos otros. Pero hay un trecho enorme entre estos teólogos y la oficialidad dogmática que aún sostiene que el alma ha sido creada directamente por Dios sin mediación alguna, con lo que se abren más interrogantes: ¿quién es el causante del pecado si el alma es creada directamente por Dios? ¿cuál es el valor del resto de la creación? ¿qué sentido tiene el universo en este proyecto divino? ¿para qué la encarnación y la resurrección?

Un abrazo

winibal dijo...

Hablando de dualismo, buceando en internet mirad lo que he encontrado:

"De hecho, la conmemoración de la Asunción de la Virgen, nos recuerda implícitamente que, en la muerte se produce la separación del cuerpo y del alma; y al mismo tiempo remarca que la fe en nuestra resurrección al final de los tiempos es lo más característico de la esperanza cristiana. Después de esta vida, estamos llamados a participar de la Vida Eterna de Dios con la totalidad de nuestro ser: cuerpo y alma. La Redención de Cristo no sólo ha traído la salvación a la dimensión espiritual del ser humano, sino también a la corporal. Por eso, nuestra meta es llegar a gozar de Dios con todo nuestro ser, corporal y espiritual, como ya lo hace anticipadamente la Virgen María".

Homilia de Munilla el pasado domingo, ¿Qué os parece?

Un saludo

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Yo califico este tipo de discurso como de "esquizofrenia antropológica". Si dividimos al hombre en una dupla, qué es el hombre. Entiendo que el hombre es lo que supuestamente pervive, el alma, porque una vez corrupto el cuerpo ya NO ES, por tanto el hombre siempre fue su alma, luego el cuerpo no fue sino un simple ropaje. Esto no es sino gnosis pura y dura. La resurrección no aporta nada a esa supuesta vida eterna. Qué podría aportar un cuerpo redivivo a un alma ya beata.
En fin, inconsistencias que no paran de aumentar pero que tienen su base en la imposibilidad de un debate serio con estos postulados que no resisten ni el más mínimo embate.

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