Ayer tuvimos la suerte de tener en Murcia a François Houtart para iluminarnos en relación a las causas de esta crisis sistémica en que vivimos y las posibles vías de salida. Este catedrático emérito de la universidad de Lovaina, cátedra que ocupó durante más de treinta años y desde la que difundió un pensamiento teológico en la línea del Concilio, es además doctor en sociología y filosofía y sus más de ochenta años le permiten tener una visión global y madura de las cosas. Lo que más impresiona de este sacerdote es su cercanía y bondad, cosas ambas que se perciben a distancia y producen en el auditorio la sensación de familiariada que se pudo compartir ayer. A esto se une el hecho de ser el fundador de la revista Alternativas Sur, cofundador del Foro Social Mundial y presidente del Foro Mundial de las Alternativas. Junto a esto, participa en el Panel sobre la Crisis Financiera de la Asamblea de las Naciones Unidas.
Su conferencia partió de la constatación de cuatro crisis que se solapan e incrementan recíprocamente. La primera, por ser la más lacerante, es la crisis alimentaria. A los 850 millones de hambrientos que ya había, en tan sólo dos años se han sumado 100 millones más, provocado por la especulación financiera que hemos explicado en este blog (Los buitres sobre los alimentos). Este drama tiene visos de seguir aumentando porque la lógica del modelo capitalista es la de aumentar los beneficios en estos tiempos de crisis, para ello recurre a cualquier cosa. Si los alimentos pueden dar beneficios, no importan las víctimas. Pero la crisis alimentaria se ha visto agravada por la financiera y esta ha provocado la económica. Ambas vienen producidas por la lógica del capital, por el intento de la máxima acumulación (de eso también hemos hablado en este blog).
Esas dos crisis se ven agravadas por otras dos que son netamente estructurales: la energética y la ecológica. Los datos no dejan lugar a dudas, en los próximos cincuenta años hemos de afrontar el cambio de modelo energético. Las reservas de petróleo pueden rondar los cuarenta años, las de gas los sesenta, cien el carbón y menos de cincuenta el uranio. No hay posibilidad de seguir con el modelo, pero los países no están haciendo lo suficiente y puede llegar el momento en que veamos las orejas al lobo y sería muy tarde, la catástrofe estaría asegurada. Aún así, es peor la crisis ecológica, las consecuencias del cambio climático ya se dejan notar. Como dijimos aquí, Holanda gastará dos billones de euros en diques para contener el mar, pero Bangladesh no lo hará porque no tiene ese dinero, sus 150 millones de habitantes viven en un territorio de escasa altitud y ya empieza a notar los efectos del aumento del nivel oceánico cuando hay temporal. Por si acaso, la India, ha empezado a construir un muro que evite la avalancha humana que se producirá con toda seguridad.
Bien, los datos están ahí, pero ¿qué podemos hacer? Las respuestas de Houtart son tres: primero cambiar la relación de la humanidad con la naturaleza, apostando por el respeto y la disminución del consumo; segundo primando el valor de uso de los productos frente al valor de cambio. Las cosas valen para satisfacer las necesidades humanas, no para que algunos se enriquezcan con ellas y acaben metiéndonos en un callejón sin salida; por último, crear democracia a todos los niveles, empezando por el económico que es donde menos democracia existe, las decisiones las toman unas ínfimas minorías y las consecuencias las pagamos todos.
Estando totalmente de acuerdo con Houtart, tengo que decir que si esperamos a que todo esto cale en la gente y se conciencie y eso repercuta en los políticos, apañados estamos. Ante una situación de crisis extrema, necesitamos medidas extremas y urgentes. El planeta no puede esperar a que las mayorías se conciencien; los hambrientos no pueden esperar a que cambie el modelo que les permita comer. Por eso me pregunto como cristiano ¿y si los cristianos, que amamos la creación de Dios y sus hijos, nos organizamos para que los 2.000 millones que somos —o en su caso sólo los católicos— demos un giro a este mundo; si todos, con el Papa a la cabeza, decidimos que no vamos a obedecer al sistema y que vamos a crear otro modelo? Estoy seguro que si el Sumo Pontífice encabezara una rebelión de este tipo, la inmensa mayoría le seguiría. Pero sé que es una utopía pedir a los cristianos que construyan el Reino de Dios, porque eso queda para el cielo.
2 comentarios:
El Reino de Dios está dentro de vosotros, nos dice Jesucristo. Y es algo de este mundo, no solo del cielo venidero. Nuestro cielo ya está en la tierra. El problema es que no acabamos de creerlo. Porque de ser así,las consecuencias se reflejarían en una transformación de nosotros mismos, de este mundo, de las relaciones interpersonales. Solucionariamos el hambre, y habría pan y cobijo para todos, sino se dedicaran los recursos a la industria de la guerra, y el despilfarro. No vayamos ahora a quedarnos colgados en el Tabor. Que hay que bajar a nuestra Jerusalén. Porque el Hijo de Dios así lo hizo. Saludos
Si por utopía entendemos algo de imposible realización, entonces pedir a los cristianos que construyan el Reino de Dios no es una utopía, porque ya en este mundo es posible anticipar el Reino. Si por utopía se entiende una crítica a la realidad presente y una llamada a poner las condiciones para que pueda darse otra realidad, tampoco es una utopía la construcción del Reino de Dios, siempre que se pongan las condiciones para su realización. Otra cosa son algunas propuestas concretas: unas son más realistas que otras. Pedir las que parecen más difíciles y posiblemente mejores hay que hacerlo sin desanimarse, pero debemos apoyar aquellas iniciativas más humildes, presentes y concretas, porque también gota a gota, aunque sea despacio, el vaso se va llenando. En la Iglesia hay muchas iniciativas salidas de la base que van despertando conciencias.
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