La religión de la globalización
responde al modo de producción social imperante: el mercado absoluto
controlador de todos los ámbitos de la vida. Todo se rige por este nuevo dios
que nos ha sido impuesto y al que debemos rendir culto. La nueva religión es la
religión del mercado, del supermercado, del mercadeo constante y de la
mercantilización absoluta de la existencia. Este cierre del ámbito humano y su
clausura mercantilista es la causante de la pérdida de las transcendencias,
pero a la vez lo es del auge de la religión. Cuando el hombre no tiene nada
excelso por lo que vivir, necesita elevar a ese rango aquellas cosas que vive
cotidianamente. Luckmann entiende que la religión, todas las religiones en la
globalización, están empeñadas en pervivir sobre la base de dar a los miembros
de esta sociedad aquellas transcendencias menores que gustan y entienden: la
autonomía del propio yo y su sacralización.
La religión de la globalización
es individualizadora y privatizada, pero ante todo posmoderna. Sabemos que el término dice mucho y también nada, de ahí que
preferimos definirlo con Zygmunt Bauman, el padre de la reflexión sobre la
licuefacción de la modernidad. Para Bauman, la posmodernidad es la modernidad
líquida, donde todas las referencias sólidas se han perdido: el sujeto como
constructor de la realidad, la razón como comprensión del mundo, los valores
morales del esfuerzo, la dedicación o el altruismo como base para una sociedad
fuerte, sólida. Todo se ha convertido en líquido, casi en gaseoso a base de ir
redefiniendo los modos de vida para convertirlos en un vivir cada día, sin más
pretensión que el goce y el pasar de largo de todo, sin que nada roce la piel,
mucho menos que haga mella en el corazón. Con esta realidad delante se hace
imposible una religión como la hemos entendido tradicionalmente.
Fiel a sí mismo, Bauman establece
el proceso de licuefacción de la modernidad en el ámbito de la religión[1].
Tres son las estrategias utilizadas: 1) sometimiento de la muerte a la división
del trabajo, perdiendo su carácter misterioso y privatizando su experiencia; 2)
fragmentación de la experiencia de la muerte y múltiples amenazas sin rostro
que amenazan al hombre cada día; y 3) la muerte de los seres cercanos se
esconde, se privatiza, mientras que la muerte, en general, se vuelve cotidiana.
Mediante una especie de nueva danza
macabra de la posmodernidad, la muerte se vuelve cotidiana en los
informativos, films y publicidad. Con estas tres estrategias se ha conseguido
que la religión, que tiene su origen como vimos en la preocupación por las
cuestiones sustanciales de la vida, siendo la muerte una fundamental, pierda su
sentido y tenga que encontrar otro distinto en la sociedad posmoderna
globalizada.
La religión globalizada ha
elevado las experiencias cotidianas a rango de transcendencias. Se trata de una
perspectiva complementaria, aunque inversa a la que propone Luckmann. Según
Bauman, para acceder al hombre moderno, al que califica acertadamente de
“recolector de sensaciones” hay que democratizar aquellas experiencias que
estaban reservadas a los iniciados de las religiones tradicionales. Las
experiencias otrora reservadas a una especie de élite iniciada: revelación,
éxtasis, ruptura de límites y trascendencia total “ha sido puesta por la cultura
posmoderna al alcance de todos, reconvertida en un objetivo realista y un
perspectiva factible de la autoformación de cada individuo, y trasladada al
producto de la vida dedicada al arte de la autoindulgencia del consumidor”[2].
El hombre globalizado posmoderno
requiere una religión a la medida de sí mismo, pero su medida es la que la
sociedad posmoderna globalizada le ha dado. Es lo que nosotros hemos denominado
el hombre lleno de nada posmoderno.
No es un hombre vacío y que busca con qué llenar ese vacío; el hombre moderno.
No, es un hombre que no tiene sensación de pérdida alguna es un ser
reconstituido una vez enucleado. Como dijimos en otro sitio, “una vez que el
núcleo del ser humano, lo que le hace ser quien es, su dimensión de profundidad
desde la que se construye, mejor o peor, una personalidad, ha sido
quirúrgicamente extirpado, podemos remodelarlo y construir a nuestro antojo un
ser como nos sea más necesario, en palabras de Lipovetsky un ser cool”[3].
Este individuo está incapacitado para una experiencia real que supere el marco
de la sociedad de consumo, de ahí que todo lo que vive lo hace como una
experiencia última. Esta ultimidad es la característica básica de la religión
globalizada. Todo es fácil de
experimentar, divertido, alucinante, total. Pero, esta experiencia totalizante del consumo supone la
pérdida, ahora sí, total de la posibilidad de ser y configurar su mundo. Es el
hombre nihilificado, el hombre incapaz de construir un mundo, menos aún de
pensarlo.
La religión en la globalización ha
acabado adaptándose al mundo en el que vive. Como dice Luhmann, es una
expresión del mundo en que vive, cuya función es la individuación. Pero también
se ha convertido en una realidad nueva, una religión privatizada posmoderna que
alcanza al ámbito público en aquello que tiene que ver con la parafernalia de
la sociedad global. Seguramente es el fútbol el lugar donde esto puede verse
con más nitidez. El fútbol, como dice Robertson es la religión más clara del
mundo globalizado. Conserva los dos aspectos que tiene la religión, el
interior, un sentimiento o fe, y el exterior, un grupo con sus ritos, mitos y
cultos[4].
Es la religión más extendida y transversal que hay hoy día, también la más
fácil de seguir. La religión de la globalización son todas las religiones que
se adaptan al molde global y acaban legitimándolo.
Sin embargo, gracias a Dios, también hay otra
religión, como siempre la hubo, que se opone a la realidad establecida y propone una
alternativa. Esta religión sí puede ser un vector de paz, pero lo será a costa
de más violencia, al menos la violencia que se cometerá contra ella. Lo veremos más adelante.
[1] Zygmunt Bauman, La
posmodernidad y sus descontentos, Akal, Madrid 2001, 216-217.
[2] Ibidem 222.
[3] Bernardo Pérez Andreo, Un mundo en quiebra. De la globalización a otro mundo (im)posible, Catarata, Madrid 2011, 131-134.
[4] Roland Robertson y Richard Giulianotti, «Futbol, globalización y
glocalización», Revista Internacional de
Sociología 45 (2006) 9-35.
2 comentarios:
Me hubiese gustado ver mencionado en tu art. al compatriota Torres Queoiruga.
Estimado Daniel, el pensamiento de Andrés está en otro camino, complementario, pero distinto al mío. Lo respeto mucho, y he aprendido con sus libros, me he formado con buena parte de ellos, pero tengo diferencias. Eso no quiere decir que más adelante no lo utilice, siempre espolea Queiruga.
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