Una de las características del pensamiento de Francisco es
la incidencia en la ternura como elemento central de la fe*. Ya en Evangelii Gaudium 88 relacionaba lo
esencial de la fe, la gratuidad, con la ternura: “La verdadera fe en el Hijo de
Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la
comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El
Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura”. Los
seres humanos, pero en especial los cristianos, estamos llamados a esta
‘revolución de la ternura’ que ha sido provocada por la misma Encarnación del
Hijo de Dios. Si Dios se ha hecho carne, ésta es el lugar de la salvación, de
ahí que sólo en y por la carne podremos encontrarnos con Dios mismo. Como dijo
el Vaticano II en Gaudium et Spes 22:
“El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre”, de ahí que todo hombre sea una imagen de Dios mismo y toda carne lugar
del encuentro con Dios.
Ha sido el teólogo Carlo Rocchetta el que publicó hace más
de quince años un libro con un título explícito: Teología de la ternura. Un ‘evangelio’ por descubrir[1].
Se trata de una obra donde establece la ternura como hilo conductor de la
Biblia y de lo humano. Es un término que tiene que ver con las entrañas del
hombre, que conecta lo racional, lo volitivo y lo afectivo. Como Jesús, al que
se le remueven las entrañas cuando ve alguien sufriente. Pero esta ternura como
clave de lo humano y de la Biblia nace del hecho de la gran Ternura de Dios que
se ha hecho hombre asumiendo lo humano hasta la cruz. En la cruz, nos dice
Rocchetta, es donde vemos la verdadera omnipotencia de Dios, muerto por los
hombres, asumiendo plenamente lo humano. La entrega de la cruz es el sacramento de la ternura de Dios: “El
motivo de la entrega en la cruz es uno solo: el amor de benevolencia, la ternura de Dios-Trinidad como dilección. No hay ninguna otra causa que pueda dar razón
del acontecimiento de la muerte de Jesús más que la locura de un amor cuya
medida es amar sin medida y cuya naturaleza es don absoluto, acogida absoluta,
compartir amoroso absoluto”[2].
Este ser Dios “ternura entregada” nos lleva a comprender la
Iglesia como sacramento de la ternura de
Dios[3].
No avanza más aquí Rocchetta, pero podemos ir más allá y afirmar que la
Teología debe ser un intellectus
teneritatis, un pensamiento de la ternura como clave de comprensión de la
fe y la vida de los cristianos. Toda la acción teológica puede encontrar en
esta expresión su unidad íntima. Si la Teología no es la expresión de lo
esencial de la fe, y si esta esencialidad se haya en la Encarnación de Dios
hasta el extremo de la cruz, entonces no hablamos de Teología cristiana, sino
de un recurso ideológico al servicio de una concepción del poder.
La Teología de la ternura es claramente estaurológica, según
Rocchetta, pero creo que debemos hablar de dos dimensiones en esta Teología de
la ternura: una es la dimensión encarnacional y la otra estaurológica. Si bien
la cruz no es sino la asunción plena de lo humano, en su dimensión sufriente y
desde la estructura de opresión creada por los hombres, podemos distinguir
ambas elementos. Por un lado la Encarnación como ternura y del otro la Cruz
como ternura. La Encarnación como ternura de Dios nos dice que la Creación
es un acto amoroso de Dios por el que abandona su posición de omnipotencia
integrando lo creatural en el plan divino de salvación. La kénosis divina se
expresa en el acto creador que conduce a la Encarnación. Ésta no es simplemente
la asunción de lo humano en Jesús, va más allá. La Encarnación implica que todo
lo creatural es asumido por Dios, de ahí esa dimensión de gratuidad que
caracteriza la salvación humana, de ahí que Creación sea Salvación incoada.
Dios ha querido tomar carne en lo humano y eso mismo implica que lo creatural,
la naturaleza, el mundo social, son los lugares teológicos de la salvación
humana. No hay salvación fuera de la Creación y del mundo. Así lo ha querido
Dios en su Encarnación.
Por otro lado, la cruz supone la plenitud de la ternura de
Dios, plenitud de su Encarnación. Si, como dijera Gaudium et Spes 22, de alguna manera, Dios se hace hombre en cada
ser humano, en Jesús se hace hombre de forma plena y definitiva, siendo su
entrega en la cruz el momento álgido de ese compromiso. La cruz es un epítome
de todos los sistemas y estructuras injustas que los hombres han generado para
oprimirse unos a otros. Asumir la muerte en cruz supone que en Jesús, Dios mismo se ha puesto de
parte de los oprimidos, los marginados y los excluidos. Ha tomado partido hasta
el extremo, de ahí que la omnipotencia divina se exprese en la debilidad de la
cruz, kénosis última y definitiva de Dios.
Encarnación y cruz suponen los dos momentos que expresan la
ternura de Dios como kénosis amorosa que indica el camino de la salvación
cristiana plena. De un lado, la asunción de la gratuidad de la existencia; del
otro, el compromiso máximo de Dios con los pobres y oprimidos de este mundo,
que son el ejemplar completo de lo humano para Dios. La Teología como intellectus teneritatis debe asumir
ambas dimensiones y pensar la salvación desde la gratuidad de la creación y el
compromiso con el mundo sufriente.
* El texto es parte de mi colaboración en el número 264, Memoria y esperanza. 50 años de pensamiento comprometido, de Iglesia Viva que celebra su 50 aniversario. El texto, junto con el número completo, puede descargarse en la web de la revista de forma gratuita.
[1]
Carlo Rocchetta, Teología de la ternura.
Un ‘evangelio’ por descubrir, Secretariado Trinitario, Salamanca 2001.
[2]
Ibidem, pág. 256.
[3]
Cf. Ibídem, capítulo VII.
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