sábado, 27 de noviembre de 2010

El sueño del neoliberal

La última novela del premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, resulta un intento fallido por rescatar del olvido a un personaje fascinante. Su vida fue intensa y comprometida, pero el pálido reflejo que de ésta da el literato peruano no puede hacer ningún bien a su imagen. Construida a modo de flashback histórico, la novela relata los últimos momentos del que fuera Sir del Imperio Británico, condenado a la horca por alta traición en la prisión de Pentonville. A la espera de la confirmación de la sentencia o de la llegada del imposible indulto, Roger Casement va recordando los acontecimientos de su vida, desde su infancia con un padre severo y estricto y una madre dulce pero a la que perdió pronto y que marcará su vida hasta el día de la horca.
Casement servirá al Imperio como enviado a distintas misiones, pero las más importantes serán la elaboración de sendos informes sobre la inhumanidad con la que Bélgica explotaba el caucho en el Congo y la extracción de ese mismo producto en la Amozonía por una empresa cotizada en la Bolsa de Londres. Los informes son demoledores y ponen en el candelero público la barbarie con la que occidente actúa en las colonias con la peregrina excusa de una acción civilizatoria. Las páginas que el Nobel dedica a la explicitación de la barbarie racional de occidente en la explotación del caucho son memorables. De hecho, la novela tiene un gran consistencia hasta la página 263 en la que concluye el capítulo X, un verdadero canto al arte de narrar, pero a partir de ahí el lector tiene la sensación de que al autor le han entrado prisas por terminar. La tercera y última parte de la obra se escurre entre los dedos y no llega a captar la atención. Da la impresión que no ha sabido rematar una obra que ofrecía mucho, pero lo parece por el hecho de no saber exactamente qué quería contarnos, si la vida de un hombre o la injusticia de occidente en la colonización de África y América, porque queda descartada la opción de que la obra sea una crítica a la colonización por medio del relato de la vida de Roger Casement.
Quiero dejar dos muestras de lo que entiendo que son lo mejor y lo peor de esta obra. En la página 206 se pone en boca de un capataz encargado de la extracción del caucho en la Amazonía el siguiente panegírico de la acción empresarial occidental:

"Defendió las 'correrías', gracias a las cuales, dijo, todavía había brazos para recolectar el caucho. Porque el gran problema de la selva era la falta de trabajadores que recogieran esa preciosa sustancia con la que el Hacedor había querido dotar a esta región y bendecir a los peruanos. Este 'maná del cielo' se estaba desperdiciando por la pereza y la estupidez de los salvajes que se negaban a trabajar como recogedores del látex y obligaban a los caucheros a ir a las tribus a traerlos a la fuerza. Lo que significaba una gran pérdida de tiempo y de dinero para las empresas". Ante las recriminaciones de Casement, Víctor Israel, que así se llama el capataz alega: "¿pone usted en un mismo plano a los caníbales de la Amazonía y a los pioneros, empresarios y comerciantes que trabajamos en condiciones heroicas y nos jugamos la vida por convertir estos bosques en una tierra civilizada?".

Mutatis mutandis, este discurso serviría para ponerlo en boca de todos los defensores de los imperios habidos y por haber. Siempre se justifica el expolio por los beneficios que se entregan a los pobres salvajes, incultos e idólatras. Como dice Vargas Llosa, la santísima trinidad de occidente, la Civilización, el Cristianismo y el Comercio, las tres ces de la ideología imperial occidental. Creo que esta crítica tiene la virtualidad de resucitar al Vargas Llosa de antes de 1971, el de La ciudad y los perros, por ejemplo, pero es un puro espejismo que se desvanece en la última parte de la obra, donde queda claro que es una crítica meramente moralista que no alcanza a socavar los fundamentos del liberalismo al que se aferra el autor sin ningún tipo de recelo crítico. Esa última parte es la que tiene menos consistencia narrativa y en la que, incluso, encontramos párrafos mal escritos, que ni un principiante podría permitirse. Para muestra un botón extraído de la página 269:
"Roger no contestó porque comprendió que el carcelero no estaba hablando con él, sino consigo mismo a través de él". Es de una simpleza esta expresión que casi da rubor leerlo: hablaba consigo mismo a través de él. De estas hay varias a lo largo de la obra, como en la página 115: "mientras más exacto y conciso fuera, sería más persuasivo y eficaz". Resulta forzada la expresión y casi diría que un prurito de principiante.

Es, en definitiva, una obra de segunda categoría, pero interesante en algunos pasajes, incluso brillante en otros, pero de desigual calidad en su conjunto. Creo que el autor tiene un interés por justificar su deriva ideológica hacia posiciones neoliberales que son las causantes de tanto daño en el mundo hoy y además las hijas legítimas de aquella barbarie que occidente cometió entonces y continúa hoy por con medios más poderosos y sofisticados. El Sueño del celta no es sino el sueño imposible de un neoliberal por quitarse la culpa por tantos crímenes contra la humanidad que una ideología ha justificado, protegido y alentado; es la constatación del remordimiento de una conciencia que no está limpia pero que pugna por intentar ser perdonada. Ni lo uno ni lo otro consigue el último Nobel de literatura.

Querido Mario, la historia os juzgará, te juzgará, por los muchos pecados cometidos contra la humanidad. Aún estáis a tiempo de convertiros, pero el tiempo apremia y ya no caben sueños, necesitamos realidades.

4 comentarios:

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Parece -quizás esté equivocado- que Vd. traza un abismo infranqueable entre Liberalismo y Cristianismo. Ambos tienen como premisa fundacional la de la libertad, que empieza por la de conciencia, que es la esencial, frente a otras religiones de sumisión. El liberalismo clásico no pretendía la libertad absoluta de los mercados, y el propio Adam Smith ponía en guardia contra el egoísmo de los empresarios. El término neoliberal utilizado como sinónimo de capitalismo salvaje me parece una caricatura reduccionista procedente de cierta izquierda. Libertad de pensamiento y expresión, igualdad jurídica y de oportunidades a través de la educación pública, y propiedad (empezando por la de la propia conciencia, que es negada por los regímenes totalitarios, que coinciden en ser antidemocráticos, antiliberales y anticristianos) son elementos que un cristiano puede suscribir. Yo no tengo empacho en considerarme cristiano y liberal.
Cordiales saludos.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Estimado José Miguel: no soy yo el que traza ese abismo, sino la Doctrina de la Iglesia en el siglo XIX. El Syllabus de Pío nono indicaba la imposibilidad de aceptar el liberalismo de aquellos tiempos, que no era, ni mucho menos, el neoliberalismo actual. Por cierto, el nombre "neoliberal" es autoimpuesto, no es fruto de una conspiración izquierdista.
Lo que sí resulta curioso es ver cómo hoy es más fácil considerarse cristiano y liberal que lo era hace 50 años, cuando los sacerdotes aún debían hacer el juramento antimodernista.

Pero, entrando en materia, no es posible, parafraseando el dictum magisterial, ser buen cristiano y verdadero liberal. Si se es un verdadero liberal se estará en contra de la comunión de bienes, de la hipoteca social que pesa sobre la propiedad privada, del sometimiento de la voluntad individual al Bien Común y del control del "dios mercado" que exige sacrificios humanos. Por otro lado, si se es un verdadero cristiano, se mantendrá el principio básico de la fraternidad universal y de la comunión con la Creación y no podrá transigirse con ningún tipo de poder económico y oligárquico. Por tanto, es imposible ser un verdadero liberal y un buen cristiano. Pero, es más, es imposible ser simplemente cristiano y neoliberal, porque el neoliberalismo exige lo mismo que el liberalismo pero "liberado" de ataduras para la destrucción de la humanidad. No tengo que ir muy lejos, puede verse la actuación "irracional" de los mercados financieros, capaces de destruir un país si con eso sacan beneficio. El neoliberalismo rampante supone la destrucción de la sociedad humana, como así lo reconocían sus dos impulsores más conocidos en el mundo político: Thatcher y Reagan. Ellos ya decían que "la sociedad no existe" y "el Estado es malo". Así de simple, pero así de claro. Por supuesto que estos dos son simples marionetas y que los pensadores son Hayeck y Friedman en lo económico. Claro que tiene Vd. razón en que Smith no caería en los errores de los neoliberales y Ricardo tampoco, pero hoy no existen esos liberales y lo que tenemos son estos otros que tanto daño han hecho a la economía actual. ¿O debemos afirmar que la crisis del capitalismo es fruto de políticas no neoliberales? ¿Caeremos en el infantilismo de culpar siempre al otro?

No, querido José Miguel, no se puede ser cristiano y neoliberal, es un oxímoron, tanto como un cristiano liberal.

Desiderio dijo...

Aunque ya hace unos pocos días que publicaste este post, me ha parecido oportuno intervenir. Porque el caso es que no acabo de estar de acuerdo. Sí que es cierto que en el ámbito liberal se pueden dar situaciones tan injustas como las que no paras de denunciar en el post. Pero no son las únicas. Precisamente en este ámbito también se pueden dar empresas en las que si bien buscan el beneficio —porque de alguna manera si una empresa no genera beneficios no puede subsistir—, no buscan sólo el beneficio: buscan justicia social, buscan reparto de los dividendos entre sus trabajadores, buscan trabajar con personas y no con meras herramientas humanas,… Y esto es una realidad, aunque por desgracia no es la más común. Como cristianos debemos buscar, como dices, la fraternidad universal; pero para ello, ¿no debemos permitir que quien no comparta esta visión pueda no hacerlo —salvaguardando lógicamente los derechos establecidos—? ¿Qué sentido tiene que se le obligue a alguien a compartir sus bienes? Me refiero a sentido sobrenatural, lógicamente. Yo creo que liberalismo no es sinónimo de devorador, sino que crea el ámbito para que el que quiera pueda devorar y el que no quiera no. Y me planteo, ¿está la propiedad privada en contra del cristianismo? Yo sinceramente creo que no. ¿Se podría vivir en nuestra sociedad sin propiedad privada? Otra cosa es a lo que yo destine esa propiedad privada.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Estimado Desiderio: la propiedad privada no existe, es una entelequia creada por una institucionalización social. En todo caso, según la Doctrina Social de la Iglesia, sobre la. propiedad pesa una grave hipoteca social. Los seres humanos somos administradores de aquello de que disponemos y no hay derecho alguno de propiedad, sino de uso, por tanto somos usufructuarios.
El liberalismo, ahora ya sólo existe el neoliberalismo, es la estructura social que da base al egoísmo que anida en todo ser humano. El liberalismo es la estructura de pecado que permite el pecado individual. Creo, sinceramente, que el liberalismo es intrínsecamente perverso y que no se pude transigir con él, pero también pienso que hay muchos liberales que honestamente intentan eliminar el mal que subyace a este modelo.
Lo que yo propongo es un modelo de comunión social y de economía del don, cosas ambas que he explicado en muchos post.

Un abrazo

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