martes, 26 de mayo de 2020

El decrecimiento ya está aquí


La crisis energética y el fin de la civilización del crecimiento son dos realidades concomitantes en el mundo que vertiginosamente hollamos. Estamos, pues, ante un cambio epocal de los que hacen historia. El mundo de finales del siglo XXI no tendrá nada que ver con el mundo de los cinco siglos previos, pero tampoco se parecerá al de siglos pretéritos. Es falsa la extendida idea de que para acabar con el mundo del productivismo consumista del capitalismo neoliberal hay que volver a las cuevas a vivir sin ningún tipo de beneficio que el desarrollo humano ha alcanzado en estos siglos pasados. No, el capitalismo no es el inventor de los avances científicos y humanos que hemos conseguido, lo único que hace es ponerlos al servicio de la acumulación en manos de muy pocos; hoy, un 0,01 % de la población acumula el 60% de la riqueza. Si la riqueza acumulada se repartiera con equidad, cada ser humano del Planeta podría vivir con tanta holgura que sería posible reducir la producción y el consumo a la mitad. El problema, por tanto, está en el modelo de producción y consumo, no en el Planeta en sí. Podemos, perfectamente, renunciar al despilfarro productivista sin perder ninguno de los avances científicos y sociales obtenidos.

Sin embargo, hemos de ser conscientes de la necesidad de avanzar hacia un modelo decrecentista puro. Este modelo implica que los humanos somos conscientes de los límites del Planeta y, a la vez, de los límites de lo humano. Ser consciente de esto último nos lleva a buscar la satisfacción de las necesidades reales en el mundo dado, no las creadas por el sistema consumista. Ningún ser humano necesita consumir más de una cantidad adecuada de calorías, lo que pasa de ahí es perjudicial para su salud y el Planeta. Nadie necesita tres viviendas, ni veinte trajes, ni cuatro vehículos. Sí necesitamos una dieta variada y rica, una vivienda digna una vestimenta suficiente o los medios de transporte adecuados para poder desarrollar nuestra vida. Necesitamos educación y cultura, así como salud y deporte. Necesitamos estar comunicados y los medios que lo permitan, sean estos virtuales o físicos. Ahora bien, todas estas necesidades deben ser cubiertas atendiendo a la equidad y a la justicia. Un mínimo para todos debe estar asegurado, a partir de ahí, debe darse a cada uno según su aporte a la sociedad. Siendo esto así, llegaríamos a la necesidad imperiosa del control de población, aunque todos los estudios muestran que en una sociedad de extrema pobreza, cuando se suben los niveles de vida, desciende el número de hijos por pareja. El desarrollo social de una sociedad conlleva la reducción de la población.

El decrecimiento está aquí para quedarse durante varias décadas. La cuestión está en si lo conduciremos racional y socialmente, o sí dejaremos que el modelo productivo consumista sea el que conduzca el imprescindible decrecimiento. Si dejamos que sea el modelo actual quien lo realice, lo que nos encontraremos es con la realidad de un aumento de la pobreza, tanto extrema como relativa, y un aumento paralelo de la riqueza en los grupos elitistas globales. Lo hemos visto con nitidez en las dos crisis recientes. Entre 2007 y 2012, cuando la anterior crisis aumentó los niveles de pobreza general de la población, los multimillonarios aumentaron en número y en cantidad de riqueza. Hoy, en los escasos meses de la pandemia, hemos visto cómo los pobres se empobrecen y los ricos vuelven a aumentar su riqueza. No es una cuestión metereológica, es política. El sistema actual está construido para producir esto mismo. Deberemos ser capaces de pilotar el decrecimiento y para eso hará falta que el grueso de la población, esos dos tercios que verán mermar sus posibilidades o caer en la pobreza, tomen conciencia de que solo una guía política consciente y adecuada puede llevar a cada país por la senda del decrecimiento de manera ordenada y justa.

Las medidas necesarias para que la sociedad en su conjunto decrezca sin caer en la pobreza mientras algunos se enriquecen van a ser draconianas, parecidas a las tomadas por Roosevelt en 1933 para sacar al Estados Unidos de la peor crisis de su historia hasta el momento. Medidas como un impuesto a la riqueza que llegue al 89% de la misma, o la nacionalización de empresas estratégicas para ponerlas al servicio de la población, volverán a ser imprescindibles. Se hará urgente decidir qué se produce y cómo, y sobre todo, qué deja de producirse por ser innecesario o un desperdicio energético. Será perentorio instaurar un sistema de asignación de recursos por personas y familias que les asegure una vida digna sin tener en cuenta lo que aporten a la sociedad. Y también un sistema que permita la retribución necesaria a quienes aportan, de modo que existan dos formas de obtener recursos: la primera es la asignación directa y la segunda es la obtención de derechos sobre los recursos a través del trabajo. Todo esto puede hacerse mediante sistemas virtuales de pago y cobro a través de terminales móviles vinculados a cuentas racionadas de acceso a recursos. El dinero apenas debería contar como medio para pagos internacionales.

El decrecimiento ha llegado para quedarse. Su persistencia acabará con el capitalismo, pues solo puede subsistir con un crecimiento indefinido de la producción y la acumulación. El capitalismo, cuando se hace imposible, da paso al fascismo, como medio de continuar con el modelo hasta poder restaurarlo. Solo si hay una gran conciencia social podremos evitar este aciago designio. Si asumimos que el bien de la sociedad y del Planeta está en decrecer voluntariamente de manera ordenada, es posible que haya una oportunidad para la humanidad. Lo contrario es la guerra de todos contra todos por obtener recursos menguantes en un futuro muy incierto.

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