Cuentan que Hume, amigo que fue durante poco tiempo de Rousseau, paseaba a éste por Inglaterra como el que pasea a un león salvaje. El aspecto que tenía entonces Rousseau ayudaba mucho y su forma de exponer su pensamiento lo hacían un petit sauvage, nada que ver con su Emilio. Las circunstancias que llevaron a Hume a entrar en amistad con Rousseau fueron tan excepcionales como el tiempo que duró su idilio. Pronto, el lado paranoico del ginebrino le llevaría a montar confabulaciones mentales contra él. Nada ni nadie escapaba de su delirio persecutorio y el pobre Hume se vio envuelto en esto. Al final, una amistad forzada acabó con una disputa de las que ayudan a comprender el mundo y a los humanos. De esta disputa he intentado recoger una pequeña parte, la que más me interesa, la disputa sobre el origen de las discordias religiosas en la sociedad.
Como el tema ya lo he tratado por extenso en La verdadera religión. El intento de Hume de naturalizar la fe, quiero centrarme en la propuesta sintética del pensamiento de Rousseau sobre la necesidad del control de la religión como medio para obtener la paz social. Lejos de ser un tema desfasado, las intervenciones de los últimos cinco años en el plano filosófico internacional aseguran la actualidad de la temática y la vuelta a consideración de la religión como elemento a tener presente en la sociedad postsecular. Véase la magnífica obra de Mendieta que recoge el coloquio celebrado en New York en octubre de 2009, bajo el título de El poder de la religión en la esfera pública. Pero, vayamos con el salvaje de Ginebra.
Como el tema ya lo he tratado por extenso en La verdadera religión. El intento de Hume de naturalizar la fe, quiero centrarme en la propuesta sintética del pensamiento de Rousseau sobre la necesidad del control de la religión como medio para obtener la paz social. Lejos de ser un tema desfasado, las intervenciones de los últimos cinco años en el plano filosófico internacional aseguran la actualidad de la temática y la vuelta a consideración de la religión como elemento a tener presente en la sociedad postsecular. Véase la magnífica obra de Mendieta que recoge el coloquio celebrado en New York en octubre de 2009, bajo el título de El poder de la religión en la esfera pública. Pero, vayamos con el salvaje de Ginebra.
Entiende Rousseau que hay dos clases de religión, según se
considere en sentido general o particular.
Si consideramos el primero, tenemos la religión del hombre, una religión con un
culto puramente interior al Dios supremo, a la ley eterna por Él promulgada y
que coincide con el Evangelio. Se trata del verdadero teísmo, al decir de
Rousseau y es una religión libre de templos, ritos y cultos externos. Sin
embargo, hay otra religión si consideramos el sentido particular de la misma,
la religión del ciudadano. Cada país tiene su propia religión, con sus dioses,
sus dogmas, sus ritos y sus cultos externos. Esta fue la primera religión de la
humanidad y la que provocó tantas disputas al intentar cada pueblo someter al
vecino e imponerle su religión.
Hay una tercera clase de religión que es la que introduce
las dos soberanías, la que divide a los pueblos y causa muchos males. El cristianismo es una de ellas, pero también están el budismo
y el sintoísmo. Esta tercera, al decir de Rousseau, es tan evidentemente mala, que entretenerse en demostrarlo es perder el
tiempo.
La segunda tiene aspectos buenos y aspectos malos. Es buena en que une el culto
divino con las leyes y esa unidad da estabilidad al Estado, pero es mala porque
nace de la superstición, la mentira y el error y nada que no se funde en la
recta razón es bueno para el hombre. Por tanto, nos queda la primera, la
religión del hombre, a la que Rousseau llama el cristianismo del Evangelio,
completamente diferente al actual. Sin embargo, siendo buena en sí, es mala en
tanto no une a los ciudadanos con las leyes que les gobierna, introduciendo una
división en la unidad del Estado que hará, a la postre, que éste se pierda.
Dicho con sus palabras: una sociedad de
verdaderos cristianos ya no sería una sociedad de hombres. Esta
sociedad es una utopía de tal tipo que no se llegará a constituir nunca, de ahí
que sea imposible.
La única solución es la de una religión civil, impuesta por
el soberano. Sería una profesión de fe puramente civil, cuyos artículos
estarían fijados por el soberano, que garantizaría la unidad política y el
respeto al contrato social, único garante de la paz. Es una religión que
permitiría unir en cada hombre al ciudadano y al súbdito. Pues sin esa unidad
interior en cada hombre no habrá unidad exterior en la sociedad. Esta es la
religión civil:
«los dogmas de la religión civil deben ser sencillos,
pocos, enunciados con precisión, sin explicaciones ni comentarios. La
existencia de la divinidad poderosa, inteligente, benéfica, previsora y
providente, la vida futura, la felicidad de los justos, el castigo de los
malos, la santidad del contrato social y de las leyes: he aquí los dogmas
positivos»*.
Como se ve en sus propias palabras, la religión tiene una función que cumplir en la sociedad, la de dar algo que el soberano no puede: unidad entre los individuos que la componen. El soberano puede imponer, pero no puede hacer que los súbditos amen la imposición, esta es la función de la religión, de ahí que el Estado esté legitimado para intervenir aportando una religión de la razón, con principios simples, pero suficientes para unir al hombre con el ciudadano. De esta unidad depende la paz y concordia sociales, fin y objetivo del pensamiento ilustrado, y quizás, aquello hacia lo que deberíamos encaminarnos en la sociedad postsecular.
*Todas las referencias son de: Rousseau, Jean Jacques, Du contrat social ou principes du droit politique, Librairie A. Hatier, Paris 1945.
3 comentarios:
Feliz año, Bernardo. Con mis mejores deseos de que el Dios cristiano te bendiga, un Dios que tiene poco de religioso, porque no se interesa por sí mismo, sino "por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación". Un abrazo desde Gran Canaria.
Un fuerte abrazo, Martín, y Feliz año. Claro que es un Dios muy queer, que no requiere ni cultos ni sacrificios sino amor y misericordia entre sus hijos. Creo que esto es lo bueno que nos ha enseñado el proceso de secularización y que, en el fondo, es un producto del mismo cristianismo para liberarse de concepciones clericalistas esclerotizadas que encierran a Dios en sus ritos y cultos sin salir al mundo y verlo por doquier. En un sentido primitivo, secularización fue la ruptura de los muros de los monasterios para llevar el Evangelio al mundo. Ojalá que sea esto hoy también.
Feliz año Bernardo;con los mejores deseos de paz, justicia y sobre todo libertad,desde mi concepción Trinitaria.
No puedo olvidar tu trabajo, y me cuestiona el contexto historico de los personajes de Hume. Desde un Deismo Ilustrado, se juega con la filosofia del lenguaje. ¿Cristianismo o Deidad?
Un saludo cariñoso
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