martes, 1 de septiembre de 2009

El "efecto Nazaret"

Que la bondad o la maldad sean "naturales" en el hombre es algo que a algunos les puede causar malestar porque piensan que la maldad sí es natural, no así la bondad, y ello se debe a lo que De Waal denomina el "efecto Beethoven". Según él, el músico austríaco fue capaz de componer la mejor música en medio de una situación personal lamentable: falta de aseo, malhumor e incluso odio a sus semejantes. Las teorías en voga sobre la evolución nos dicen que el hombre es algo así como una rosa en medio de un estercolero, que la evolución supone la lucha a muerte de todos contra todos y que si hay algo de bondad es por una especie de milagro, sea este por causas externas a la humanidad o por una especie de contrato que nos impide volver a nuestro natural estado de bestialidad. Es decir, que fideístas extremos y evolucionistas radicales estarían en la misma posición: el hombre es malo por naturaleza, es la socialización la que lo vuelve bueno.

Pues bien, los que opinan esto están en un error. En primer lugar porque la teoría evolutiva nada dice de la necesidad de la violencia y el egoísmo, antes bien, los individuos que mejor se adaptan a las condiciones son aquellos que cooperan y muestran cierto nivel de empatía con los otros. La naturaleza no es un amo severo que nos empuja a una lucha sin cuartel de unos contra otros, como nos quiere vender el darwinismo social del dogma neoliberal al uso. La naturaleza tiene sus reglas y si queremos vivir hemos de respetarlas, pero no decide quién sobrevive y quién muere. Esa decisión depende de multitud de factores, siendo la cooperación entre los individuos uno de los más importantes.

Se han dado multitud de casos donde el grupo cuida a uno de sus miembros con algún tipo de dificiencia que le impediría vivir por sus propios medios. También podemos apuntar uno de los casos más hermosos de la etología, se trata de la constatación de que en la naturaleza también hay compasión, misericordia y entrega. Son varios los casos de chimpancés que han dado su vida por salvar a otros. Como el de uno que se tiró al agua (los chimpancés no saben nadar) para rescatar a la cría de un hembra que se le había caído de los brazos. No calculó que podía morir, como así sucedió, sino que se dejó llegar por la compasión hacia el dolor manifestado por la madre. Otro caso interesante nos viene de un experimento un tanto macabro: se proporciona comida a un chimpancé mediante un dosificador que a su vez proporciona una descarga eléctrica a uno de sus compañeros, el chimpancé deja de comer en cuanto ve la relación entre su comida y el dolor del compañero. Estuvo más de una semana sin comer.

Cuántas veces hemos dicho aquello de "sólo le falta hablar", cuando nos hemos quedado sorprendidos de la capacidad de algún animal. Somos animales evolucionados que hemos desarrollado todas las potencialidades que están en la naturaleza. Somos la cima del proceso evolutivo, para lo bueno y para lo malo. Nuestro ser no es una leve capa de moralidad que recubriera una gruesa capa animal, es un ser animal por completo, pero que ha dado lo máximo de sí. Creo que aún hemos de dar un salto evolutivo definitivo, un salto al que quiero llamar el "efecto Nazaret". Sería algo así como el nacimiento de lo mejor de la humanidad a partir de un ambiente de amor, respeto, misericordia y justicia en medio de un mundo donde reina la opresión, la guerra y la prevaricación. Espero que este efecto cunda en el mundo, sé que así es pero quiero verlo, especialmente en el ambiente donde más se le predica.

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