jueves, 12 de julio de 2012

Religión: profecía y anámnesis.


A lo largo de la historia de la humanidad ha habido religiones de las que han surgido fuerzas de crítica social que ponían en cuestión el statu quo injusto y lo hacían recurriendo a los orígenes de la constitución de la humanidad y a la voluntad de la divinidad. Son las religiones proféticas, aquellas que suscitan la esperanza de un cambio radical en el mundo y de una forma distinta para vivir la experiencia social y personal.
Si bien todas las grandes religiones han generado algún tipo de crítica social con base en la experiencia originaria, han sido las tradiciones abrahámicas las que lo han generado de forma específica. El lugar de nacimiento de esta corriente profética nace en el pueblo hebreo y lo hace como reacción a una situación de injusticia lacerante que clama a Dios y que no responde a su voluntad. Los profetas preexílicos, como Amós, Oseas o el primer Isaías, recurren al pasado, a lo normativo del origen para establecer una crítica a lo que está sucediendo. Lo que sucede es que en el pueblo que fue liberado de la esclavitud de Egipto se han reproducido los mismos esquemas que llevaron a la situación de postración del pueblo y a la intervención divina para la liberación.

El Israel del Éxodo, con Moisés a la cabeza, provoca una ruptura radical con la realeza imperial que había surgido en las ricas tierras del Nilo. Pero se trata tanto de una ruptura con la política de opresión y explotación como con la religión que le sirve de soporte y legitimación, una religión del triunfalismo estático. Según Brueggemann, Moisés desmantela la religión del triunfalismo estático desenmascarando a sus dioses y haciendo ver que en realidad ni tienen poder ni son tales dioses. Para llevar a cabo esto, Moisés revela al Dios verdadero, a Yahvé, el único soberano, pero que no está sometido a la realidad social y política sino que propone una realidad alternativa, tanto cultual como sociopolítica. Frente a la política de opresión y explotación, Moisés propone la política de compasión y justicia que creará una comunidad nueva donde se pueda vivir la fraternidad querida por Yahvé.
Por primera vez en la historia de la humanidad, justo tras surgir los primeros imperios, en Mesopotamia y Egipto, surge un pueblo de esclavos, pequeño, oprimido y pobre, que plantea una religión alternativa y una política radicalmente diferente. Lo realmente inexplicable es que sucediera en el Egipto del mayor esplendor, a pesar de que el cambio de ciclo climático en la zona del Nilo bien podría explicar tanto el aumento de opresión que refleja el texto bíblico, como la “debilidad” del imperio de los faraones que permitió a un pequeño grupo escapar de sus garras. Lo cierto es que aquella epopeya marcó la historia del pueblo Hebreo y de toda la humanidad. Esa experiencia realmente alternativa y radical de crear una comunidad regida por la justicia y la compasión no ha tenido parangón si no ha sido como reflejo suyo, consciente o no.
La conciencia de la religión judía quedará marcada a fuego por la experiencia del Éxodo, de la que surgirán las reacciones de los profetas a la monarquía davídica y al resto de organizaciones del pueblo que no responden a la voluntad de Yahvé expresada en los textos sagrados. Las propuestas del libro del Levítico contra la acumulación de riqueza o las disposiciones del año sabático y jubilar, nos dan la idea de lo que debería haber sido aquella comunidad: un grupo humano donde la justicia, el amor y la misericordia rigen la vida social y donde todos se comportan como hermanos en un ambiente de cumplimiento de la voluntad de Yahvé. Sin embargo, el hecho mismo de promulgar las leyes para el año sabático y jubilar nos indica que la realidad difería de la propuesta, aun así, la propuesta tenía fuerza de ley y vigencia por los siglos.
Andando los tiempos, los profetas se levantan precisamente alzando el estandarte de la Palabra de Dios que había mandatado el amor y la misericordia como elementos para construir la sociedad. El núcleo de la sociedad es la misericordia y la justicia, y la religión tiene su fundamento en el corazón y el amor, no en los sacrificios. Amós y Oseas, especialmente, mantienen esta línea crítica ante la monarquía que había repetido las injusticias vividas en Egipto, porque todos los reinos acaban en la opresión y la injusticia y necesitan de la religión que los ampara, justifique y legitime.
En el Israel posmosaico se reproduce la realidad imperial premosaica que llevó a la manifestación de Yahvé. La monarquía generó una cultura, política y religión que daba cobertura ideológica a la situación de opresión e injusticia. La triada se ve con claridad en los propios textos bíblicos: se genera una economía de abundancia que beneficia a los poderosos (1 Re 4, 20-23), para mantenerla se produce una política de opresión oprobiosa (1 Re 5, 13-18;9, 15-22), que requiere una religión de inmanencia controlada y estática (1 Re 8, 12-13). Los profetas reaccionan ante la situación de injusticia y ante el control de la religión.
Jesús de Nazaret puede ser incluido en la tradición de los profetas y como tal su actuación va dirigida también a la crítica y a la propuesta de una realidad alternativa. Mediante dichos y hechos, Jesús destruye simbólicamente aquella religión que había raptada la voluntad divina en el Templo, que según la triple tradición es destruido por Jesús. Esta destrucción simbólica va acompañada de la propuesta de una nueva realidad, el Reino de Dios, que viene a sustituir a la caduca, aquella que venía a ser el reflejo del Egipto faraónico reproducido una y otra vez en la historia y combatido por los profetas. La religión de Jesús está basada en la cercanía de Dios, el Abbá, en la inclusión social en una nueva mesa social en la que los excluidos sociales se sientan por derecho propio y los exclusores deben abandonar su posición social para tener acceso. Junto a esto, Jesús propone una nueva familia como lugar donde vivir los valores del Reino. La religión de Jesús es una religión de la misericordia, la justicia y la entrega absoluta al Dios del Reino. Se trata de una oposición absoluta a la religión del Imperio romano y a la religión del Templo, convertido en cueva de bandidos por los poderosos.
La religión profética se torna también una religión de la anámnesis. El recuerdo vivificador de los orígenes constituye la transformación del presente y la propuesta de futuro. El eschaton no es sino el proton renovado: Dios hará nuevas todas las cosas. Sin memoria de los acontecimientos salvíficos es imposible ser hoy la salvación propuesta entonces, de modo que la religión se convierte en una mera legitimación. La vena profética se alimenta del recuerdo vivificante. Al hacer memoria constituimos nuestra identidad. De esto sabemos los católicos cada vez que celebramos la Eucaristía, pero las otras religiones monoteístas poseen elementos anamnéticos que las conectan con los acontecimientos salvíficos de su tradición. En el judaísmo es la palabra del texto sagrado, en el Islam está en los hechos del Profeta. Sin memoria no hay profecía y sin profecía la religión permanece como un mero instrumento de socialización en una realidad dada, en este caso en la globalización.

*La imagen que acompaña el post es 6 cajas. Óleo sobre lienzo, Colección Caja Ávila, de mi amigo Juan Ignacio de la Fuente Cevasco, Iñaki. Son 6 cajas que muestran su vacío, que nada ocultan, como así debería ser la religión en la globalización.

2 comentarios:

A. y P. dijo...

Ahora más que nunca surge la profunda necesidad de hilar y engarzar una teología para los poderosos (no para "los ricos").
Los excluidos ya saben bien que están y son excluidos.¿Pero quien los excluye?.
Una necesaria teología para quien más lo necesita en estos instantes porque con los "otros" nunca ha dejado de estar presente Jesús.Se ha estado encarnando en cada uno de ellos y ellas.
Además de la Eucaristía;la situación de las personas que lo pasan mal hacen que ellas mismas se conviertan en sacramentos vivos que nos evoca nuestra propia fe.Ese Evangelio vivo.
Como la colilla evocaba a L.Boff su relación con su padre.("Los sacramentos de la vida").
Apostolar a los poderosos;si quieren escuchar,claro.
Paz y Bien.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Gracias por este hermoso comentario. Yo creo que a los poderosos "ni aunque se les resucite un muerto" escucharán. Los poderosos necesitan una conversión tan profunda que casi es imposible, aunque soy de la opinión que hay que "ayudarles" a cambiar, si es necesario por la fuerza.
Un abrazo

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