miércoles, 17 de junio de 2015

De servidores y siervos

Hay un pasaje del Evangelio de Lucas que reflejan muy bien el sentido que tiene este evangelista de la misión de Jesús. Un análisis comparado de Mateo y Marcos con Lucas (Cf., Descodificando a Jesús de Nazaret, Madrid 2010) nos permite ver cómo lo que en aquellos es expectativa mesiánica, en Lucas se convierte en mirada eclesial. Lucas tiene la vista puesta en el tiempo que se abre tras la Resurrección como el tiempo de la Iglesia, por eso escribió su obra en dos partes, la primera la conocemos como su Evangelio y la segunda como Hechos de los apóstoles. Pues bien, es en el Evangelio, concretamente en el capítulo 22, en el versículo 27, donde Lucas sitúa el núcleo de la misión de Jesús. Se trata del conocido texto de la Última cena. Todos están sentados con Jesús y surgen problemas entre ellos por saber quién es el más importante. Jesús les advierte: los reyes de los pueblos se enseñorean de ellos y se hacen llamar biehechores, pero entre vosotros no ha de ser así. ¿Quién es el más importante, el que está sentado a la mesa o el que sirve? La respuesta es evidente, el que está sentado a la mesa. Jesús concluye: "yo estoy en medio de vosotros como el que sirve". En griego dice literalmente como el diácono, que significa el sirviente. La importancia de este texto no escapa a nadie, pues es el texto fundacional de la Eucaristía, núcleo esencial de la Iglesia. Jesús está en medio de nosotros como un sirviente, de ahí que las relaciones que se deban establecer en la propia Iglesia sean unas relaciones de servicio y no de dominio.

Si las relaciones en la Iglesia deben ser de servicio y fraternidad, mucho más es lo que la misma Iglesia debe propugnar para la sociedad. Jesús no vino a fundar una iglesia, sino a construir el Reino de Dios y eso es una misión social, no eclesial. La Iglesia es el instrumento, sacramento universal de salvación decimos, para llevar a cabo esa misión. Por tanto, la Iglesia debe vivir, anunciar y propugnar lo que quiere para sí y para el mundo: una sociedad de servicio mutuo y de solidaridad. Esto era válido en el Imperio romano y en el Imperio global postmoderno, pues las bases sobre las que se asienta la sociedad, entonces y ahora, son las mismas: una injusticia estructural que genera el sufrimiento y la muerte de millones de seres humanos. Cualitativamente estamos en la misma situación, aunque cuantitativamente sea muy superior. Hoy son 3,500 millones de seres humanos los que sufren la miseria o la pobreza extrema y otros 2,500 millones sufren graves carencias. Mientras tanto, un grupo de elegidos nos permitimos el despilfarro y una pequeña élite de 70 millones de personas acumulan tanto como el resto del planeta junto. Vivimos pues en una sociedad de siervos y no de servidores.


Hay una escena de la inolvidable Espartaco de Kubrick donde le son presentados una serie de esclavos a Graco. Los mira, analiza su valía, escoge a uno, Antonino, y lo toma a su servicio personal. Un hombre toma a otros hombres como sur siervos. Pero, sólo puede hacerlo porque todo un sistema está organizado para ello. Sin las legiones romanas imponiendo su pax hubiera sido imposible que un hombre, un poeta en el caso de Antonino, se sometiera al servicio personal de otro. Hace falta mucha violencia estructural para obligar a que un hombre se someta a otro sin oponer resistencia. Eso fue el Imperio romano, como bien lo dijo nuestro querido Miguel Espinosa, una organización para robar el mundo conocido y legitimarlo con el derecho, y la filosofía. Sin embargo, hace falta mucha más violencia para instaurar como sentido común entre la gente que esto deba ser así. La ideología imperial que se impone es más dañina que la propia esclavitud que genera, pues impide a la gente sublevarse ante ello. Sólo un acto heroico puede liberar esas conciencias. Así sucede en Espartaco, cuando los gladiadores pasan una noche en blanco pensando en el acto de rebeldía del gladiador que intentó matar a Graco. Ese acto de rebeldía unido al amor de Espartaco por Varinia serán el detonante de la revolución.

Hoy no es muy diferente la situación. Existe toda una violencia estructural que permite que un 0,1% de la población se apropie de las ingentes riquezas mundiales y someta a servidumbre a 2/3 del planeta. Estamos sometidos a una ideología que nos impide ver que eso no es lo adecuado ni lo normal y que nos somete de forma sistemática, convirtiendo en siervos a los que deberían ser servidores unos de otros. Son siervos los 200 millones de niños esclavizados en las fábricas textiles de Asia y África; son siervos obligados a mendigar los 1500 millones de miserables del planeta; son siervos los 3000 millones de pobres que deben vender sus cuerpos y sus almas para sobrevivir; somos siervos los 1000 millones de afortunados que vivimos en el mundo enriquecido generando las estructuras que someten a la humanidad a ese 0,1% de siervos de su riqueza. Todos somos siervos incapaces de ser servidores porque una estructura de injusticia global somete a los hombres a dura esclavitud.

Se trata de romper esta lógica del siervo y abrir la lógica del servicio, de la entrega, del don, del amor, de la solidaridad. Para ello no basta con posiciones personales, hay que avanzar hacia transformaciones sociales. Porque es un sistema de violencia estructural el que obliga a los hombres a ser siervos de otros o de su propia avaricia. Necesitamos el acto heroico que libera las conciencias y necesitamos el amor como chispa que enciende la rebelión, para pasar de siervos a servidores y estar en medio del mundo como el que sirve, como diáconos unos de otros.

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