La conferencia, traducida, puede leerse en el enlace y ha resultado de lo más interesante. Su título explica en parte el contenido: "La Trascendencia y las tentaciones del intelecto: algunas reflexiones sobre la integridad de la razón en la teología sistemática y práctica".
La conferencia tiene plena justificación dentro de estas Jornadas de Teología con el nombre genérico de Fe y Razón. La Fe, en la conferencia tratada como la Trascendencia, puede verse sometida por ciertas tentaciones intelectuales o racionales, la Razón. Para Janz hay dos formas de entender la Razón por parte de la teología. Una es la que entiende la razón como una facultad del intelecto humano; la otra como un universo metafísico. La primera, referenciada por Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, está en la línea del pensamiento kantiano y tiende a poner límites a la razón humana, puesto que es una facultad eminentemente práctica que manifiesta sus condicionantes. El primero es que la razón se da necesariamente en el ser humano y no puede ser hipostasiada. La facultad de la razón está condicionada por los límites corporales humanos, por su propia biología, por la historia de su propio uso. Además, es una facultad que debe usarse para algo concreto y, por tanto limitado. La otra forma de usar la razón es la que manifestó Ratzinger en el discurso de Ragensburg en el año 2006, discurso que hizo como teólogo y no como Papa, lo que permite la confrontación académica libre de sometimientos dogmáticos. En aquél discurso se plantea que la razón es un universo metafísico que condiciona el pensamiento humano y no condicionado por nada. La razón no sería una facultad, por tanto, sino el marco de referencia de cualquier pensamiento. Con esto pretende Ratzinger huir del relativismo sin caer en el dogmatismo, proponiendo un marco objetivo para todo ser humano, pero íntimo a él, de modo que el sometimiento a la razón natural sería algo puramente humano y no una obligación forense. Sin embargo, y aquí radica el núcleo de la crítica de Janz al discurso de Ragensburg, la propuesta cae en los dos errores de la razón moderna, en el relativismo y en el dogmatismo. Queriendo huir de ellos, cae de forma imprevista en los dos. Veamos la desconstrucción que Janz hace del discurso de Ragensburg: queriendo ampliar el concepto de razón de modo que no se limite a algo concreto, que sería lo que hizo Kant, se alude al momento histórico preciso en el que la razón griega se fusiona con la fe bíblica y surge la helenización del mensaje cristiano. Para Ratzinger, ese es el momento normativo de todo concepto de Razón universal, por eso, no actuar según la razón es no seguir a Dios. Con esto se ha caído en lo que ser quería evitar, la relativización del discurso racional, al hacerlo coincidir con una de sus circunstacias históricas, el discurso greco-judío. Caemos así en una re-platonización del cristianismo. Pero, de forma inesperada, el relativismo que supone someter la razón a uno de sus momentos se convierte a su vez en un dogmatismo, ya que se absolutiza lo concreto y se eleva a categoría universal. De esta manera, el discurso de Ragensburg cae en el relativismo y en el dogmatismo a la vez. Más aún, al recurrir al prólogo del Evangelio de Juan se ahonda en el dogmatismo, pues se identifica al Logos cristiano, al que estaba en Dios y se dirigía a Él, con el Logos griego. Pero, cuando Juan identifica aquél Logos con el que se ha hecho carne y se ha concretizado, entonces el discurso lo obvia. Precisamente, Juan lo que hace es una crítica total al Logos griego (estoico), universal y alejado de los hombres y reconducirlo hacia el que se ha hecho hombre concreto.
Quiere esto decir que la Razón, ilimitada, no es humana, no puede ser utilizada para nada concreto y se pierde en una pura elucubración de ilustrados sin ninguna referencia práctica para los hombres de carne y hueso. La teología que hace un uso tal de la razón pierde el horizonte de sentido. Toda teología cristiana debe tener presente la Encarnación como hermenéutica concreta de Dios. A Dios, a quien no vemos, podemos asumirlo mediante las realidades creadas, que sí vemos. Esto es lo que hace el movimiento iniciado en el King's College de Londres, Transformation Theology. La revelación, nos dice este insigne representante de este movimiento, es la comunicación de la vida divina a la vida humana encarnada por medio de la vida humana encarnada. La verdad de esta vida humana encarnada no "es", "ocurre", se está moviendo con el hombre, se hace día a día, están in fieri. De ningún modo puede ser esta vida divina comunicada en la vida humana encarnada deducida de ninguna razón universal metafísica. Si tal hiciera, la teología dejaría de ser cristiana para ser lo que siempre fue, griega, platónica.
Desde mi punto de vista, la única razón cristiana es la razón crucificada. Como decía San Pablo, el Logos Staurós, el logos de la cruz. No es una razón deductiva que conforma un universo metafísico, como en el discurso de Ragensburg, sino una razón kenótica, al servicio de las víctimas de un mundo que se ha construido desde el pecado estructural del poder y la riqueza. La razón cristiana está pendiente del hombre de carne y hueso que sufre las consecuencias del pecado histórico y social. Una razón teísta metafísica que no tiene presente la crítica kantiana, está en camino de un ateísmo práctico, como hemos visto a lo largo del siglo XX. Nietzsche es la consecuencia necesaria de no tomar en serio a kant, es decir, de Hegel. Por paradójico que parezca, la construcción de un universo metafísico ajeno a lo humano, objetivo y preexistente al mundo, teísmo intelectualista, lleva al deísmo moral y este al ateísmo práctico. Dicho en otras palabras, la creación de un mundo de ideas extraño y alejado del mundo material, es la condición necesaria de un materialismo reduccionista negador de la trascendencia y éste, la condición del relativismo moral y el indiferentismo intelectual.
Curiosamente, la posición de esta corriente teológica de la Transformación de la Teología, coincide con lo que proponía Martín Gelabert el lunes pasado en su conferencia: Dios se da en las condiciones de este mundo, en la realidad encarnada del hombre, no más allá o a pesar de ella. La teología actual sigue su camino de vuelta a los orígenes para reencontrarse, negando la modulación platognóstica que la ha lastrado durante los últimos dieciséis siglos. Pronto se cumplirán las palabras proféticas de Antonio López Baeza: "cuando la teología actual llegue al pueblo de Dios, habrá una revolución en la Iglesia y en el mundo".
2 comentarios:
No hace mucho leí un texto de Cantalamessa que precisamente ponía de manifiesto esta inversión que comentas, que el denomina el paso del esquema carne-espíritu al de espíritu-carne. Según él, en un principio —en referencia a Jesucristo— lo que interesaba no era tanto la naturaleza de Jesucristo como su condición, su modo de comportarse y de existir, primero en el tiempo y después fuera del tiempo. Interesaba más la existencia que, digamos la esencia (yo creo que en este sentido tenemos que aprender mucho de la interpretación judía veterotestamentaria). Y como se comenta en el post, con la introducción del cristianismo en la cultura griega se invierte el esquema, otorgando mayor relevancia al ser, a la esencia inmutable de las cosas, antes que a su devenir o a su historia. Supongo que esta ha sido una influencia no sólo en el pensamiento cristiano, sino en toda reflexión intelectual occidental, por lo menos hasta que se ha empezado a hablar en la filosofía contemporánea de la existencia, de lo vital, etc., con lo que parece que se trata de recuperar esa nota de proceso, de devenir, inherente a lo humano.
Lo que yo no veo tan descabellado es esa identificación entre el logos y el Verbo. Sí, si efectivamente se convierte en un mundo de ideas sin ningún tipo de conexión con lo humano, como comentas. Pero creo que si bien se ha acentuado en algunas épocas esta componente estática y esencial, nunca se ha olvidado en la tradición cristiana, precisamente, su condición de cristiana, esto es, que en Jesucristo se produce ese punto de conexión entre lo divino y lo humano, punto sin el cual nos sería imposible acceder a Dios.
Yo creo que esos dos aspectos de la razón, para nada son incompatibles. El segundo indicaría esa comprensión del universo, sin la cual el mundo sería ininteligible. Y el primero, pues nuestra herramienta para acceder a esa comprensión, aunque esa herramienta esté condicionada por nuestra biología y se haya desarrollado al modo que comenta Lorenz, en adaptación evolutiva a ese mundo que pretende comprender. Yo interpreto así esa frase de que la razón metafísica condiciona nuestro pensamiento.
Y ya para acabar, comentar que yo no sé si cuando este teólogo dice que al utilizar la herramienta histórica griega se está cayendo en un relativismo es una crítica acertada (por lo menos hasta donde yo llego a alcanzar). Lo digo en el sentido de que si lo que estamos defendiendo es el aspecto histórico de la teología, ¿no es lo normal que se utilicen herramientas humanas que necesariamente se han de dar en el tiempo? Desde nuestra condición humana, tenemos que expresar aquello que entendemos absoluto con nuestras herramientas, concretas, temporales, imperfectas,… Y no por ello se ha de caer necesariamente en un dogmatismo —otra cosa es que se caiga— sino que simplemente actuamos como humanos. De hecho, supongo que con el devenir de la historia se irán corrigiendo —iremos corrigiendo— lo que entendamos que sean defectos que arrastramos del pasado, mediante nuevas herramientas, nuevos planteamientos,… todos ellos concretos y humanos.
En fin, perdona por la extensión.
Efectivamente, Desiderio, la reflexión cristiana necesita de los procesos encarnacionales para poder hablar con el mundo en el que está inscrita, pero la crítica de Janz al discurso de Regensburg es que huyendo del relativismo cae en él en el momento en el que da absoluta prioridad a un momento encarnacional concreto. Además, cae en el dogmatismo en el mismo momento de la absolutización de lo relativo o concreto. Este es el núcleo de la crítica, núcleo que comparto porque el a contecimiento de la encarnación constante de la fe es imprescindible, pero por ello mismo no podemos absolutizar ningún momento aunque los primeros momentos puedan ser normativos, como afirmaba Lluís Oviedo en la respuesta a Janz.
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