martes, 14 de septiembre de 2010

"No sea así entre vosotros"

El ejercicio del poder no debe confundirse con el de la autoridad. Los clásicos del pensamiento político distinguen entre auctoritas y potestas, según la también clásica distinción del derecho romano. Mientras que el poder se impone, la autoridad debe ser reconocida por el grupo. Es evidente que no puede haber ningún poder que se ejerza por el mero uso de la fuerza, acabaría cayendo sin más remedio, y que tampoco puede haber una autoridad por el simple reconocimiento. El poder y la autoridad siempre van unidos porque cuando la autoridad no es reconocida por un grupo o individuo, hay que ejercer el poder para asegurar el bien común del grupo; pienso en los profesores, que deben ganarse el reconocimiento de su autoridad, pero a veces necesitan ejercer el poder ante ciertas actitudes que pueden poner en peligro la acción educativa. Por tanto, queda claro que no hay autoridad sin el respaldo, aunque sea de lejos, de una cierta capacidad coercitiva, es decir, poder puro y simple; pero también está claro que no puede ejercerse un poder sin el reconocimiento de la autoridad, eso implicaría la pérdida de legitimidad y entraríamos de lleno en la autocracia o dictadura.
Todos los que ostentan algún tipo de cargo o posición de dominio, tienen, tenemos, la tentación de ejercer el ordeno y mando, sin más explicaciones. En teoría es más fácil, pero en la realidad esconde una enorme debilidad del carácter en el que así actúa. Cuando alguien está seguro de lo que piensa y hace, no debe temer las opiniones de otros. Éstas vienen más bien a ayudar a clarificar posiciones y nunca son un peligro, a menos que se ejerzan con violencia o contumacia. Entre el grupo de seguidores de Jesús, como bien reflejan los tres evangelios sinópticos, se dieron estas diferencias de comprensión del poder. Cuando se acercaban a Jerusalem y recelaban los discípulos que allí tendría lugar la manifestación del poder de Jesús, empiezan las peleas por conseguir los cargos del futuro Reino. Los Zebedeos se adelantan al resto pidiendo los lugares mejores: la derecha y la izquierda de Jesús en el Reino, algo así como las dos vicepresidencias. Pensarían estos buenos hombres que en esas posiciones tendrían enorme poder para hacer y deshacer. Jesús reacciona de forma clara: "sabéis que los jefes de las naciones oprimen a sus pueblos, no sea así entre vosotros, entre vosotros el que quiera ser el primera sea el último y servidor de todos". Los que ostentan el poder oprimen, dice Jesús, y eso pasa en todos los lugares del mundo, porque el uso del poder para lograr privilegios y riquezas es algo ubicuo, pero entre el grupo de seguidores, que es tanto como decir en la Iglesia, no debe ser así. En la Iglesia no existe el poder sino el servicio. No dice Jesús la autoridad, que sería el contrapunto de la potestad, sino el servicio, la diaconía, en griego. Exactamente, la palabra utilizada por los sinópticos es la que el griego reserva al servicio del esclavo. Marcos y Mateo utilizan doulos, mientras Lucas usa diakonos. Jesús no estaba al margen de las intrigas que el poder ejerce sobre las personas y sabía con meridiana claridad que en el grupo de sus seguidores se caería en la tentación del mismo, pero advierte con nitidez contra esta forma de organizar la comunidad. Una comunidad, para que funcione, necesita una organización, pero esta no puede ser según el modo del mundo, sino según la voluntad de Dios y su voluntad es que el servicio presida las relaciones entre los hombres, de la misma manera que el propio Jesús vivió una vida de servicio a los hombres, no a una institución.
Aquí estriba el problema del ejercicio del gobierno en la Iglesia, que muchos de los que lo ostentan confunden el servicio a los hombres y a la comunidad con el servicio a la institución. Y no hay que confundir estos términos, porque la institución está para servir a los hombres y no los hombres a la institución. De la misma manera que no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre, no se hicieron las instituciones, tampoco la Iglesia, para ser servidas, sino para servir. La gran patología del poder y de las instituciones donde se ejerce es que se confunden con el fin mismo de los hombres, cuando son simple y llanamente un medio para gestionar el conflicto, como ya hemos explicado en anteriores post, y una mediación para que la comunidad pueda realizar mejor sus fines. Confundir medios con fines es quedarse mirando el dedo que señala la luna. Claro que la tentación cuando se tiene poder, también en la Iglesia, es muy grande y normalmente se tiende a confundir la diferencia con la disensión y hasta con la insumisión. No hemos nacido, tampoco los cristianos, para ser sometidos, sino que para ser libres nos liberó Cristo y nos dio vida abundante para compartirla en el amor comunitario.

5 comentarios:

Martín dijo...

Considero fundamental la distinción entre autoridad y poder. Hago una glosa a tu excelente escrito, sin entrar en matices: Jesús tenía mucha autoridad, pero ningún poder. Si hubiera tenido poder nunca le hubiesen crucificado. El mismo se lo dice a Pilato, que era el que tenia poder. Sigo con la glosa: hay una palabra de San Pablo a los Corintios en la que les dice que Dios le dió autoridad sobre la comunidad, pero no para destruirla, sino para construirla. Así debe ser la autoridad no sólo en la Iglesia, sino en todas partes. Pero al menos que lo sea "entre vosotros".

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Gracias por tus glosas, Martín. Permíteme una glosa a las tuyas. Jesús huyó conscientemente del poder, quizás porque sabía que era incompatible con el proyecto del Reino. Como lo es hoy día con el servicio en la Iglesia. Muchos son los casos que hemos visto donde se ejerce el poder y no el servicio.
Vosotros, los dominicos, estáis dando un ejemplo estos días de gobierno desde el servicio.

Un abrazo

Anónimo dijo...

El poder acabará. Más el amor no pasará nunca.
Esta reescritura de Pablo que me he permitido no hace sino evidenciar evangélicamente lo que dices en este post. Confío en que nuestra Iglesia, más pronto que tarde, lo manifestará así.
Saludos,

i

Desiderio dijo...

Estos últimos posts que has escrito tienen mucha miga. Y a más de uno le vendría fenomenal leerlos. La diferencia que comentas entre poder y autoridad, o entre autoritarismo y autoridad, se puede ver en innumerables aspectos de la vida, mejor dicho en todos, porque en definitiva obedecen a la actitud radical que uno tiene ante la misma, esto es: una actitud de servicio o una actitud de egoísmo. Quien tiene claro que en esta vida se viene a servir a la comunidad, a que antes esta ella que yo —obviamente siempre desde una autoestima sana, cuestión muy delicada ésta— tiene claro que cualquier desempeño que realice, cualquier cargo que ostente, se ha de hacer desde el servicio y por el bien común. Y en la medida en que haga bien este cometido —entiendo que no sólo bastan buenas intenciones— será reconocido por la comunidad, o sea, ésta le otorgará su autoridad. El que busca su propio interés, tarde o temprano tendrá que hacer uso de su poder, porque tarde o temprano la comunidad no le aceptará, le desautorizará. Cuando alguien usa la fuerza y no el diálogo, como comentas, es síntoma de debilidad, aunque para esconder esa debilidad tenga que hacer tanto mal y tanto daño como han hecho algunos, por desgracia. Y esta lectura, según mi parecer, vale para el terreno político y social, para el educativo, para el empresarial… y un largo etcétera.

Winibal dijo...

Difícil tema éste de la autoridad, el poder, la instotución eclesiástica.... porque aunque ya todos compartimos que la sociología no es la ciencia de las ciencias, es también cierto que, de hecho, son muchas las personas para quienes la Iglesia, y sobre todo su institucionalidad, sus estructuras, se convierten en dificultad y piedra de escándalo en relación con la fe. Dicho con otras palabras: si es cierto que todas las estructuras de la Iglesia, toda su institución está al servicio del anuncio del Evangelio (como no podría ser de ora manera, por cierto), no es menos cierto que, de hecho, de todos los elementos del cristianismo, ninguno suscita tantas reservas entre nuestros contemporáneos como el factor de la institución eclesiástica, de forma que la crisis de la institución y de la práctica religiosa que puede ser considerada como una parte de ella, es el aspecto más evidente de la crisis de la religión y del cristianismo en la actualidad. En cualquier caso no debe asustarnos tal contradicción, porque parece inherente al hecho religioso que las instituciones religiosas siempre aparezcan en la realidad acompañada de esta paradoja: lo que “de iurex” tiene el sentido de revelar, “de facto” oculta. La institución es necesaria, sin ella no podría vivir una Iglesia compuesta de hombres y mujeres que vive en el mundo y en la historia, es decir, sin ella no sería posible la Iglesia-Sacramento; pero hay que añadir inmediatamente que la institución, como todo cuerpo de mediaciones es relativo, relativo al Reino de Dios. La institución eclesiástica tiene su criterio de autenticidad en su condición de realidad-para, en su condición de servicio, por eso ha de conservarse ligera, poco densa, poco importante; ella está para facilitar la vida de los cristianos no para consumir sus energías o convertirse en centro de sus preocupaciones; y ella está llamada ser transparente: del evangelio a cuyo anuncio sirve, ; del reino, cuya presencia prepara ¸ del Espíritu que anima a los que viven en su seno. En ello estamos...pero !que complicado es a veces!. Un saludo. Buenos dias

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...