
La función más interesante de estas neuronas espejo es la de crear la imagen propia, el autoreconocimiento, la creación del yo del individuo. Según Marco Iacoboni las neuronas espejo son el adhesivo neuronal entre el yo y el otro y esta relación tiene su inicio en el cerebro infantil. Cuando el bebé y los padres interactúan riéndose mutuamente e imitándose, nacen estas neuronas y crean el vínculo entre la imagen propia y la que dan los progenitores. El “yo” y el “otro” se funden de modo inextricable en las neuronas espejo (Las neuronas espejo, Barcelona 2009, 134) y se va produciendo una relación retroalimentada entre los otros y el “yo”, de modo que el comportamiento de los demás es el reflejo de nuestro propio comportamiento. El cerebro se crea como un espejo que refleja a los demás y en ese reflejo nos vamos viendo nosotros mismos, creando nuestro propio ser.
Esta realidad imitativa de creación especular del yo sólo se produce en los animales muy evolucionados. Los experimentos realizados con espejos demuestran que sólo hay tres tipos de animales capaces de reconocerse a sí mismos en un espejo. Se ha comprobado que dentro de los primates, excluyendo los humanos, sólo los chimpancés son capaces de reconocerse, el resto de simios lo hacen si han tenido una larga experiencia con humano, lo cual también da que pensar. Fuera de primates, únicamente los delfines y los elefantes se reconocen en un espejo. Esto se atribuye el hecho de que son especies en las que las crías pasan un largo periodo de tiempo con sus madres, y esta relación estrecha es la que produce el nacimiento de las neuronas espejo y la posibilidad del reconocimiento propio en un espejo.
Cabe decir que las posiciones filosóficas idealistas se vienen a bajo con este descubrimiento. Tampoco quedan bien paradas las puramente materialistas; son las derivadas de la fenomenología las que adquieren consistencia con este descubrimiento: Merleau-Ponty, Husserl e incluso Heidegger, salen reforzados en sus tesis de una estrecha relación entre el hombre y el mundo. Ni todo es la materia, ni todo es el espíritu. Existe una mezcolanza perfecta, como si estuvieran hechos el uno para el otro, como si Alguien hubiera pensado un mundo para un ser como el hombre. Resulta apasionante que la ciencia nos dé la razón poco a poco a los creyentes en el sentido de la vida y en el amor como fuente de toda la existencia.
El ser humano no lo es por una mera casualidad, ni por un error de la naturaleza; existe porque el universo fue creado con esa misma intención y por ello nuestro ser está perfectamente adaptado a este mundo para el que ha sido creado. Nuestro cerebro funciona como un espejo imitando la realidad y creando así un ser que vive de ella, pero también puede ir más allá de esa realidad que primero debe imitar, para crear un mundo mejor y más bello si cabe. No es posible sacar la conclusión, como hace Iacoboni, de que la función especular del cerebro niega el libre albedrío, antes bien al contrario: el que el cerebro sea un espejo le lleva a la necesidad de optar y elegirse a sí mismo dentro de este mundo que es su posibilidad de existir. Ser hombres es imitar a otros, pero también ser modelos para otros y así crear un mundo mejor.
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