lunes, 7 de septiembre de 2009

Animales y humanos

Hay una línea fronteriza entre ciencia, filosofía y teología que en los últimos años se está convirtiendo casi en una línea de batalla: la antropología (bioantropología, sociobiología o psico-sociobiología, dependiendo de la tendencia científica a la que hagamos caso). Cada una de las ramas del saber ha instalado sus mejores baterías defensivas y casi hemos llegado a una especie de guerra de trincheras donde las posiciones no avanzan nada en absoluto, pues lo que uno cree haber avanzado en las posiciones enemigas es rápidamente recuperado en una veloz contraofensiva que consigue volver a dejar la cosa en tablas. Ni la ciencia, ni la filosofía y su a veces asociada y amiga teología, pueden terminar de llevarse el gato al agua. Es una guerra, eso sí, incruenta y a lo más que se llega es a algún tipo de calificativo “cariñoso” del tipo de “metafísicos” referidos tanto a filósofos y teólogos por parte de ciertos científicos que son acusados a su vez de “cientifistas” o, en el colmo de la mala educación “materialistas”. Ahora bien, tampoco estos se quedan atrás y entran con el peyorativo “espiritualistas” contra sus enemigos. En fin, que el partido está entretenido, a pesar del invariable empate en el marcador.

Últimamente asistimos al intento de algunos filósofos, con ayuda de teólogos, de volver a poner el empate en el marcador. La ciencia biológica asociada con la sociología y cierta psicología, habían tomado una ventaja que se antojaba excesiva al proponer una naturalización absoluta de lo que es el hombre, naturalización que va de suyo según ellos y que no puede ser de ninguna manera refutada por los filósofos. La ciencia, dicen, muestra a las claras la nítida procedencia del hombre a partir de la naturaleza y su reducción a este ámbito, evitando cualquier ínfula sobrenaturalista que no podría ser justificada en todo caso desde los estudios científicos, lo que es lo mismo que decir que no podría ser justificada en absoluto, ni siquiera con algún pseudocientífico metido a filósofo como el ínclito Lakatos, el hijo ilegítimo de Popper y Khun. Es decir, que los filósofos se metan en sus filosofías y los teólogos en las sacristías y dejen trabajar a los hombres, sin enredar con metafísicas que nada pueden aportar a la ciencia seria que nos dice muy a las claras que el hombre es un animal y que como tal no ostenta ninguna prioridad ontológica, menos aún axiológica. Como mucho podría intentar alcanzar el nivel del animalismo al que Singer sí reconoce ciertos valores y derechos que niega, no sabemos el motivo, a los seres humanos, sean no nacidos o casi moribundos.

El intento de estos “filosofoteólogos” es claro: en primer lugar dejar constancia de cierta inquietud que está removiendo las conciencias de lo que significa ser humano. Parecería que entre la consideración del hombre como mono desnudo (Morris) y el proyecto gran simio (Singer) se hubiera producido una especie de “pinza dialéctica” que tendría atrapado al hombre entre la pura y nuda animalidad y cierta inanidad de su ser más íntimo, deviniendo un animal de segunda categoría, desde el momento en que se aplican a los animales más derechos que al propio ser humano. La cuesta, ciertamente inclinada hacia abajo, nos empuja hacia la eugenesia más crasa y eso debe ser denunciado y rechazado. Ahora bien, otra cosa distinta es hacer de esto una categoría de los tiempos que corren; no creo que la mayoría de los científicos sean singerianos devotos, pero el riesgo está ahí.

Por otra parte los susodichos han de vérselas con la biología, que es precisamente la rama del saber científico más combativa contra ciertas derivas metafísicas. Uexküll y Portmann son los referentes, referentes que nos sitúan en un ámbito del conocimiento biológico respecto al hombre que puede resultar suficiente para acercarnos al problema. El uno y el otro declaran mediante su silencio la insuficiencia de la biología para explicar al ser humano y la demanda de otro orden de realidad que, éste sí, pueda dar razón cabal de lo que el hombre es en sí. Según Uexküll la pregunta clave es en dónde radica la especificidad humana frente a los animales: radica en el mundo circundante, en su consideración objetiva y su comprensión intelectual. Por su parte Portmann dice con absoluta claridad que el hombre es un ser prematuro biológicamente y que su cuerpo pide casi a gritos un espíritu que dé cuenta cabal de su ser en el mundo: el hombre es un ser destinado también físicamente al espíritu.

Pero también se trata de un acercamiento a la antropología filosófica propiamente hablando. Plessner, Gehlen, Bolk, Scheler, Heidegger y Zubiri, son los referentes evidentes y necesarios para llevar este barco a puerto metafísico seguro. Los temas son los archiconocidos: excentricidad, inespecialización y apertura, neotenia, autoconciencia, libertad, moral, en definitiva, lo que la antropología filosófica nos ha legado los últimos 75 años. Pero los susodichos no se conforman con esto y dan una vuelta de tuerca en su posición neoaristotélica al establecer la absoluta reciprocidad e interacción entre el cuerpo orgánico y el alma racional. El hombre sería el lugar metafísico donde acaece la admirable conjunción de la materia y el espíritu, dando otra vuelta de tuerca, quizá la última antes de que se pase, al dualismo metafísico. De aquí nos lanzamos a una reorientación de la antropología, en sentido aristotélico-tomista que considera la racionalidad humana en una doble vertiente: primero como la facultad de realizar actos inmateriales, y segundo como al función de conformación de un cuerpo, al que se predispone para la razón.

Ahora bien, entiendo que los susodichos caen en un fatal olvido que se torna una ausencia en sus referencias, a nuestro modo de entender clamorosa si se quiere dialogar con los científicos que están en la trinchera, diría yo que en la tierra de nadie entre las trincheras. Se trata de Frans De Waal, Antonio Damasio y Marco Iacoboni. Digo que están en tierra de nadie porque siendo científicos pueden llegar a luchar en el bando de ciertos filósofos. Las investigaciones de los tres me parecen vitales a la hora de establecer ciertas dudas en las posiciones netamente filosóficas. Por ejemplo, De Waal ha dejado claro que la moral nos viene por evolución de nuestros parientes simios (relata un caso precioso de una chimpancé que fingió un gran malestar para conseguir que el cuidador novato entrara en la jaula y así poder abrazarlo, lo cual indicaría no sólo inteligencia y empatía, sino también la previsión de las acciones del otro por medio de las propias y sus consecuencias, lo que viene entendiéndose por moral). Por su parte, Antonio Damasio establece la base neuronal para las estructuras espirituales y su vínculo íntimo con la corporalidad, mientras Iacoboni nos ha mostrado con las neuronas espejo dónde está la base fisiológica para la autoconciencia, por tanto la racionalidad, la espiritualidad y las actividades propiamente humanas que, curiosamente coinciden con los otros dos científicos en que están en otros animales como los primates más avanzados, los delfines, los elefantes y, algunas de ellas, en animales societarios. Esto nos lleva a pensar que hay que dejar espacio para la duda a la hora de afirmar la posición especial del hombre en la naturaleza y no ser tan tajantes cuando entendemos que las diferencias son esenciales y no de grado. La esencia y el grado están en recónditos nichos del pensamiento que no podrían trazarse en un diálogo abierto.

5 comentarios:

Desiderio dijo...

Hola Bernardo, ya estoy otra vez por aquí, a ver si sigo aprendiendo de tus posts. ¡A ver si me pongo al día con todos los que has publicado en agosto!
El tema este que comentas me parece apasionante, aunque de momento me temo que mi opinión al respecto está bastante definida. Yo soy de los que le cuesta aceptar que el hombre es un animal evolucionado… y nada más. Yo creo, como apuntan algunos autores de los que citas, que en el hombre hay una serie de realidades que son muy difíciles de explicar únicamente desde la animalidad. En este sentido, reducir al hombre a pura materialidad implica una serie de presupuestos y una serie de aseveraciones que, la verdad, para mí requiere una mayor dosis de fe que una creencia religiosa. Creo que incluso desde los puntos de vista biológico o fisiológico reducir todo al mero azar es difícil de aceptar (se me ocurre el ejemplo de los casos en los que en el proceso evolutivo se tiende a estructuras más complejas que las de partida). Es cierto que estamos entrando en un mundo en el que nos queda mucho por descubrir pero en fin, como digo, creo que hace falta un acto de verdadera fe para creer que el hombre únicamente deriva de la materia, y que es únicamente materia.
Para mí la diferencia con nuestros “parientes” más cercanos no es tanto de grado como de nivel. No creo que nuestra inteligencia sea la de un simio evolucionado, no creo que un simio dentro de muchos años va a tener la inteligencia de un hombre, sino que se trata de otro nivel. Los destellos de inteligencia que se puedan vislumbrar en un animal están a años luz del menos inteligente de los hombres. Me quedo con una idea que leí de Chesterton —no recuerdo dónde— en la que venía a decir que era asombroso el parecido entre el hombre y el mono, pero no menos asombrosa es la diferencia cuando les preguntamos la hora y esperamos a que nos contesten. Sin ánimo de frivolizar el tema, creo que es palmaria la idea que transmite.
Desde el evolucionismo se podrán demostrar los parecidos entre el hombre y otras razas, pero nunca se podrán demostrar las diferencias. Y me es difícil comprender a aquellos que no ven diferencias esenciales entre hombre y animales, la verdad.
Un saludo.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Qué alegría tenerte de nuevo por el blog. Te agradezco tus comentarios siempre tan perspicaces y "puntillosos". Yo sí tengo claro que el hombre es un animal (en muchos casos es palmario), pero un animal que ha llegado hasta el máximo que la naturaleza puede dar, de lo contrario me resulta difícil romper el dualismo. Si la diferencia es esencial (de nivel dices tú) entonces hay una cesura insalvable para la naturaleza y esta no podrá ser salvada nunca. Creo que la creación de Dios llega hasta el hombre como máximo posible y como resumen de toda ella, de modo que todo pueda ser salvado en el ser humano, o ser condenado, que está por ver. Si lees el libro de De Waal "Bien Natural" te darás cuenta que las diferencias son de grado en casi todo y que nos separa de los simios una tenue línea roja, como en la película.
Gracias por tus comentarios tan certeros

Desiderio dijo...

Bernardo, cuando dices que el hombre es lo máximo que la naturaleza puede dar, entiendo que participas de la idea de que todo lo que es el hombre, tanto lo material como lo en principio espiritual, deriva de la naturaleza misma; parece que lo que es el hombre, en todas y cada una de sus dimensiones, brota de la naturaleza; ¿es así? Esta idea me provoca muchas inquietudes. No sé yo si esto está relacionado con ese “dar de si” zubiriano, en el que el hombre es efectivamente la cima del “dar de sí” de la naturaleza, del cosmos, aunque creo —lo desconozco, es una asignatura pendiente— que Zubiri no resuelve esta cuestión desde un inmanentismo material.
Por otro lado, cuando dices a mitad del comentario «esta no podrá ser salvada» no sé si te refieres a la cesura (en referencia a una separación que no se puede volver a unir), o al hecho de la salvación de la naturaleza (en el sentido de que, de igual manera que el hombre, necesita ser salvada). Yo la interpreto más en este segundo sentido, y en esta línea, no acabo de ver claro que la naturaleza deba ser salvada. ¿Salvada de qué? Me asomo a la ventana y lo primero que veo es una barandilla de hierro: ¿de qué se tiene que salvar esa barandilla? Una cosa es que creamos que en la nueva vida se dé una resurrección no sólo del espíritu sino también de la carne — entendiendo por carne todo el mundo material— transformado de modo misterioso para nosotros. Pero pienso que el mundo material no necesita ser salvado. Y precisamente pienso que el único que necesita ser salvado es el propio hombre, porque es el único ser que se puede echar a perder desde su “libertad”. He aquí su radical diferencia.
Resumiría este tema en las siguientes cuestiones:
1.- Por un lado, si se le reconocen al hombre esas aptitudes propias, que no posee ningún otro animal. Me refiero, no sólo a lo espiritual, sino también a la ética social, a la estética, a su libertad, etc.
2.- Si a esas peculiaridades propias del hombre se les puede dar una dimensión distinta a la mera animalidad o no. ¿Tiene un simio la capacidad de reconocer la belleza lírica de una poesía, sólo que en la actualidad esa capacidad se encuentra limitada, mermada, y es esperable que en un futuro la adquiera?
3.- Y por último, si existe la posibilidad de que estas aptitudes específicamente humanas a las que me refiero broten de la misma materia.
Para terminar —perdona la extensión— hay una idea de base que me ronda la cabeza. Y es que me cuesta admitir una solución a mi existencia que limita mi propio ser, que limita mis aspiraciones como ser humano. Aquello a lo que aspiro —sin que esto suponga una demostración de nada— es más grande que aquello en lo que esta solución que es el materialismo me está encerrando. Y ya digo, me cuesta aceptarlo.
Voy a intentar conseguir el libro que me recomiendas. En cuanto lo lea, te lo haré saber. Gracias por la recomendación. Un saludo afectuoso.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Creo que el problema radica en el dualismo de corte platónico que ha infeectado al cristianismo. Este dualismo se cifra en la imposibilidad de comprender el mundo de forma unitaria, que es lo que hace la ciencia a partir del principio de economía del pensamiento, también llamado "navaja de Ockham": si una cosa se explica sencillamente, no compliquemos la explicación con argumentos complejos, venddría a decir este conocido principio epistemológico.
A mi modo de ver el dualismo metafísico tiene una serie de cuestiones que el cristianismo no puede aceptar:
1º. hay que explicar de dónde procede la materia, si de otro principio metafísico, es decir otro Dios, o de dónde.
2º. si no procede de otro princpio o Dios, que función tiene.
3º. si su función está sometida a la de un principio espiritual y únicamente tendría una función potencial y meramente utilitaria.
4º. Entonces hay que explicar qué sentido tiene todo esto desde la perspectiva divina.
5º. y por último para qué toda esta vuelta.

Ahora bien, desde una reflexión unitaria del mundo a partir de las ciencias, la cosa es más sencilla. La materia (mater) o naturaleza (physis) se rigen por un principio ciego de producción y reproducción pero guiado por una teleología que le impulsa a la construcción progresiva del máximo posible en cada momento. El ser humano es el máximo posible hoy, pero aún se puede llegar a otro máximo que es la divinización perfecta y total del universo por medio de un proceso de comunión amorosa que está inscrito en la misma naturaleza, qué otra cosa son las cuatro fuerzas elementales que rigen el universo sino el trasunto material del Espíritu Santo que es comunión.

En fin, que la reflexión da para mucho, espero publicar pronto algo sobre esto.

gracias

Desiderio dijo...

Bernardo, como te dije conseguí el libro de de Waal, y ya lo he leído. Quiero ver si pongo por escrito unas cuantas ideas que me han ido surgiendo durante su lectura y te las hago llegar, para comentarlas contigo. A bote pronto te diré que por un lado, me ha llamado mucho la atención y me ha suscitado no pocos interrogantes; por el otro, veo en su “teoría de la moral” muchos flecos, en el sentido de que yo no entiendo la moral como la entiende este autor. Aunque ya digo, me parece un trabajo extraordinario y muy interesante. ¿Cuál ha sido tu conclusión de este trabajo? En la lectura del post interpreto que piensas que la moral humana es evolucionada de la de nuestros antepasados, uno de cuyos vestigios son los destellos de moral que se pueden ver en los primates, sobre todo en los chimpancés. ¿Es así? Un saludo.

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