A lo largo de la historia de la
humanidad ha habido religiones de las que han surgido fuerzas de crítica social
que ponían en cuestión el statu quo
injusto y lo hacían recurriendo a los orígenes de la constitución de la
humanidad y a la voluntad de la divinidad. Son las religiones proféticas,
aquellas que suscitan la esperanza de un cambio radical en el mundo y de una
forma distinta para vivir la experiencia social y personal.
Si bien todas las grandes
religiones han generado algún tipo de crítica social con base en la experiencia
originaria, han sido las tradiciones abrahámicas las que lo han generado de
forma específica. El lugar de nacimiento de esta corriente profética nace en el
pueblo hebreo y lo hace como reacción a una situación de injusticia lacerante
que clama a Dios y que no responde a su voluntad. Los profetas preexílicos,
como Amós, Oseas o el primer Isaías, recurren al pasado, a lo normativo del
origen para establecer una crítica a lo que está sucediendo. Lo que sucede es
que en el pueblo que fue liberado de la esclavitud de Egipto se han reproducido
los mismos esquemas que llevaron a la situación de postración del pueblo y a la
intervención divina para la liberación.
El Israel del Éxodo, con Moisés a
la cabeza, provoca una ruptura radical con la realeza imperial que había
surgido en las ricas tierras del Nilo. Pero se trata tanto de una ruptura con
la política de opresión y explotación como con la religión que le sirve de
soporte y legitimación, una religión del triunfalismo estático. Según
Brueggemann, Moisés desmantela la
religión del triunfalismo estático desenmascarando a sus dioses y haciendo ver
que en realidad ni tienen poder ni son tales dioses.
Para llevar a cabo esto, Moisés revela al Dios verdadero, a Yahvé, el único
soberano, pero que no está sometido a la realidad social y política sino que
propone una realidad alternativa, tanto cultual como sociopolítica. Frente a la
política de opresión y explotación, Moisés propone la política de compasión y
justicia que creará una comunidad nueva donde se pueda vivir la fraternidad
querida por Yahvé.
Por primera vez en la historia de
la humanidad, justo tras surgir los primeros imperios, en Mesopotamia y Egipto,
surge un pueblo de esclavos,
pequeño, oprimido y pobre, que plantea una religión alternativa y una política
radicalmente diferente. Lo realmente inexplicable es que sucediera en el Egipto
del mayor esplendor, a pesar de que el cambio de ciclo climático en la zona del
Nilo bien podría explicar tanto el aumento de opresión que refleja el texto
bíblico, como la “debilidad” del imperio de los faraones que permitió a un
pequeño grupo escapar de sus garras. Lo cierto es que aquella epopeya marcó la
historia del pueblo Hebreo y de toda la humanidad. Esa experiencia realmente
alternativa y radical de crear una comunidad regida por la justicia y la
compasión no ha tenido parangón si no ha sido como reflejo suyo, consciente o
no.
La conciencia de la religión
judía quedará marcada a fuego por la experiencia del Éxodo, de la que surgirán
las reacciones de los profetas a la monarquía davídica y al resto de
organizaciones del pueblo que no responden a la voluntad de Yahvé expresada en
los textos sagrados. Las propuestas del libro del Levítico contra la
acumulación de riqueza o las disposiciones del año sabático y jubilar,
nos dan la idea de lo que debería haber sido aquella comunidad: un grupo humano
donde la justicia, el amor y la misericordia rigen la vida social y donde todos
se comportan como hermanos en un ambiente de cumplimiento de la voluntad de Yahvé.
Sin embargo, el hecho mismo de promulgar las leyes para el año sabático y
jubilar nos indica que la realidad difería de la propuesta, aun así, la
propuesta tenía fuerza de ley y vigencia por los siglos.
Andando los tiempos, los profetas
se levantan precisamente alzando el estandarte de la Palabra de Dios que había
mandatado el amor y la misericordia como elementos para construir la sociedad.
El núcleo de la sociedad es la misericordia y la justicia, y la religión tiene
su fundamento en el corazón y el amor, no en los sacrificios. Amós y Oseas,
especialmente, mantienen esta línea crítica ante la monarquía que había
repetido las injusticias vividas en Egipto, porque todos los reinos acaban en
la opresión y la injusticia y necesitan de la religión que los ampara,
justifique y legitime.
En el Israel posmosaico se
reproduce la realidad imperial premosaica que llevó a la manifestación de Yahvé.
La monarquía generó una cultura, política y religión que daba cobertura
ideológica a la situación de opresión e injusticia. La triada se ve con
claridad en los propios textos bíblicos: se genera una economía de abundancia
que beneficia a los poderosos (1 Re 4, 20-23), para mantenerla se produce una
política de opresión oprobiosa (1 Re 5, 13-18;9, 15-22), que requiere una
religión de inmanencia controlada y estática (1 Re 8, 12-13).
Los profetas reaccionan ante la situación de injusticia y ante el control de la
religión.
Jesús de Nazaret puede ser
incluido en la tradición de los profetas y como tal su actuación va dirigida
también a la crítica y a la propuesta de una realidad alternativa.
Mediante dichos y hechos, Jesús destruye simbólicamente aquella religión que
había raptada la voluntad divina en el Templo, que según la triple tradición es
destruido por Jesús. Esta destrucción
simbólica va acompañada de la propuesta de una nueva realidad, el Reino de
Dios, que viene a sustituir a la caduca, aquella que venía a ser el reflejo del
Egipto faraónico reproducido una y otra vez en la historia y combatido por los
profetas. La religión de Jesús está basada en la cercanía de Dios, el Abbá, en la inclusión social en una
nueva mesa social en la que los excluidos sociales se sientan por derecho propio
y los exclusores deben abandonar su posición social para tener acceso. Junto a
esto, Jesús propone una nueva familia como lugar donde vivir los valores del
Reino. La religión de Jesús es una religión de la misericordia, la justicia y
la entrega absoluta al Dios del Reino. Se trata de una oposición absoluta a la
religión del Imperio romano y a la religión del Templo, convertido en cueva de bandidos por los poderosos.
La religión profética se torna
también una religión de la anámnesis. El recuerdo vivificador de los orígenes
constituye la transformación del presente y la propuesta de futuro. El eschaton no es sino el proton renovado: Dios hará nuevas todas
las cosas. Sin memoria de los acontecimientos salvíficos es imposible ser hoy
la salvación propuesta entonces, de modo que la religión se convierte en una
mera legitimación. La vena profética se alimenta del recuerdo vivificante. Al
hacer memoria constituimos nuestra identidad. De esto sabemos los católicos
cada vez que celebramos la Eucaristía, pero las otras religiones monoteístas
poseen elementos anamnéticos que las conectan con los acontecimientos
salvíficos de su tradición. En el judaísmo es la palabra del texto sagrado, en
el Islam está en los hechos del Profeta. Sin memoria no hay profecía y sin profecía
la religión permanece como un mero instrumento de socialización en una realidad
dada, en este caso en la globalización.
*La imagen que acompaña el post es 6 cajas. Óleo sobre lienzo, Colección Caja Ávila, de mi amigo Juan Ignacio de la Fuente Cevasco, Iñaki. Son 6 cajas que muestran su vacío, que nada ocultan, como así debería ser la religión en la globalización.
2 comentarios:
Ahora más que nunca surge la profunda necesidad de hilar y engarzar una teología para los poderosos (no para "los ricos").
Los excluidos ya saben bien que están y son excluidos.¿Pero quien los excluye?.
Una necesaria teología para quien más lo necesita en estos instantes porque con los "otros" nunca ha dejado de estar presente Jesús.Se ha estado encarnando en cada uno de ellos y ellas.
Además de la Eucaristía;la situación de las personas que lo pasan mal hacen que ellas mismas se conviertan en sacramentos vivos que nos evoca nuestra propia fe.Ese Evangelio vivo.
Como la colilla evocaba a L.Boff su relación con su padre.("Los sacramentos de la vida").
Apostolar a los poderosos;si quieren escuchar,claro.
Paz y Bien.
Gracias por este hermoso comentario. Yo creo que a los poderosos "ni aunque se les resucite un muerto" escucharán. Los poderosos necesitan una conversión tan profunda que casi es imposible, aunque soy de la opinión que hay que "ayudarles" a cambiar, si es necesario por la fuerza.
Un abrazo
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