lunes, 17 de octubre de 2011

In illo tempore

Una de esas citas de Kazantzakis que van de boca en boca dice así: "le pedí al almendro que me hablara de Dios y el almendro floreció". La naturaleza expresa a Dios por medio de su propio ser, en su hacer lo manifiesta. Es esta una realidad que sólo es posible con los ojos de la fe, mas no sólo. También es posible asombrarse ante el misterio del ser que percibimos cada vez que miramos con ojos despiertos el mundo que nos rodea. Si no dejamos que la sociedad de consumo nos embote con sus mentiras, percibiremos la realidad viviente que nos rodea. De esa percepción nació la religión en los primeros sapiens y creó todo un conjunto de mitos y ritos para vivirlo comunitariamente.
La religión, al contrario de lo que opina una corriente poco informada del laicismo, es un índice de humanidad, cosa distinta son las perversiones que, como en todo lo humano, puede tener la religión o las religiones, pero en sí es un humus para el nacimiento de lo humano. Traigo un ejemplo que puede ser muy útil para su comprensión. En Nueva Guinea hay un pueblo aborigen, los telefol, que tiene un tabú con la carne del equidna, un marsupial fácil de cazar y con una carne rica en grasa. A pesar de lo apetitosa que es la carne, el pueblo tiene prohibido cazarlo pues de hacerlo caería sobre él una gran catástrofe. La explicación es la siguiente. En los tiempos primitivos (in illo tempore) hubo en antepasado, Afek, que tenía cuatro hijos, un tlacuache, una rata, un humano y un equidna. El equidna era el hijo bonito de su madre, al que más quería, pero el humo de la choza le irritaba los ojos. Afek no tuvo más remedio que enviarlo a la selva musgosa, donde el aire es más limpio y advirtió a sus hermanos que bajo ningún concepto podían lastimar nunca a su hermano. Se trata de otra forma del relato de caín, claro está. Pues bien, los aborígenes respetaron el tabú y nunca cazaron al animal, hasta que un predicador baptista, en los años 50, le dijo que aquello eran supersticiones fruto del diablo y ellos empezaron a cazarlo. Se cree que empezó poco a poco, primero lo cazaría alguien para venderlo a los blancos y cuando se dieron cuenta que "no pasaba nada" acabaron con él.
Pues sí, el lector sabe como ha acabado la historia. El equidna ha desaparecido de la zona y un gran desastre a caído sobre el pueblo aborigen. El frágil equilibrio ecológico se basaba en este animalito que permite mantener a raya a ciertos bichitos que, de lo contrario, se reproducen hasta acabar con el equilibrio biológico. Como se puede ver, la religión, la humanidad y el cuidado de la naturaleza van de la mano. La religión no sería sino el medio por el que la evolución ha conseguido que el ser humano se integre en la naturaleza y no acabe destruyéndola. No es de extrañar que la pérdida de la religión se produzca en el momento en el que la naturaleza está más dañada. La muerte de Dios va seguida del asesinato de la naturaleza y de la humanidad.

1 comentario:

Martín dijo...

"Por el olvido de Dios, la propia criatura queda oscurecida", dice el Vaticano II. Dicho en línea con tu post: Dios hace crecer, es fáctor de maduración. En este sentido la religión (la cristiana al menos) humaniza. Una religión que deshumaniza, que pisotea la dignidad humana, que pide sacrificios humanos, es claramente falsa. La cuestión no son las religiones, sino sus predicadores, que en nombre de Dios pueden corromper lo más santo y sagrado. En este sentido lo óptimo se convierte en pésimo cuando se corrompe.

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