El capítulo 22 de Lucas nos
dice: “Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que
ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores”. El evangelio da justo en el clavo a la hora
de analizar cómo funciona el mundo en que vivimos, ayer y hoy. A los poderosos,
sean reyes de las naciones, jefes o simplemente multimillonarios, no les
interesa solamente acumular poder y enseñorearse del mundo; necesitan que
el resto los tome por bienhechores, es decir, que todos crean que lo que hacen
lo hacen por el bien de la humanidad. Hoy, estos tales se hacen llamar
filántropos. Suelen ser multimillonarios que dedican parte de su riqueza a
realizar donaciones, normalmente con gran publicidad y dejando patente lo que
pretenden. Donan cantidades ingentes a ONGs, a grupos de apoyo a colectivos
marginados y, ahora también, a la propia administración pública, mermada en su
financiación gracias a que se bajan los impuestos a esos mismos enriquecidos
que luego donan parte de los impuestos eximidos.
Saben muy bien que su riqueza, aunque resulte paradójico, es precaria. Sí, precaria. Porque la riqueza depende de tres factores externos a
ella misma para generarse y mantenerse. El primer factor es que tiene que
existir un marco legal que proteja la riqueza acumulada. Si las leyes
penalizaran la acumulación de riqueza, esta nunca se crearía. Cuando Estados
Unidos cayó en la crisis más grave de su historia en 1929, la forma de salir de
ella fue aplicar un impuesto del 89% sobre la riqueza, de modo que fuera esta
riqueza acumulada la que salvara al país, como es lógico hacer. El segundo
factor es la existencia de un Estado que proteja la riqueza, sea mediante las
leyes, sea mediante la policía o sea mediante el consentimiento de la
administración. En todas las revoluciones, lo primero que desaparece es la
riqueza acumulada, pues el nuevo Estado se la apropia. El tercer factor y más
importante es el asentimiento generalizado de la sociedad que rodea a aquellos
que acumulan la riqueza. Este asentimiento puede ser impuesto por la fuerza, en
cuyo caso también es precario, o bien puede ser asumido como el anhelo social. Puesto que todos queremos ser ricos es bueno que existan ricos y riqueza a la que
poder aspirar, aunque eso sea una quimera, pues en cualquier sociedad los ricos
pueden serlo unos pocos. Según los datos que tenemos de la historia, en
cualquier sociedad los ricos nunca superan entre el 1 y el 5%, dependiendo el
momento y la sociedad. Por ejemplo, en el Imperio romano era el 3%, mientras
que en los Estados Unidos hoy no llegan al 2% y en España es el 1%. Por
supuesto, hablamos de ricos de verdad, no de personas con algunos bienes más
que la media.
En las sociedades actuales,
los ricos han ganado la partida. Han impuesto su discurso y su lógica, esa
lógica que nos lleva a aceptar que tres personas en el mundo poseen más riqueza
que 3.000 millones de seres humanos. Y lo aceptamos como bueno, normal e,
incluso, deseable. Han impuesto su discurso y su lógica, la han introducido en
los medios de comunicación, en la educación, en las conversaciones y hasta en
nuestros sueños y deseos. De esta manera, cuando las cosas iban bien en España,
entre 1998 y 2008, los ricos, el 1% de la población, acaparaba el 25% de la
riqueza, pero ahora que las cosas han ido mal, los ricos, ese 1% de españoles,
acumula más del 50% de la riqueza. En
2017, el 1% rico de españoles se apropió del 40% de la riqueza generada ese
año. A este ritmo, en diez años tendremos un 1% con el 90% de la riqueza de
España. Eso significa que el resto deberá conformarse con el 10% y paliar
su miseria con sueños y deseos.
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