El mundo se ha construido desde hace
al menos 5.000 años como una realidad imperial que se ha extendido
paulatinamente a todo el orbe. Desde los inicios de los primeros imperios en
Mesopotamia y el Nilo, pasando por los imperios griego y romano, hasta llegar
al mundo moderno y sus imperios: España, Holanda, Gran Bretaña y el último,
Estados Unidos. Esta construcción imperial asumía en cada momento todo lo
logrado en su estadio previo, de tal manera que el Imperio romano será la
culminación de un proceso imperial en la antigüedad. Roma siempre será el
modelo de Imperio hasta nuestros días, donde los neocons hablan abiertamente de New
Roman Empire para referirse a Estados Unidos.
El nacimiento de la realidad
imperial, que se plasma en los imperios concretos, puede tener una misma
fenomenología, identificada por Villacañas (2016: 22-26) en el nacimiento del
patrimonialismo como ruptura de la propiedad común, política o económica, de la
tribu y el surgimiento de la propiedad privada centrada en un clan o en una familia, de la que el pater familias sería el depositario
absoluto de los derechos. Estos derechos pasan, con el tiempo, a ser
hereditarios, con lo que el patrimonialismo da lugar al Imperio. El proceso
sería así: irrupción de la propiedad privada, primero de los bienes y después
del mando político, a partir de una situación dominada por la comunidad de
bienes, luego la constitución hereditaria del patrimonio obtenido por la
apropiación privada de lo común, y por último el nacimiento del Imperio cuando
esa herencia incluye el poder político que se hace omnímodo mediante la forma
funcionarial que evita el nacimiento de una sociedad estamental. Así lo expresa
Villacañas:
Expropiación,
patrimonialismo económico, aristocracia senatorial, patrimonialismo del poder
político, funcionariado y economía del dinero tienen un camino convergente en
la dominación imperial.[1]
El proceso que explica el
surgimiento del Imperio romano, bien puede servir para explicar la realidad
imperial tout court, pues en todos
los casos tenemos una propiedad comunal en sentido lato de bienes y de
estructuras políticas, como en Grecia, que no se perdieron del todo con la
llegada de Alejandro Magno, que sufre un proceso de privatización
patrimonialista, sea de corte familiar o grupal, que da inicio a un poder
concentrado que hace surgir el Imperio. Sin embargo, toda realidad imperial
requiere algún tipo de legitimación, pues nace de una usurpación. Esta
legitimación proviene de la religión. En los imperios, la religión juega el
papel de legitimación de un estado de cosas que ha surgido desde una estructura
previa radicalmente distinta. El caso de la religión profética judía puede ser
considerado como prototípico: cuando se constituye la dinastía davídica y se
construye el Templo de Jerusalén, nace una religión que legitima tal situación,
con su culto y sus sacerdotes. Ante esto reacciona la religión tradicional
surgiendo la religión profética como una crítica a la religión legitimadora de
la dinastía real. El texto emblemático es 1 Sam 8, 11-18, conocido como los
fueros del rey. En él, Yahvé dice al profeta Samuel que explique bien al pueblo
que tener un rey implica que se quedará con las tierras, usará a sus hijos para
el ejército y a sus hijas para su corte. Cobrará impuestos y los someterá.
La realidad imperial, que está
latente en todos los pueblos como expresión de la hybris que el Génesis atribuye al ser humano en sociedad, llegó a
su plenitud en el Imperio romano, el mayor imperio de la antigüedad, pero no
queda ahí. En la modernidad surgen nuevos imperios sobre la base del fantasma
imperial romano que pululaba por Europa en forma de Sacro Imperio romano
germánico.
(To be continued...)
[1] Villacañas Berlanga, José Luis. 2016. Teología política imperial y comunidad de
salvación cristiana. Una genealogía de la división de poderes. Madrid.
Trotta.
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