jueves, 2 de mayo de 2013

La experiencia de la muerte: morir con (de) arte.

Hoy, jueves 2 de mayo, tendremos la ocasión de disfrutar en el Instituto Teológico de Murcia de una magnífica ocasión para hablar del tema que siempre fue esencial y fundamental en la constitución del ser humano: la experiencia de la muerte. Hoy también lo es, pues el momento se antoja finisecular; estamos ante el fin, la muerte, de una forma de entenderse el hombre en el mundo y eso nos ha llevado, dentro del ciclo de Mesas redondas Diálogos en la Frontera, a tratar este tema con tres de los mejores expertos en su ámbito de estudio:
José Martínez Hernández, “La experiencia contemporánea de la muerte”. Catedrático de filosofía y profesor del Instituto Teológico de Murcia.
Miguel Ángel Hernández Navarro, “Imágenes de la muerte”. Profesor de Arte en la Universidad de Murcia.
 José García Férez, “Antropología y ética del buen morir”. Doctor en Moral, profesor del Instituto Teológico de Murcia.



El hombre es el único animal mortal, el único que sabe que va a morir. Esta condición lo singulariza como especie y lo individualiza como ser único. Asumir esa experiencia es la única manera de ser hombre desde la antropología, la etnografía y la filosofía. La muerte es el momento decisivo para entendernos en un mundo que nos supera, pero que es nuestro hogar durante un tiempo. Si hemos de morir, la vida cobra sentido, no es un eterno vagar circular cuyo principio y fin coinciden. Los actos humanos, marcados por la finitud, se vuelven realmente eternos. Nuestras decisiones nos determinan, pues no tenemos muchas opciones de modificarlas. Ser mortales nos hace ser morales, seres capaces de decidir, de errar, de perdonar, de amar. La muerte es nuestra constitución metafísica a partir de la estructura física.

El arte no podía obviar esta temática. Cuando el hombre se enfrenta al hecho terrible de la muerte, saca lo mejor de sí en forma plástica y lo refleja fuera de sí. Lo hace como pintura, escultura, poesía, filosofía, ética. Todas las artes no son más que un intento por huir de la muerte, por aprehender la muerte, por sustituir la muerte. Vano intento, pero en él nos va lo humano. Porque lo humano, sea esto lo que fuere, está implicado en la relación entre el arte, la muerte y la libertad. Ser humano es hacerse humano en una tradición que nos constituye y condiciona. Ser humano es vivirse humano, la muerte nos permite sobrellevar la carga de la existencia, Jonas dixit. No se trata de una condena, sino de un don, un saber dar la muerte muerte, que dijera Derrida, darnos la muerte dignamente como una prueba de la libertad de la existencia, como una prenda del ser finito que no es sino un don kenótico divino. La muerte, desde mi perspectiva teológica, es la expresión de la renuncia divina a la omnipotencia y a la omnisciencia. Morir es una forma de identificación con el acto divino de la creación; morir es la posibilidad más alta del abrazo total con lo creado. La hermana muerte es un regalo que Dios nos hace para que nos podamos identificar con Él.
Por eso, la frase que marca la experiencia de la muerte es  MEMENTO MORI.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo es teo-lógico en el post menos el texto que sigue:

"La muerte, desde mi perspectiva teológica, es la expresión de la renuncia divina a la omnipotencia y a la omnisciencia"

En Dios no cabe la renuncia; Dois es afirmación plena. ¿Quien es más onmipotente, el que mata para vivir o el que vive muriendo? ¿Quién es más ominsiciente el que lo sabe todo de la vida o el que vive "saboreando"? Notese que la palabra saber proviene del latín sapere (tener inteligencia, tener buen gusto). Las palabras sabio, sabedor, sabiduría, al igual que sabor, sabroso y saborear también proviene de sapere.

Un ecléctico vitalismo a mitad de camino entre Nietzsche y Ortega, podría aportar al cristianismo un interesante perfil escatológico.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Atiéndase a que solo si hay una renuncia, leída como kénosis, Dios puede dejar de ser algo de sí mismo. Ominipotencia y omnisciencia son dos atributos que no podemos eliminar de la idea de Dios sin que deje de serlo. Por eso, es la "contracción" divina la que deja lugar óntico a la criatura. La "renuncia" abre la oportunidad de la nada y de esta surge la creatio ex nihilo. En términos físicos, del vacio dejado por la contracción metafísica surge el ser.

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